Estados Unidos ha estado abandonando la buena relación que lo unía con el medio latinoamericano en más de un campo. En esos mismos y recientes años de distanciamiento hemos visto al gran titán chino ocupar allí crecientes espacios de influencia. Su actividad en la región ha comenzado a dejar una importante huella en el terreno de los negocios, el comercio y la infraestructura, mas no así en lo cultural, en donde Estados Unidos sigue llevando la batuta de la transculturización. El ciudadano latinoamericano no siente afinidad ninguna con lo chino, sus idiomas le resultan inaccesibles y sus costumbres son incomprensibles además de divorciadas de las heredadas de la España de la conquista.

En el siglo pasado Washington desarrolló una proactiva estrategia de acercamiento en lo educativo, en lo tecnológico y en lo cultural que sirvió para aceitar las relaciones intra continentales. Un dato apenas: en 2017 había en Estados Unidos 73.000 estudiantes latinos de tercer nivel mientras que en China apenas rozaban los 2.000. También las estadísticas muestran que más de un millón de estudiantes extranjeros viajaron por año a Estados Unidos antes de 2020.

Hacer accesible a los latinoamericanos el conocimiento de las interioridades de China, su idiosincrasia, su historia milenaria, su devenir como potencia moderna no ha sido una prioridad para Pekín hasta nuestros días. Y si bien es cierto que lo cultural ha sido ajeno a la febril actividad de los negocios, Pekín está tratando de enmendar la plana. El intercambio educativo comienza a aflorar en las relaciones bilaterales como una manera de acelerar el conocimiento mutuo y provocar formas de consustanciación que trabajen en favor de la aceptación de la dinámica, de la forma de ser y del comportamiento de los asiáticos y que despeje el fantasma de la “dominación” china que tanto se explota por parte de sus detractores en la región.

En la pasada década el número de estudiantes internacionales en China creció exponencialmente llegando a medio millón de inscritos en 1004 instituciones de educación superior. El programa “Estudia en China” fue ideado para incorporarse en la iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda de manera que el país pueda convertirse en un destino de calidad internacional y se ha convertido en parte del discurso político de “rejuvenecimiento” nacional. En el caso de Latinoamérica, en diciembre de 2021 fue firmado un acuerdo con el Celac en el que Pekín ofreció 5.000 becas a estudiantes latinoamericanos entre 2020 y 2024, además de 3.000 plazas para capacitación en suelo chino. Esta es una nueva manera de efectuar un contrapeso a la penetración que Estados Unidos protagoniza al sur del Río Grande.

El pragmatismo chino ha ido siempre por delante de sus intereses ideológicos. Es por ello que los negocios han estado a la cabeza de la relación. Pero lo que es una realidad es que, aparte de extraer un beneficio económico, resulta imperativo validarse culturalmente frente a los países con los que la relación es más estrecha. Es preciso avanzar en el terreno de la aceptación de la marca “China” y es ello lo que explica el interés de instaurar sistemas de becas para estudiar en las ciudades de ese país. Chile es un buen ejemplo. Allí han sido ofrecidas 20.000 becas. No sorprende, pues, que la nación austral se encuentre dentro de la lista de los 15 países con mayor influencia china en el planeta.

Pekín está, pues, interiorizando al fin que una manera de dejar una huella cultural indeleble es anudar lazos en el campo de lo educativo.


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