En días pasados Antonio Muñoz Molina escribió un breve ensayo en El País, «La edad de la ignorancia», que versa con agudeza y humor sobre la progresiva y acelerada impudicia de la falta de conocimientos en nuestros días. Para ello se vale de las altas esferas del poder estadounidense. Comienza con un vicepresidente que, a fines del siglo XX, perdió su opción presidencial y  su carrera política por corregir a un niño un error de ortografía que no era tal. Pasando por el descocado de Bush hijo que exhibía su ignorancia diciendo, por ejemplo, que sólo se  había leído un libro en sus estudios universitarios o trataba de presumir que era un agricultor y no el descendiente de una poderosa dinastía, a fin de ganar votos humildes. Sus estupideces fueron famosas y Muñoz lo considera el que abre propiamente, junto a Reagan, la era de la ignorancia, no cuando se la lamenta y castiga, como el error ortográfico, sino cuando se utiliza y exhibe, sin pena y con descaro. Y por último la más excelsa de Trump, “que no sabe leer dos líneas….” y  de cuyas imbecilidades se han  escrito ya tratados y que no vale ejemplificar por conocidos. Ahí se honra lo popular, lo distinto de los exquisitos, los sabihondos, los pedantes, los minoritarios elitistas.Y se ganan elecciones.(Nota: Se agradece la ayuda introductoria del excelente escritor español). 

Por estas tierras un tanto olvidadas del señor, esas cosas han sido mucho peores. Baste contar los cuarteleros que han ocupado nuestras primeras magistraturas para sacar una espantosa cuenta. Baste escudriñar a Maduro, Ortega y señora, Castillo y su sombrero, la señora Zelaya, Bukele y sus decenas de miles de presos, Bolsonaro, madame Kirchner y su banda, la interminable lista de corruptos y por ende sin luces ni moral por aquí y más allá, basten los de Odebrecht para tener que fajarse… Y si miramos hacia atrás, no les digo. Pero no es el caso hacer una antología de nuestros centenarios e inagotables ignorantes y pillos. 

Ni siquiera los de estos veintitantos años que dan para kilómetros de papel. Vea usted la televisión oficial una que otra noche –comience Con el mazo dando– o ciertos ornamentos de nuestras urbes o piense la destrucción de nuestras universidades e instituciones culturales o en las humoradas presidenciales, o en la historiografía de Chávez, piense en lo que hemos vivido simplemente, y llore y ría. 

Ahora bien, el madurismo ha sido una apoteosis de la ignorancia y la cursilería, Chávez al menos se quería grave y mesiánico. Pero en lo más notable de ese circo está un señor llamado Lacava, gobernador de Carabobo. Baste recordar que el símbolo omnipresente del caballero es el Conde Drácula, pero más precisamente el de las comiquitas no el de la novela de Bram Stoker. Lo ha representado en todas las formas, es su identidad permanente, vaya usted a saber la razón psiquiátrica. Lo curioso y lo triste es que gana elecciones. 

Bueno, ya usted lo sabe, se le ocurrió hacer un video de él y Maduro trajeados de superhéroes y Maradona y Chávez de ángeles que bajan y suben a los cielos. Juegan fútbol. Es espantoso estéticamente. Y bien, la hija del difunto presidente se disgustó mucho y les escribió un tuit con lo siguiente: “Simple: la mejor manera de honrar al comandante Chávez es siguiendo su ejemplo de vida, de humildad y entrega. NUNCA haciendo un grotesco video de unos tontos superhéroes. ¡¡Es una falta de respeto a la memoria de mi padre!! CHÁVEZ VIVE EN EL ALMA DE SU PUEBLO». 

La gracia salió una morisqueta y grave. Ahora qué hacer, camaradas. Pedir perdón, muy poco honorable, ya son grandecitos. Dividir el partido, un precio alto, altísimo. Nada, de repente declararse ignorantes y circenses en una edad en que es moneda corriente y que de repente, sin presentirlo siquiera, les saltó una liebre o el fantasma del famoso Conde. 


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