Foto EFE

La trágica muerte de Sebastián Piñera ha conmocionado al mundo democrático. El presidente Gabriel Boric ordenó un funeral de Estado y un duelo de tres días para honrar a este empresario ganado para la política que ejerció la presidencia de Chile en dos ocasiones (2010-2014 y 2018-2022).

El funeral está previsto para hoy, con la presencia de expresidentes de naciones de la región y representantes de gobiernos en ejercicio, además de familiares y amigos del exmandatario y personajes del mundo político, social y económico local. En paralelo, medios chilenos inician la tarea de identificar y evaluar el legado de Piñera.

Miembro de una familia con trayectoria política en la democracia cristiana, el ingeniero comercial y empresario que fue Sebastián Piñera construyó una sólida fortuna en su país fruto, le reconocen, de detectar dónde estaban las oportunidades y saber sacarles provecho. El profesor de Ciencia Política en la Universidad Diego Portales, Claudio Fuentes S., apunta que al expresidente ni pertenecía ni le interesaba la militancia política y cuando abordó el árido terreno de la política aplicó sus códigos del mundo de los negocios.

Primer presidente de derecha desde 1964, Piñera no resultó cómodo para los propios partidos de la derecha chilena que lo apoyaban. Fuentes señala que no abrazaba el pinochetismo -votó No en el célebre plebiscito de 1988 que inició el fin de la dictadura- ni comulgaba con las ideas conservadoras tradicionales, de manera que durante sus dos gobiernos optó por rodearse de gente afín a él, una suerte de «piñerismo» que le generó frecuentes tensiones en su propio sector.

El editorial del diario La Tercera recuerda que el primer gobierno de Piñera supuso el reto de ganar la confianza ciudadana para esa derecha marcada aún por los recelos derivados de su vinculación al régimen militar. «Piñera quebró esa desconfianza y abrió un espacio para la derecha democrática».

En sus dos períodos presidenciales, el exmandatario enfrentó situaciones de hondo impacto social y político. En el primero, el terrible terremoto de 2010 apenas asumido el mandato, que lo obligó a reacomodar la agenda de su gobierno; y el rescate de los 33 mineros de la mina San José que implicó un gran despliegue logístico que transformó el derrumbe en una gesta de repercusión mundial. Su segundo mandato estuvo a punto de ser un naufragio con, primero, el denominado “estallido social” de finales de 2019 que puso en jaque la continuación de Piñera en el poder; y de seguidas la crisis de la pandemia de covid a la que Chile respondió con mayor prontitud que cualquier otro gobierno latinoamericano con la provisión adecuada de las vacunas.

El “estallido social”, con su halo extendido de vandalismo, puso al descubierto, sin embargo, las inequidades del promocionado modelo chileno que sirvió de referencia para alcanzar el crecimiento y progreso en América Latina. En el momento de mayor convulsión, con su popularidad por los suelos, Piñera apostó por un acuerdo por la paz y una nueva Constitución, que abrió una válvula de escape a la crisis política y diseñó la agenda de los últimos años de su país. Convocado a las urnas en sucesivas oportunidades, el pueblo chileno rechazó los proyectos constitucionales de reemplazo de lo existente, uno más a la izquierda, otro más a la derecha.

Las voces más consistentes, de una acera y otra, han coincidido en resaltar el talante democrático de Piñera, que no es poca cosa en nuestra atribulada región. Para la causa democrática venezolana, se va un hombre que alentó la recuperación plena de las libertades en nuestro país.


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