Los partes militares son catastróficas para Alemania; en África, en el Cáucaso (…) y Stalingrado parece que está perdida. [Y ante la clara derrota en un futuro agrega que los Aliados al vencer van a desmembrar el país] Porque ¿cómo van a confiar los enemigos en una Alemania no desmembrada? (“24 de enero de 1943” en Victor Klemperer, 2002, Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-45).

En otro diario a lo interno del Tercer Reich al igual que el de Klemperer, podemos leer cómo para el 2 de febrero ya los alemanes sabían que el mariscal Friedrich von Paulus y su VI Ejército con más de 330.000 soldados había dejado de existir al ser capturado o muerto en la ciudad del Volga. La dictadura no lo ocultó (Friedrich Kellner, 2018, My opposition. The Diary of Friedrich Kellner – A German against of Third Reich). El impacto fue de tal magnitud que se declaró luto nacional por tres días a partir del 4 de febrero, cerrando todos los cines y teatros, y en la radio solo se escuchaba música solemne. El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, escribe en su diario: “Es una hora sombría para el pueblo”. Toda persona con un mínimo grado de sentido común sabía que la derrota final era cuestión de tiempo. Los testimonios y la historiografía así lo comprueban. Stalingrado es el verdadero punto de inflexión en la Segunda Guerra Mundial, y el inicio del avance Aliado hasta la lograr la victoria.

Algo muy distinto ocurrió en el Ejército Rojo y todas las autoridades de la Unión Soviética. No solo iniciaron una gran ofensiva en todos los frentes al comenzar 1943, tal como describimos hace tres semanas en el artículo dedicado a Leningrado; sino que al caer Stalingrado diseñaron planes para nuevos avances. Ascendieron a miles de soldados y oficiales, otorgando más de 10.000 medallas (Jochen Hellbeck, 2012, Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich). Los Aliados se llenaron de una profunda confianza que animó a nuevas naciones a colaborar en el esfuerzo de guerra, pero especialmente el movimiento de resistencia en las regiones ocupadas incrementó el número de reclutas y colaboradores. El Reich pasaba a la defensiva, la cual demostró una creciente crueldad; y paradójicamente la repetición de actos suicidas siguiendo la orden que le dio Adolf Hitler a sus soldados de Stalingrado: “Prohíbo la capitulación. Las tropas deberán defender sus posiciones hasta el último hombre y el último cartucho, para que con su comportamiento heroico contribuir a la estabilización del frente y la defensa de Occidente”.

La derrota en Stalingrado fue un hecho cuando fracasó el intento de rescate del VI Ejército sitiado en diciembre. La causa, tal como explicamos en el artículo respectivo, fue la negativa del general Paulus a desobedecer la orden que le dio el Führer de no intentar huir de la ciudad buscando romper el cerco (es decir, ir al encuentro del ejército de von Manstein que luchó por abrir una brecha). El abastecimiento aéreo diario no pasó del 30%, por lo que el hambre y la falta de municiones fueron más efectivos que la reducción del sitio por parte de los rusos. Dicha reducción se inició con la “Operación anillo” el 10 de enero, un día después que el comandante alemán no aceptó el ultimátum soviético de rendirse.

La comida comenzó a escasear de manera drástica al pasar los días y al desaparecer todo animal doméstico, incluidas las ratas. Las enfermedades y el derrumbe de la disciplina militar ya era un hecho entre los combatientes germanos, para el momento de la ofensiva soviética. Los rusos se centraron en la toma de los dos principales aeródromos donde aterrizaban los transportes de la Luftwaffe. El último avión saldría el 18 de enero, por lo que comenzaron a lanzar suministros en paracaídas aunque tendían a caer en manos enemigas. El 26 de enero se dividen en dos bolsas una al norte y otra al sur, la del sur con el recientemente ascendido a mariscal Von Paulus se rinde el 31 de enero y la del norte el 2 de febrero; aunque algunos pequeños grupos siguieron luchando hasta marzo en los sótanos y túneles. Era una demostración de lo mucho que costaría derrotar a todo el Ejército alemán.

Sir Winston Churchill concluirá en su obra sobre la Segunda Guerra Mundial: “De este modo acabó el prodigioso intento de Hitler por conquistar Rusia por la fuerza y destruir el comunismo mediante una tiranía totalitaria igualmente odiosa”. La semana que viene analizaremos otra victoria aliada pero en el Pacífico: Guadalcanal.


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