“Al salir de Ítaca,

En contra de su voluntad.

Ulises sabía

Que un día iba a regresar.

Eneas no podía

De esa manera hablar;

Ni una teja iba a quedar;

Adelante le esperaban

El peligroso amor

Y una ciudad por fundar

Cuando emprendas tu viaje,

Sin saber dónde llegar,

Ruega a tus dioses que no te hagan demorar;

Y, segura del regreso,

Tu casa con su techo

Se puede levantar”.

Alejandro Oliveros.  Le Royame perdu

Si existe una maldición cruel, es saber los males que van a acontecer y no poder hacer nada para evitarlo, siendo este el fatal destino de la princesa Casandra durante la Guerra de Troya, fiel creyente del dios Apolo, Casandra pidió de manera ferviente poder adivinar el futuro, es decir, tener el don de la profecía, habilidad que se encontraba bajo el amparo de esta deidad, era tal el fervor de Casandra, que Apolo decidió conferirle este don, solo si la princesa troyana aceptaba ser su pareja, pues el dios del sol se encontraba prendado de la muy creyente Casandra. Una vez cumplido su deseo, rechazó al dios Apolo y este la maldijo, escupiendo dentro de su boca y conjurándola para que nadie en la tierra creyera en sus predicciones.

Dotada entonces del don adivinatorio, Casandra vivió toda su vida atormentada por conocer el futuro y los males que este traía, pero inhabilitada para lograr cambiar el destino de los acontecimientos, así soñó con Paris, su hermano trocado en tea ardiente, pues a causa del rapto de Helena se iniciaría la guerra y la caída de Troya, las inmensas murallas de la ciudad y el auxilio de muchos reinos aliados no impedirían la caída de la ciudad en manos de los violentos griegos.

Luego de la muerte de Héctor, el protector de la ciudad, y el fallecimiento de Aquiles, aquel mirmidón belicoso, homicida de su hermano a manos del hábil Paris, Casandra podía ver que la huida de la griegos era una farsa, así como advertía el destino de todos sus compatriotas y el de la corte de Troya; horrorizada, sabía que la ciudad caería en manos de los ejércitos griegos, veía el destino cruel de su hermana Polixema, otrora comprometida con Aquiles, el de su madre Hécuba, quien sería convertida en perra por la ira de Atenea, y hasta el cruel destino de su cuñada Andrómaca y el de su sobrino Escamandrio, quien sería lanzado desde las almenas de la ciudad una vez tomada, pero nadie tomaba en serio a esta atormentada princesa.

En vano Casandra advertía a los troyanos sobre el peligro de aquel caballo de madera dejado como tributo por los supuestos invasores extenuados y vencidos luego de nueve largos años de hostilidades, por toda la ciudad amurallada gritaba desesperada, que el vientre de aquel caballo había un grupo de guerreros, pero nadie fue capaz de creerle; vale la pena indicar que Laocoonte, sacerdote de Apolo, llegó a creerle a la atormentada Casandra, pero la acción vengativa de Poseidón, dios del mar, lo llevó a ser devorado junto a sus hijos por unas terribles serpientes marinas, a los fines de que no pudiera advertir sobre el ardid de aquel caballo de madera. Así pues, aquel trofeo de guerra fue ingresado en la ciudad amurallada y el ejército que se escondía en sus entrañas pudo abrir las puertas de la ciudad y permitirle al resto de los griegos apostados en las cercanías tomar la ciudad e incendiarla.

Casandra, desesperada, se escondió en el Templo de Atenea, a los fines de evitar ser cautiva, pero ni siquiera esa acción la pudo librar de su destino, y en la peana del Paladión – nombre de la estatua de Palas Atenea- fue tomada por el violento y torvo Ajax, uno de los más hostiles enemigos de Troya; abusada, despojada de sus tesoros, y convertida en un verdadero objeto, fue entregada al mismísimo Agamenón, rey de Micenas y líder de los ejércitos griegos, pero ni aun en esas terribles condiciones el don de la predicción la abandonaría, en el bajel que la conducía a Grecia, pidió al soberbio Agamenón que no la llevara a su reino, pues tanto ella como él serían víctimas de la ira de la reina Clitemnestra y perderían la vida, obviamente sus advertencias no se tomaron en serio y tanto Casandra como Agamenón, fueron víctimas del odio de la infiel Clitemnestra, quien les quitó la vida.

