Los españoles tendríamos que tener la obligación de comprender, mejor que ninguna otra nación, la gravedad de la naturaleza y de las consecuencias de la mentira. Hemos padecido durante siglos los efectos perversos de una leyenda negra, impulsada e inspirada por nuestros enemigos de antaño, para debilitar el prestigio y la presencia de España en el mundo. La mentira pudo con la verdad, referida al papel de España singularmente en la América española, en su tarea de evangelización y colonización. La mentira nos encerró, nos limitó, acrecentó una desconfianza en nosotros mismos, nos acomplejó y al final nos llevó a las guerras intestinas del siglo XIX, a la confrontación interior.

La sociedad occidental está inmersa en un proceso de transición, de tránsito, de decadencia, de crisis, que se manifiesta inequívocamente en términos de desorden político y social. Este tránsito es común y compartido en todas las naciones occidentales, aunque se expresa en términos diferentes. En Estados Unidos, la transición polariza, y enfrenta como nunca, desde el final de la II Guerra Mundial, su base social. En Europa, se transita hacia la nada. En la América española, la decadencia les arrastra al totalitarismo de la izquierda y del comunismo. Y en España, se produce una síntesis entre la nada y la tendencia totalitaria.

España, sobre todo, atraviesa una peculiar transición, del crimen a la mentira, agazapada y escondida por un relato mentiroso y alejado de la verdad. Otra vez parece prevalecer la mentira. La crisis de la verdad se hace singularmente presente en España durante estas décadas, especialmente a partir del atentado determinante para nuestro futuro de aquel 11 de marzo de 2004; esto es, dos décadas definidas por la mentira. Quienes hemos vivido el presente y el pasado inmediato, tenemos la obligación de reconocer y aceptar que lamentablemente, hemos estado determinados en estos casi 50 años desde el arranque de la democracia, por la violencia terrorista. Utilizo el adjetivo «determinado», que no «amenazado», como ha sucedido en el resto de países europeos y occidentales.

El balance de este largo periodo ha sido en mi opinión inequívocamente positivo, pese a las dificultades tan complejas que estamos viviendo hoy. Quiero decir, por ejemplo, que la celeridad del proceso autonómico no se hubiese producido sin la violencia. Que la artificial definición de Comunidades autónomas, unas que acceden por la «vía rápida», el artículo 151, y otras por la «vía lenta», de acuerdo con el artículo 143, no se habría producido.

Que el concepto de «nacionalidades históricas», atribuidas a Cataluña, País Vasco y Galicia, recogidas en la Constitución, no se habrían aceptado sin la presión de la violencia. Que la práctica inexistencia de energía nuclear como fuente energética hoy en España no sería una realidad sin la brutal campaña de ETA contra la central nuclear de Lemóniz en los comienzos de los años ochenta. Que la dirección emprendida por España en la actualidad no se habría producido sin el atentado del 11 de marzo en 2004.

Hay muchos más ejemplos que justificarían el carácter determinante de la violencia para España. De ahí la explicación del singular tránsito que hemos vivido, desde el crimen brutal determinante a la mentira retorcida pero igualmente determinante. Para llevar a cabo esta singular transición que vivimos en España, se precisaba un proceso, y una metamorfosis del Partido Socialista y del conjunto de la izquierda española. Necesitaban transformarse en una alianza, no solo potencial, sino real, con ETA. Lo hicieron cuando esta última quiso, hecho que formalmente se confirmó en el gobierno emergido de la moción de censura del año 2018, bajo la falsa apariencia y mentira de una supuesta resolución judicial sobre corrupción.

Este proceso, este tránsito, ha tenido que ser opaco, oscuro, escondido, porque tenía un carácter impresentable para el conjunto de los españoles. Muchos dijeron que la mentira era un mal menor, porque el crimen es el mal mayor. Pero olvidaban que el mal menor siempre consolida el mal, porque entre otras cuestiones, el proceso, la paz, tiene la contrapartida del poder para los terroristas, primero en la sombra, y pronto, muy pronto, a la luz del día en los gobiernos de frentes populares en El País Vasco, Cataluña y Navarra.

Las leyes de memoria histórica y democrática, la ley de educación, la ley de bienestar animal, la de libertad sexual, las de género, la de diversidad familiar o la ley trans… entre otras, son la expresión de la mentira. La ampliación de la ley de aborto y la ley de eutanasia, se enmarcan entre el crimen y la mentira. El Tribunal Constitucional, una vez que el proceso referido se apodera de él, produce un calendario de aprobación de sentencias escandalosamente acelerado, en contraposición con la lentitud de periodos anteriores. El Gobierno no es la expresión de una coalición, ni de un gobierno Frankenstein; ni siquiera es un gobierno que busca el bien común.

Nos gobierna un proceso que busca la fractura social entre españoles que, por su propia naturaleza, es lo contrario. El fin justifica los medios, y con ello, la desnaturalización de las instituciones básicas y esenciales del estado. Y no todo vale, como dice la premisa esencial de la alternativa cultural sobre fundamentos cristianos en NEOS.

Arranca un proceso electoral, con las elecciones autonómicas y municipales del 28 de mayo, que culminará con las elecciones generales previstas para diciembre de este mismo año. La alternativa es la única respuesta y esperanza. Pero no solo es cuestión de relevo de siglas y de partidos en el poder. La alternancia tiene que ser una alternativa a este proceso, esto es, al tránsito del crimen a la mentira.

Poder competir con posibilidades de éxito con el frente popular y su proceso es las Comunidades en las que está a punto de alcanzar el poder, los partidos políticos de la alternativa no pueden permanecer indiferentes, y tienen que encontrar las fórmulas que ellos decidan para explicitar su «objeto social», su «función social», y entre la suma y la síntesis, porque la división y el mero testimonialismo les facilita a nuestros adversarios el proceso emprendido. No son «siglas», lo importante es su objeto social.

La Historia nos enseña que la leyenda negra, una mentira, fue perversa para España. El sentido común nos confirma y el futuro nos demostrará que un relato de nuestro presente asentado en el tránsito del crimen a la mentira nos lleva a un reinvento suicida de la naturaleza humana y de nuestras instituciones más próximas. Este relato nos lleva a la autodeterminación en España por aproximaciones sucesivas del País Vasco y de Cataluña, como estos últimos días acaban de reiterar nacionalistas vascos y catalanes bajo el liderazgo del proceso del capitán general de la ruptura, que nos guste o no, es ETA.

Artículo publicado originalmente en el diario ABC de España


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