En la entrega pasada explicábamos cómo con el advenimiento de la nueva dinastía regia en la península ibérica (los Borbones) había llegado además de una serie de nuevos usos, costumbres y moda palaciega, el inicio de una campaña de descrédito de la casa real vencida durante el conflicto (los Habsburgo), la cual consciente o inconscientemente comenzó a generar en los hispanos un sentimiento de desapego y desafecto a lo propio en favor de lo extranjero.

Lamentablemente me es imposible, dada la brevedad de espacio y la especificidad del tema tratado, abordar la influencia que tuvo durante el siglo XVIII la recepción de la leyenda negra antiespañola en las individualidades que comenzaron a fomentar la voz separatista en tierras americanas. Estos hombres a quienes luego la construcción historiográfica ha denominado “precursores de la independencia”, como el caso de Fray Vizcardo y Francisco de Miranda, entre otros, por supuesto que fueron notablemente influenciados por las posturas de la leyenda negra antiespañola, lo cual junto a la coyuntura política propia que les tocó vivir y las ideas existentes en determinadas élites y círculos sociales coadyuvaron al esfuerzo de sus posturas políticas.

Ahora bien, en un análisis meridiano de la época se puede observar que las voces vernáculas que realmente planteaban la desintegración del mundo hispano eran más bien pocas y, a pesar de los conflictos propios del momento, el reinado de Don Carlos III de Borbón (1759-1788) fue bastante estable y trajo una nueva prosperidad al mundo hispano con la recuperación de territorios perdidos y una postura activa en el concierto político de las naciones occidentales. Por su parte, su hijo el pérfido Don Carlos IV de Borbón quizás en otro tiempo habría podido pasar como un monarca sin luces ni sombras por el trono y haber mantenido la estabilidad de los territorios sin mayores aspavientos, pero se vio totalmente superado este individuo sin talento para el orden de la cosa pública —ni privada o amorosa—, por aquello que el filósofo Hegel llamaba Zeitgeist, es decir, la inexorable llegada del espíritu de la época.

Al insípido Carlos IV de Borbón le tocó reinar siendo vecino del país que vivió uno de los procesos más sanguinarios, corruptos y destructivos posibles, esto es, la Revolución francesa (1789-1799). Los calificativos que respecto a este proceso histórico esgrimimos se pueden considerar incluso benévolos para lo que significó socialmente tal arremetida de violencia y sectarismo político, siendo que el sistema que le sucede, esto es, el Bonapartismo, a partir del Consulado (1799-1804) y luego con el imperio propiamente dicho antes de la abdicación y los 100 días (1804-1814), se consideró el salvador de lo poco bueno que había logrado tan obscuro proceso político. Al menos dos decenas de miles de muertos por razones políticas dejó en apenas un puñado de años “la bondadosa” y “avanzada” Revolución francesa, incluyendo la guillotinada cabeza de su rey Luis XVI y su malograda reina María Antonieta, de ahí que, fuera perfectamente entendible que los ministros de Carlos IV en la vecina España pusieran barbas al remojo y procuraran evitar vivir en carne propia los excesos de la convulsionada vida gala.

Sé que el párrafo anterior será polémico, toda vez que a pesar de la sangría y corruptela que significó la revolución francesa tiene muy buena propaganda en nuestro mundo occidental, y en los países hispanos en la actualidad, obrando militantemente con nuestro complejo de desprecio a lo propio y gloria a lo ajeno, creemos que aquello de “libertad, igualdad y fraternidad” de los franceses no tuvo mancha alguna, pero esto es normal, los galos sí tienen muy buena autopropaganda que les da una elevada percepción de ellos mismos a pesar de los desmanes cometidos en el pasado, cosa de la cual lamentablemente los hispanos carecemos por completo.

