Si la lucha de una vida, en el plano general de lo político, económico y social, tiene como objetivos la democracia, la República civil, el respeto de los derechos humanos, la justicia social y la libertad económica, todos estos consagrados en la Constitución formalmente vigente, entonces la lucha no puede ser más legítima y más obligante.

Máxime cuando todo ello se encuentra aplastado por una hegemonía despótica. No hay atropello que deba amainar o hacer retroceder la fuerza de esta lucha. Al contrario, la debe fortalecer.

Cierto que el miedo es libre. Pero no se trata de ausencia de miedo, sino de sobreponerse para seguir adelante. En mi caso, sólo represento a mi conciencia. No soy líder de nadie y de nada. Pero observo que una mayoría abrumadora de la nación rechaza el continuismo del presente. Mi granito de arena va en esa dirección.

Que no se limita a rechazar, o ser una postura negativa; también a impulsar un cambio de raíz, que es un anhelo positivo. No quiero en estas líneas juzgar ni mucho menos condenar, pero ojalá que todos los que están llamados a representar ese rechazo y esa ansia de cambio cumplieran su deber. En este sentido, la valentía de María Corina es un ejemplo.

Dejar de luchar por la intimidación que se expande día a día sería como traicionar por cobardía la lucha de una vida. Le pido a Dios que me salve de eso.


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