¿Cuántos miles o millones de judíos más —entre otros blancos de la más vil persecución— habrían muerto si la vida del régimen nazi se hubiese prolongado otros cinco o diez años por entregarse los aliados a «pacíficas» seudonegociaciones con quienes estaban resueltos a materializar, de un modo u otro, su criminal imperio supremacista?

¿Cuántos cubanos habrían sobrevivido en los últimos 60, 50 o 40 años si la comunidad internacional hubiese ayudado a la ciudadanía de Cuba a arrojar el tinglado castrista al mar luego de corroborar su índole opresora y asesina?

¿Cuántos crímenes de lesa humanidad, en fin, se habrían evitado en el mundo si sus fuerzas democráticas hubiesen comprendido hace décadas que lo auténticamente ético y cónsono con la procura de la paz global es un efectivo accionar conjunto que evite el ascenso o mantenimiento de sistemas que constriñan o supriman el Estado de derecho y que se pretendan perpetuar a cualquier costo?

Cuando sobre tales cuestiones se reflexiona con serenidad y en profundidad, pronto se hace patente que las nociones de ética y paz con las que algunos bienintencionados con peso dentro de la sociedad venezolana —y otros personajes menos «inocentes»— justifican hoy el vano electoralismo y la infructuosa seudonegociación, como supuestas vías emancipadoras, son completamente erróneas —e inadvertidamente criminales—.

A algunos se les escucha repetir, verbigracia, que el largo tránsito de tales vías terminará evitando el «baño de sangre» en el que, según ellos, se traduciría una acción combinada de fuerzas externas e internas con la que se busque ponerle fin con celeridad al régimen chavista, pero lo que jamás ellos dicen, por no quererlo admitir o por perderlo de vista, es que la innecesaria prolongación de una inefectiva lucha, en la que han predominado inconvenientes recorridos de laberintos sin salidas como el de la reiterada seudonegociación, ha segado cientos de miles de vidas en el país como consecuencia del progresivo incremento de la persecución, la criminalidad, la hambruna, la morbilidad y otros males, y de la sustantiva merma de las capacidades requeridas para combatirlos que esta ha permitido.

Son cientos de miles, si no ya millones de muertes, que de otro modo se habrían evitado. ¿Y no constituyen esas muertes un «baño de sangre» que se ha prolongado por más de dos decenios?

El problema es que este se ha perpetrado con cuentagotas, y claro, dejando a un lado el hecho de que cada vida importa, más impacto mediático genera la siega de cien en un día o una semana que la de un millón en el transcurso de varios años, tal como ha ocurrido en la Venezuela tiranizada por el chavismo.

La gran pregunta entonces, considerándose lo anterior, es si esa dosificación hace tolerable y aun aceptable el exterminio, y la respuesta es un rotundo «¡Ni mucho menos!». No obstante, son aquellas tolerancia y aceptación lo que las mencionadas minorías pretenden que se tome tanto por lo ético como por lo requerido para la «pacífica» recuperación de la libertad.

Unos, sin duda, procuran esto en cuanto colaboracionistas. Otros, sin embargo, lo hacen por una buena fe que guía la malinterpretación de esas nociones de ética y paz que no deja de ser inadvertidamente criminal, como cabe reiterar, por albergar ellos el anhelo de hacer un gran bien; algo que debe tener en cuenta la sociedad venezolana en todo momento para no dejarse arrastrar por peligrosísimos desaciertos.

El hecho de que una persona con peso sea proba y busque el bien no significa que todo lo que proponga o haga será siempre lo correcto y beneficioso, por cuanto la infalibilidad es un atributo que no posee ningún ser humano.

En todo caso, la inconveniencia del electoralismo y la seudonegociación en la actual coyuntura venezolana es mayor que antes, como lo ha puesto de manifiesto el reciente informe de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas sobre la situación de estos en Venezuela, que da cuenta de una sistemática actuación delincuencial, orientada a la indefinida retención del poder, que ha conducido a tal grado de deterioro que hace imperativo un más presto accionar emancipador.

Y a propósito de esto último, mucho se ha repetido también que la lucha por la libertad en Venezuela no debe acometerse con prisa, pero si la presteza, asumida con reflexividad, conciencia del momento histórico y claro sentido de la oportunidad, no hubiese guiado las acciones de los aliados en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, solo Dios sabe en qué clase de peor distopía se estaría ahogando la humanidad hoy.

@MiguelCardozoM


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