El mundo suspiró con alivio este mes, cuando los temores de una “ola roja” de victorias republicanas en las elecciones de medio mandato en Estados Unidos finalmente no se hicieron realidad. Si bien los republicanos alcanzaron una estrecha mayoría en la Cámara de Representantes, los demócratas se hicieron con el Senado. Los votantes estadounidenses parecieron rechazar el extremismo y la hipocresía del Partido Republicano, evitando que ganaran los muchos candidatos respaldados por Donald Trump que habían mentido acerca de los resultados de las elecciones presidenciales de 2020 y puesto en cuestión principios democráticos fundamentales.

Es cierto que siempre existe el riesgo de malinterpretar los resultados de una elección, dada la complejidad de los factores que motivan los votos de las personas. Pero, desde mi perspectiva, el votante racional promedio ha reconocido los logros históricos de los demócratas en los últimos dos años. Gracias a la ley de recuperación impulsada por el presidente Joe Biden (el Plan de Rescate Estadounidense), Estados Unidos experimentó la recuperación más sólida de entre las economías avanzadas del mundo, reduciendo la pobreza infantil en casi la mitad en el transcurso de un año.

Biden también supervisó la aprobación de la primera ley de infraestructura importante en décadas; la primera respuesta legislativa de peso al cambio climático, la Ley de Reducción de la Inflación; y una importante ley de política industrial, la Ley de Semiconductores (CHIPS) y Ciencia, que reconoce explícitamente el papel clave del estado en dar forma a la economía. Y todas estas leyes de importancia histórica se aprobaron a pesar de un Congreso abiertamente adverso.

Sus logros no se han limitado a la legislación. Nombró a la primera mujer de raza negra a la Corte Suprema de Estados Unidos y emitió órdenes ejecutivas para aliviar la deuda crediticia estudiantil, mejorar el cumplimiento de las normas antimonopolio y actualizar las regulaciones financieras para dar respuesta a la era del cambio climático. Hizo que Estados Unidos volviera al acuerdo climático de París y dio importantes pasos para recuperar el liderazgo estadounidense en el ámbito mundial. Aunque ha recibido muy poco reconocimiento por ello, es probable que la historia demuestre que su manejo del asunto ruso-ucraniano ha sido notable.

Ahora que el electorado estadounidense parece haber rechazado el extremismo republicano, algunos argumentarán que Biden debiera inclinarse hacia la derecha para seducir al elusivo centro. Pero esa es la manera equivocada de leer los resultados de estas elecciones, puesto que los votantes no están buscando algún tipo de decisión salomónica de partir al bebé en dos.

Piénsese en el tema del aborto. No es que la clase “media” estadounidense hubiera venido y dicho: “Tracemos el límite en cuatro meses y medio, con excepciones para el incesto, pero no para otros tipos de violación”. Sean cuales sean sus creencias sobre el aborto -nadie siente entusiasmo por él-, los estadounidenses han dado constantes señales de un consenso general sobre que la decisión debiera dejarse a la mujer y no al gobierno.

El centrismo es el enfoque erróneo a la mayoría de los otros temas que enfrentan los votantes. Decir que la economía estadounidense no ha beneficiado a la mayoría no es una postura de izquierda extremista. Y la sensación de injusticia se ve agravada por el hecho de que deberíamos estar mucho mejor de lo que estamos. Estados Unidos es un país extremadamente rico, mucho más que otros países que proveen a sus ciudadanos de mejores condiciones de vida. Las insuficiencias estadounidenses son una cuestión de opción. O. para ser más precisos, son resultado de decisiones tomadas por un sistema político que no refleja los intereses de la mayoría de los ciudadanos, porque ha sido secuestrado para beneficiar intereses especiales.

De allí que. a pesar de que una abrumadora mayoría de los estadounidenses cree que el salario mínimo federal debe aumentarse drásticamente -al menos duplicarse-, no se ha elevado desde 2009. De manera similar, la mayor parte de los ciudadanos cree que todos debieran tener acceso a la salud como derecho humano básico, incluso si discrepan en la forma de prestarlo. También hay un consenso amplio de que todo aquel que pueda beneficiarse de una educación superior debiera poder acceder a ella, independientemente del nivel de ingreso de sus padres, y sin quedar endeudado en decenas de miles de dólares. Y todos desean una jubilación segura y acceso a una vivienda asequible.

No es de extremistas de izquierda exigir soluciones a estos problemas, o para proteger el medio ambiente, mejorar nuestra seguridad económica, fortalecer la competencia y asegurar que la voz de todos y cada uno sea escuchada en nuestro sistema político. Mientras los de la derecha intentan pintar esta agenda progresista como una posición radical, la mayoría de los votantes no compran esa argumentación. Más bien al contrario, la agenda progresista se ha vuelto centrista.

Un principio básico que subyace a la agenda progresista es que la mayoría de los grandes problemas -especialmente en el siglo XXI- se enfrentan mejor de manera colectiva más que individual. Otro principio es que, para tener éxito, las acciones colectivas deben llevarse a cabo de manera democrática e inclusiva.

Los granjeros aislados del pasado pueden haber sido duros individualistas, pero incluso ellos necesitaban el colectivo para protegerse de los robos y la violencia, y de normas de gobierno para asegurar el funcionamiento adecuado de los mercados en que comerciaban. Hoy nos enfrentamos a desastres naturales, pandemias y al cambio climático, todas amenazas que trascienden a los individuos y las fronteras.

Los tecnolibertarios de hoy pasan por alto todo esto, ya que no ven -o se niegan a aceptar- que es probable que la libertad de una persona sea la falta de libertad de otra. El derecho de una persona a no usar mascarilla o a no vacunarse afecta el derecho de otra a no contagiarse con un virus. Con demasiada frecuencia el derecho a portar una AR-15 ha afectado el derecho de otros a vivir. Si le les pide ponderar esos derechos, la mayor parte de la gente razonable claramente preferirá ponerse el lado más justo.

Si son innovadoras y están bien diseñadas, las políticas públicas pueden mejorar el ámbito de acción de todos los ciudadanos, ampliando radicalmente el reino de la libertad. Aquí hay una sutil ironía: al obligar a la gente a pagar impuestos, podemos ampliar las oportunidades disponibles para ellos. Todos se pueden beneficiar y, en su mayoría, lo hacen. Por supuesto, naturalmente todos preferirían que otros carguen con el deber de pagar impuestos -lo que los economistas llaman el problema del polizón-, pero incluso en nuestra sociedad dividida, creo que existe un consenso generalizado sobre quienes son más capaces de pagar impuestos, porque sucede que poseen más dinero, deberían cargar con una mayor proporción de este deber.

Las elecciones de 2022 muestran que, como mínimo, una gran proporción del electorado quiere pasar página de la política “a lo Trump”. Los votantes perciben los retos que hay por delante y que podemos hacer un mejor trabajo abordándolas juntos mediante un debate civilizado e informado. Los estadounidenses están cansados de las tácticas de los insultos y el miedo. Se den cuenta o no, en su mayoría apoyan una agenda progresista y su promesa de mejores niveles de vida para todos.

 Traducido del inglés por David Meléndez Tormen

Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de economía, es profesor titular en la Universidad de Columbia y miembro de la Comisión Independiente para la Reforma de la Tributación Corporativa Internacional. 

Copyright: Project Syndicate, 2022.

www.project-syndicate.org

 


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