Quizás el lector desapercibido creerá a estas alturas que, como se suele mentar, todos esos conceptos que hoy en día tenemos como bondadosos, esto es, parlamentarismo, derechos humanos y codificación normativa sean invento francés hijo de la revolución, y, que por tanto, cualquier exceso está justificado, pero al respecto les debo observar que en el mundo hispano ya desde la Edad Media existía en Aragón tal consciencia de la importancia de quienes parlamentaban que el rey juraba la corona en Zaragoza con la lamentablemente olvidada fórmula: “Nos, que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Principal, Rey y Señor entre los iguales, con tal de que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no”; del mismo modo, no existió históricamente tratamiento más humano a los pueblos de un origen étnico distinto como el que se ordenó en las llamadas Leyes de Indias; y, finalmente en cuanto a codificación ya desde el siglo XIII el monarca castellano Don Alfonso X El Sabio había promulgado las Partidas como verdadero cuerpo normativo a aplicar directa o de manera supletoria en los distintos aspectos de la vida de su pueblo.

Quienes lean el párrafo anterior y en su inveterado propósito de odiar lo hispano, pretendan señalar como anacrónico o poco ajustado el análisis, debo decirles que a pesar de que convengo plenamente en él no son razonamientos originales de este servidor, pues es un resumen de lo que en el año 1798 planteó en pleno juicio ante la Real Audiencia de Caracas, Don Juan Germán Roscio hablando de las maravillas del sistema hispano; sí, el mismo Juan Germán Roscio que sería tan crítico con las ideas de la Revolución francesa que pululaban en la llamada sociedad patriótica de Caracas, a la cual él llamaba “Club Jacobino” de manera peyorativa, efectivamente; sí, el mismo Juan Germán Roscio que fungió como el principal redactor de la primera Constitución de Venezuela en 1811.

-II-

Ahora bien, en la parte culminante de este artículo, nos toca encargarnos de establecer cómo la educación republicana coadyuvó de modo definitivo en la implantación de la leyenda negra antiespañola en tierras venezolanas.

Luego del conflicto de la independencia o proceso de secesión de estos territorios americanos de la monarquía hispana (1810-1823), Venezuela sufrió las consecuencias de la guerra más destructiva de esta parte del mundo, ya que al menos un tercio de la población falleció y los campos resultaron destruidos, haciendo que el propio Bolívar le escribiera a su tío Esteban Palacios en 1825 que de esos muertos “…Los más felices fueron sepultados dentro del asilo de sus mansiones domésticas; y los más desgraciados han cubierto los campos de Venezuela con sus huesos, después de haberlos regado con su sangre…”. De manera que, a fin de justificar tamaña destrucción por la construcción de un orden republicano, en una primera etapa la ideológica educación venezolana edulcorara hasta el punto de santificar como ángeles a los militares insurrectos que habían logrado la secesión, llamándoles próceres, debiendo por tanto en esta terrible dialéctica darle a los vencidos todos los calificativos negativos por ser el terrible enemigo, de ahí que, los españoles pasaran a ser los malos. Sin embargo, ¿cómo resolver el hecho de que nosotros mismos éramos españoles que ahora teníamos otro nombre?

De la manera más impúdica posible, la educación venezolana denostó de los propios antecedentes familiares, sociales y culturales, y utilizando la leyenda negra antiespañola más primitiva se habló de España como mera fuerza de ocupación, latrocinio y rapiña en tierras venezolanas dándonos el mote de colonias, olvidando todo lo que había sido nuestra vida como provincia de la monarquía hispana. A la vez que ello ocurría se hipertrofiaba el culto al héroe, y aunque se pretenda establecer la segunda religión venezolana, esto es, el culto a Bolívar a partir del guzmancismo, ya el sátrapa José Tadeo Monagas desde 1847 defendía su autoritarismo por ser uno de los principales ejecutores de las órdenes del finado caraqueño.

Durante el siglo XIX, en esta Venezuela derruida, presa de las guerras civiles y las mayores carencias materiales y espirituales la poca historia que se escribió fundamentalmente se trató de la divinidad de los próceres en el mundo ideal, más allá de la paupérrima situación que habían dejado, porque lo importante era que habían dejado patria, libertad, igualdad y una serie de valores intangibles que más allá de la hoja de papel no coincidían con la realidad.

