Gally de Mamay

Hace noventa años llegó a Venezuela la bailarina rusa Gally de Mamay, presuntamente ex integrante del elenco de los revolucionarios ballets de Sergei Diaghilev durante su etapa final. Se le tiene como la primera maestra en dictar clases de danza académica en el país. Llegó al Caracas alrededor de 1930 y pronto comenzó a enseñar en los salones de las residencias de las niñas de las altas esferas sociales caraqueñas.

Su presencia en la historia de la danza escénica venezolana es todavía hoy difusa. Su personalidad huraña y retraída seguramente contribuyó a no dejar mayores rastros de su estadía en Caracas durante los años treinta al cincuenta del siglo pasado.

Con De Mamay se inicia en el país de manera primaria y elemental el proceso de formación dentro de la danza clásica. No había interés ni preocupación por parte de la legendaria maestra de brindar un desarrollo técnico a sus alumnas. El énfasis era puesto en sus posibles aspectos histriónicos y expresivos, todo en sintonía con el medio social y cultural de la Venezuela de comienzos de la década de los años treinta, que no reconocía la danza como un proyecto de vida profesional, sino como un atributo más de unas jóvenes predestinadas a una vida familiar.

La socióloga Clementina de Acedo, ex alumna de la maestra de los montes Urales, en su ensayo “Recuerdos de Gally de Mamay”, publicado en la revista Imagen en 1991, uno de los pocos testimonios ofrecidos sobre su desempeño docente y artístico en Caracas, asevera que la época no fue su aliada, y que a una concepción “diaghileviana” del bailarín que debía entrega absoluta a la danza con exclusión de su vida sentimental y del disfrute de un tiempo de ocio, se sumó una consideración social del ballet por parte de una minoría, que si bien le abrió complacida las puertas de sus salones, lo limitó a un ámbito cerrado, sobre todo amateur.

Dos de sus estudiantes de ese primer tiempo destacaron como discípulas aventajadas: Luisa Zuloaga de las Casas, convertida luego en una renombrada artista plástica, y Belén Álamo Ibarra, en quien se reconoce a la primera maestra venezolana en asumir la enseñanza del ballet.

Luis Zuloaga de las Casas

De la Nena Zuloaga, Gally destacaba sus condiciones innatas y su singular temperamento escénico, sobresaliendo notoriamente en las danzas de carácter europeas. Para ella creó, entre otros estudios coreográficos, una versión de Claro de luna, de Debussy y Niebla, con música especialmente compuesta por Pedro Elías Gutiérrez, que ejecutaba en las galas ofrecidas en la residencia paterna de Muñoz a Solís, las cuales finalizaban con la interpretación de La muerte del cisne, de Saint Saëns, por parte de la maestra.

En cuanto a Belén Álamo, fue la responsable del área de danza de un proyecto educativo oficial inédito: la Escuela de Arte Escénico, fundada en 1936 bajo la presidencia del general Eleazar López Contreras, durante el período de transición política que siguió la era gomecista, siendo ministro de Instrucción Pública el escritor Rómulo Gallegos. El centro funcionó en el Teatro Nacional de la esquina de Cipreses, bajo la conducción del escritor Luis Urbaneja Achelpohl y la coordinación del actor Eduardo Calcaño.

Las actividades de formación de la Escuela de Arte Escénico son destacadas por Belén Núñez, maestra y pionera de la televisión nacional, en su libro Ballet Venezolano: Inicio y desliz, como algo verdaderamente excepcional para la época:

“Poseía barras, espejos, piso de madera y jóvenes talentos que buscaban cumplir sus anhelos. Las clases eran diarias en horario matutino y llegaron a contabilizarse alrededor de cincuenta alumnas, no todas principiantes, que buscaban entrenamiento y sabiduría (…) La primera presentación de la Escuela fue el 16 de abril de 1937, con el montaje de Cuerpo y alma , obra original de Linares Rivas (…) El Ballet –las muchachas de Belén– bailó un minué de Mozart, metidas en trajes cortesanos y peinados mozartianos. También interpretaron un vals de Chopin –caballo de batalla de la época– porque lo especulaba mucho Gally. Lucieron trajes románticos que buscaban el ballet blanco”.

Al cierre de esta institución de muy corta vida, Belén Álamo Ibarra dictó clases particulares en su residencia de la Hacienda Ibarra, donde hoy está establecida la Ciudad Universitaria de Caracas, así como también en casonas privadas de la urbanización El Paraíso.

Gally de Mamay, la maestra de los ojos claros, señaló caminos, formó cuerpos y forjó espíritus. Los prejuicios de una sociedad cerrada y contradictoria, que admiraba la danza y la rechazaba al mismo tiempo, impidieron un pronto y más amplio desarrollo en materia de formación a partir de sus directas enseñanzas.

Belén Álamo Ibarra

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