La lucha de los que están seriamente comprometidos a superar la hegemonía roja tiene que ser contra esta y los horrores que le inflige a la nación venezolana. No debe ser una lucha entre sectores opositores para tratar de alcanzar el protagonismo principal. Una contienda de ese tenor no genera esperanza sino confusión, y desde luego contribuye a lo único que le interesa a la hegemonía de Maduro y los suyos: seguir donde están.

Y repito la expresión: «seriamente comprometidos», porque no faltan los que están aparentemente comprometidos, pero esa apariencia ya se sabe bien que es complicidad con el poder. Sus tratativas son harto conocidas y tienen una muy limitada capacidad de persuasión o convocatoria, aunque la propaganda oficialista, busque dar la impresión de lo contrario, sobre todo en los ambientes foráneos donde todavía hay respaldo.

En la lucha opositora, es decir, la comprometida, hay gente valiosa y valiente. No creo que haya diferencias ideológicas insalvables, aunque diferencias las hay. Como no tenemos partidos de masas con direcciones colectivas de alto nivel, resalta la personalidad mediática por encima del conjunto, y eso puede hacer más frágil la posibilidad de entendimientos sólidos, que puedan sostenerse a pesar de los vaivenes de las corrientes de opinión.

No se deben descartar las plataformas opositoras que tienen un afinque institucional, así sea formal, y que por ello reciben reconocimiento internacional. Tampoco se deben descartar a los grupos o personas que exigen unas posiciones más beligerantes, y que están de franco desacuerdo con las tramoyas de «diálogo» con los ocupantes de Miraflores, incluyendo, en primera posición, a los patronos cubanos. No se debe descartar a nadie que luche con honradez y decisión.

La lucha acertada es la lucha para liberar a Venezuela de la hegemonía roja. Liberación que exige antes, durante y después, todo el apoyo de la comunidad democrática internacional, conforme a los fundamentos de la Constitución formalmente vigente en Venezuela y del Derecho Internacional, en especial en defensa de los derechos humanos y de la ayuda humanitaria.

Eso no es «realismo mágico» sino realismo político, que debe complementar la movilización política interna, que mientras sea más intensa sería más eficaz. De allí que el tema de la conducción política venezolana sea esencial. Equivocar la lucha parece más fácil que acertar en la estrategia. Pero no por ello se debe bajar la guardia o defender lo indefendible, como los fraudes comiciales. La lucha debe continuar para que el cambio sustancial sea una realidad positiva en nuestra patria


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