Por su parte, la Venezuela del siglo XX que tiene al petróleo como parte fundamental de su vida cotidiana, ve el establecimiento de una educación histórica popular cimentada en los mismos pies de barro negrolegendarios que habían comenzado durante el siglo anterior. No obstante, a inicios y mediados de este siglo contamos con historiadores como Caracciolo Parra Pérez y Héctor García Chuecos que no eran precisamente hispanófilos, solo se contentaban con contar la historia como había ocurrido y, por tanto, el mundo hispano mostraba su luminosidad a través de su fina prosa. Ya a finales del siglo XX encontramos el portento del propio Carlos Federico Duarte, fallecido recientemente a quien dedicamos este artículo, porque fue uno de los pocos hombres que escribió desenfadadamente sobre Venezuela y la hispanidad, con el coraje de hacerlo al final de sus días en pleno chavismo. En las conversaciones que tuve con él conté como muestra de su gran bondad y desapego, el recibir de su parte el obsequio de varias de sus obras, pocas personas han sabido en Venezuela más de la verdadera historia de estas tierras que tan ilustre caballero.

No obstante, estas geniales individualidades que traemos en el párrafo anterior no pueden soslayar la verdad inexorable de que la educación “histórica” popular venezolana se basó plenamente en etapa republicana en la leyenda negra antiespañola, sin tener ningún atisbo de escrúpulos, y se recreó en una orgía de nombres de batallas, nombres de militares y fechas azarosas orbitando alrededor de la deidad bolivariana. Lamentablemente nuestros políticos de la época, consideraban así despachado el quehacer educativo del pueblo venezolano. Craso error. Precisamente esta errónea concepción negrolegendaria de nuestra historia, fue la que hizo que a finales del siglo XX en los momentos más convulsos de la democracia venezolana, la idea del hombre fuerte con tinte mesiánico bolivariano tuviera un caldo de cultivo tan tristemente adecuado, y así surgió el chavismo, haciendo trizas lo poco que quedaba de datos históricos de la educación venezolana, reescribiendo una nueva “historia” llamada revolucionaria o insurgente, carente de cualquier escrúpulo histórico que enquistó la leyenda negra antiespañola en el imaginario colectivo de un modo hiperbolizado como nunca antes —lo que ya es mucho decir—, y es en este triste momento de la educación “histórica” venezolana plagada de leyenda negra antiespañola en la cual finalizo esta última entrega al respecto.

-III-

Tal como señalé en la entrega anterior, sé que mis queridos hermanos compatriotas venezolanos sentirán una suerte de incomodidad porque en esta serie de artículos no tocamos apenas de pasada nuestra etapa unida al mundo hispano, al contrario le desarrollamos con profusión, y, por tanto, no nos circunscribimos a la inveterada costumbre articulista de hacer un análisis en torno a un tema venezolano basándonos fundamentalmente en los poco más de 200 años que llevamos siendo una república independiente. Al respecto debo decirles que precisamente la existencia de esta inveterada costumbre es lo que me ha llevado a escribir esta serie de artículos. Hoy más que nunca debemos comprender que hemos sido parte del mundo hispano mucho más tiempo del que llevamos siendo una república independiente, al menos tres siglos fuimos provincia de ultramar del mundo hispano, es decir, un siglo más de lo que llevamos en “vida independiente”, e incluso antes de ser provincianos, nuestros antecesores culturales y biológicos no solo fueron indígenas y africanos, sino españoles, fuimos España durante mucho más tiempo, y esto debemos aprenderlo.

Por ello antes de despedir este artículo, quiero avisarles que a partir de mi próxima entrega comenzaré a narrar por esta vía la historia de España dirigida a hispanoamericanos, ya es hora de enterarnos de esa parte de la historia que nos pertenece a todos y no nos han contado.

De manera que, me despido nuevamente con las palabras del maestro Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


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