Esta leyenda griega, como todos sus relatos mitológicos, buscan alertar sobre los riesgos de apartarse de las virtudes del buen vivir para el bien común. Un talento o habilidad como la intuición llevados al límite de la adivinación, estaba conjurado por la ausencia de prudencia, pues Casandra no evaluó las consecuencias al rechazar al dios Apolo. Una vez le fue concedida la gracia adivinatoria, la absoluta indiferencia e indolencia de los troyanos los conducirían al destino fatal de las llamas, la esclavitud y la desaparición total, haciendo del Caballo de Troya un símbolo de aquel que simula una postura y oculta sus verdaderas intenciones perversas, podríamos indicar que referirse a alguien como un Caballo de Troya, es ya del común denominador, pero la maldición de no creer la magnitud de las consecuencias al no prestar atención a nuestros actos sigue siendo una constante entre muchas sociedades de este mundo tecnológicamente lleno de verdades parciales, liquidas, relativas e insoportablemente posmodernas.

¿Cuántas veces hemos advertido, sobre los riesgos que suponen para las democracias y las libertades, la presencia de sujetos con personalidades carismáticas de corte populista?, infinidad de advertencias se han realizado, innumerables horas invertidas en educar a la sociedad, pero cuando el pueblo es en sí mismo el mal menor, pues decidió voluntariamente darle la espalda a los buenos hábitos y aceptar las lisonjas de quienes se esconden en los huecos mensajes de una narrativa para dominar e instalar el caos; cualquier llamado que se haga a la sindéresis será desde luego inobservado y absolutamente desechado, pues se adolece de hábitos para convivir con las virtudes y se apuestan a los vicios, así bajo el signo perverso de Casandra, hemos vivido signados por no ser tomados en serio. En relación con las advertencias que se hacen sobre el déficit de las democracias en nuestro golpeado continente y los Caballos de Troya, que vacíos de contenido se encuentran inoculados  de un desprecio    connatural hacia el Estado de Derecho, pero que ofrecen justicia social, amor, equidad y prosperidad, ocultando en sus entrañas el deseo por perpetrarse en el poder.

Asistimos pues a la entrada del Caballo de Troya, que es la izquierda aviesa, anquilosada y atávica que se expande cual plaga por toda América Latina, aún hay incautos que creen nimio al Foro de Sao Paulo, con su consigna de dispersarse por todo el continente, aún hay quienes piensan que un ex guerrillero, militante del M19, puede lograr resultados distintos en Colombia que los generados por su emulo en la destruida Venezuela, somos tan ciegos como lo fueron los troyanos, tan indolentes como aquellos expoliados teucros y obviamente escindidos de virtudes, no somos capaces de advertir como son solapados los vicios en los repetitivos planes por permanecer en el poder.

¿Se puede esperar un resultado distinto al de Venezuela en la recién extraviada Colombia?, la respuesta es una contundente negación, lo propio le ocurrirá a la flemática Chile en manos de Boric, a la reiterativa Argentina en manos de Alberto Fernández, en el Perú bajo el fundamentalismo ignaro de Castillo, a Bolivia en manos de Evo Morales y a México en poder de López Obrador, falta que caiga Brasil en las manos de Luis Ignacio Da Silva y el  cuadro de la Troya en llamas estaría completo, así teñiríamos de rojo fracaso el rostro de todo un continente, quedando solo el diminuto Ecuador, pero el destino de ese tambaleante gobierno presenta señales de abordaje y captura por parte de esta izquierda anquilosada y aviesa.

