Al mundo le cayó encima el coronavirus como un meteorito inesperado, demostrando los frágiles que somos ante la terrible pandemia, tal cual como sucedió con el RMS Titanic en 1912, el mejor transatlántico de pasajeros construido hasta entonces; la fatalidad del hundimiento lo encontró desprovisto de suficientes botes salvavidas para todos los pasajeros: 1.497 almas murieron ahogadas, sobrevivieron 711 personas. A los países más desarrollados la pandemia los embistió sin el número de camas hospitalarias y respiradores en número adecuados.

Deseamos que el mundo cambie para bien ante la emergencia global que puso en evidencia que somos una pequeña y frágil aldea.

Previo al coronavirus estábamos mal, el régimen con sus atrocidades desplegadas en 21 años, marcados por un deterioro notorio redujo prácticamente a Venezuela a la categoría de un ex país. La corrupción, la desinversión y el desvío de recursos explica lo que está sucediendo con la electricidad, el gas doméstico, el agua potable, la telefonía básica, celular e Internet. Esta comprobación realizada in situ por Bachelet consta en el informe de Naciones Unidas.

La OMS ratifica las carencias descritas cuando habla de un sistema de sanitario destruido, con falta de agua potable y flota de transporte para movilizar al personal sanitario a sus sitios de trabajo. El plan A, B y C de la mayoría es contar con transporte público para desplazarse. No hay otro. Se le suma los incendios forestales desatados que causan problemas respiratorios.

Un país petrolero sin combustible, sin movilidad, por la destrucción de Pdvsa, nos coloca en una especie de toque de queda. Condujeron al país a una ruina insólita y la caótica situación hace inevitable las protestas por falta de comida, agua y gasolina.

El papa Francisco pide al Señor de la vida “que permita alcanzar soluciones prácticas e inmediatas en Venezuela, orientadas a facilitar la ayuda internacional a la población que sufre a causa de la grave coyuntura política, socioeconómica y sanitaria”. Ciertamente, la ayuda que necesitamos es de pan y no de fusiles rusos.

El problema político impide la normalidad, nos agarró la pandemia en tremenda debilidad, la economía desbastada, arrastrando y aumentando los problemas. No hay recursos a lo interno y a lo externo. Los bolsillos del pueblo se encuentran agotados para el segundo confinamiento. El régimen llega a su envilecimiento total, que podemos apreciar en su evolución negativa de político-policial-criminal. Equivale a la bomba solo-mata-gente de que hablaba Carlos Andrés Pérez.

La dictadura aprieta el control y merma la libertad y la información. Las cifras que ofrece valen lo mismo de las que da el CNE. Asumieron el mundo de la mentira.

Hoy la mejor solución es el cese de la usurpación. La intervención de la soberanía popular se hace necesaria ante la gravedad del drama. Se añade la situación penosísima que atraviesan 5.000 compatriotas que regresaron de un exilio forzado, distribuidos entre hombres, mujeres y niños en refugios de 300 personas sin condiciones sanitarias. El régimen mera copia del modelo cubano no quiere que nadie regrese. Demandamos medidas humanitarias de protección para ellos e insistimos que le permitan volver a sus casas. al igual que lo pedimos para los presos políticos.

¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados, ni exiliados!

 


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