Solo fue suficiente escuchar el discurso de Petro para advertir no solo los paralelismos discursivos, gestuales e histriónicos que le fueron comunes a Castro y a Chávez, sino que además pudimos observar su absoluto primitivismo, al indicar que estábamos en las fases de la agonía del sistema capitalista y que posteriormente a la crisis de este sistema se impondría el socialismo como única vía de resolución de la iniquidad, un atavismo heredado de los folletos de la extinta URSS. No cabe la menor duda de que el destino de Colombia será un caos terrible, pues este gobierno se encargará de pasar facturas y de cobrar venganza tras las frustraciones de los grupos irregulares que no pudieron tomar el poder de manera fáctica, pero lo hicieron morigerándose en el Caballo de Troya de la posverdad en el discurso y pivotados en la indolencia de los incrédulos, seguimos signados por la marca de Casandra,  asistimos como esta sibila princesa al conocimiento, no adivinatorio, sino lógico y formal, a la destrucción de nuestras realidades inmediatas sin poder hacer nada.

Expoliados de racionalidad, de ética y estética para distinguir lo bueno de lo malo, así como lo bello de lo horrendo, asistimos a este festival de entropía, de caos y de desarme de la República, la cual no puede reposar en bases de buenos hábitos firmes, pues sencillamente le hemos dado la espalda al buen vivir y nos decantamos por vengadores que incendien literalmente nuestros países, hasta reducirlos a las cenizas, siendo los usurpadores quienes conduzcan esta Radeau de la Médese, al puerto de sus apetencias sin contención moral alguna, vamos en el bajel de Agamenón acercándonos a nuestro destino, y aunque nos empeñemos en advertir el inexorable fracaso, seremos tomados por orates, academicistas, apolíneos en juicios, pero jamás la terquedad de nuestras sociedades inmersas en la pobreza del espíritu, la lengua y la materialidad, ni tan siquiera nos darán el beneficio de la duda, configurando la despiadada maldición de predecir las desgracias pero no lograr revertirlas.

Como corolario, el espíritu de esta entrega quincenal no subyace en el odioso recordatorio de advertir lo que viene, sino en la lección de aprender a escuchar las razones, pues rara vez el pueblo o las multitudes tienen la razón, y haciendo un ejercicio de necesaria docencia social, esa falacia que reza: “La voz del pueblo es la voz de Dios” es un juicio contradictorio, por inexistente y antinómico, la voz del pueblo es la voz de la multitud de la oclocracia, bajo cuyo imperio se extravían la intuición, la prudencia, la estética y la sabiduría. Es muy duro estar signado por la maldición de Casandra en medio de los relatos de la incredulidad y la maldad absoluta. Por ahora solo puedo sentir angustia por Colombia y pena por el continente y haciendo exegesis con mi marco de formación, la única vía para curarnos del odio populista y la inviabilidad socialista se encuentra en la concreción de un robusto plan de crecimiento económico, a la par del imperio de las virtudes ciudadanas y el exilio de la corrupción, la malversación y las posturas acomodaticias con el mal, nadie se encuentra a salvo, la tea ardiente del socialismo troglodita dará ígneo final a quienes advertimos y a quienes fueron indolentes, y será el némesis de los tartufos y circundantes, quienes creen que arrodillándose al captor pueden estar a salvo. Recordemos a Casandra la sacerdotisa, la hicieron cautiva postrada de hinojos ante la representación de la diosa Palas Atenea, su inconsistencia era repugnante para la diosa de la guerra y la sabiduría, y bajo sus ojos de mochuelo, comenzó el expolio, la violencia y la saña que llevarían a la muerte a Casandra.

Agamenón: “Apolo, Apolo!

Dios de todos los caminos, pero solo la muerte para mí.

Una y otra vez, ¡oh tú, llamado Destructor,

me has destruido, tú, mi amor de antaño!”

Casandra: Consentí casarme con Apolo, pero rompí mi palabra. … Desde esa falla no pude persuadir a nadie de nada.

Agamenón de Esquilo.

 

 


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