Al final de la entrega anterior les planteaba la inconsciencia con la cual los hispanos habíamos obrado sorpresivamente a partir del siglo XVIII, actuando en contra de nosotros mismos, hablando en contra de nuestras grandes faenas y, en general, despreciando nuestras características identitarias, lo cual nos había llevado impúdicamente por un camino de oprobio y autoflagelación que nos haría doblegarnos ante nuestros enemigos de siempre; situación paradójica, pues como comentábamos entonces,  esto ocurría luego de haber sido la principal potencia del mundo occidental durante los siglos XVI y XVII, y nuestras némesis se encontraban en una etapa de bastante inferioridad respecto a nosotros.

Ahora bien, como toda categoría histórica compleja esta situación de autoagresión es policausal, pero dada la brevedad de las escasas líneas que tengo por delante, y debiendo abordar el tema razón de esta serie de artículos, es decir, la leyenda negra antiespañola y la educación venezolana, es menester abordar la más cercana y responsable de ellas de nuestra asimilación de la leyenda negra en el mundo hispano, y, es por supuesto el cambio de dinastía que ocurre en la monarquía hispana a inicios del siglo XVIII, esto es, la dinastía Habsburgo es desplazada en el trono hispano por la dinastía de los Borbones. El lector mal aconsejado podría considerar esta aseveración como una insidia en contra de la actual familia real española, pero bastante lejanos se encuentran en el tiempo el actual Felipe VI de Borbón del primer Borbón en reinar España, es decir, Felipe V, en cuya cabeza podemos colocar el inicio de esta vorágine desbocada en contra del imaginario colectivo hispano, y, por tanto, aquellos que me leen deben saber que nuestras palabras van precisamente dirigidas a la mejor comprensión de los hechos ocurridos en este momento histórico determinado, obedeciendo a todas las circunstancias y características en su contexto, y al observarlas, sin dudas es diáfano que el cambio de dinastía es clave para el entendimiento de la normalización del odio que los hispanos comenzamos a profesarnos a nosotros mismos.

Carlos II de Habsburgo, llamado “El Hechizado”, individuo de complexión insulsa claramente fatigada ante el inveterado incesto real, había fallado en la procreación de un heredero y al final de sus días había reconocido a su sobrino nieto el Duque de Anjou, Felipe como heredero de la corona hispánica. Ahora bien, Felipe también era nieto del rey Luis XIV de Francia y él mismo se consideraba francés, situación que unida a que los Habsburgo de Europa no se resignaban a perder el trono peninsular degeneró en la terrible guerra de sucesión española (1701-1714), verdadera contienda europea pues en ella batallarían las potencias europeas en pleno, finalizando la misma con el nocivo Tratado de Utrecht que haría al mundo hispano aceptar condiciones infames a fin de poder garantizar la paz, pero que a su vez le daría la estabilidad política necesaria al primer Borbón en reinar el mundo hispano.

En este estado de cosas los Borbones debían procurar justificar su legitimidad en el trono español, y no consiguieron mejor modo de hacerlo que haciendo alardes de su pretendida luminosidad sobrevenida y aires de reforma, mientras ensombrecían la obra de la dinastía anterior, dando de este modo entrada por vez primera al mundo hispano con aires de veracidad, a los cuentos, bulos y fábulas, que inmediatamente obraban en contra del hacer de los Habsburgo, pero que mediatamente atacaban la propia actuación del mundo hispano durante dos siglos. El modo de comportarse de ambas dinastías frente al mundo hispano que les había tocado regir fue bastante distinto, por una parte, mientras los Habsburgo se habían asimilado rápidamente a los austeros usos peninsulares, en particular los castellanos, siendo la Guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522) la gran lección de Carlos I (Carlos V del Imperio Sacro Romano Germánico), por su lado, los Borbones habían llegado al mundo hispano impregnados en modos y estética francesa, con aires de reformismo igualmente galo y un claro desdeño por lo hispano en provecho de lo extranjero, situación que habían tenido que aceptar de mal grado los sostenedores de los Habsburgo luego de las terribles retribuciones en territorios peninsulares que habían sufrido como consecuencia de la guerra de sucesión.

Así, durante los dos largos periodos del reinado de Felipe V (1700-1724 y 1724-1746), el breve reinado de pocos meses en 1724 de su hijo Luis I y el injusto usualmente olvidado reinado de Fernando VI (1746-1759), nos conseguimos a una España que cada vez pierde mayor orgullo por lo propio y tiene mayor influencia y complejo ante lo foráneo. Sin embargo, un momento de luz en esta dinastía sin lugar a dudas lo tenemos en el reinado de uno de los mejores monarcas del siglo XVIII, Don Carlos III de Borbón quien colocó nuevamente al mundo hispano en condiciones y lo encaminó en la recuperación de su menguado orgullo a través de toda su maravillosa obra. Como señalamiento curioso para los venezolanos —hermanos míos que son el público objeto fundamentalmente de esta serie de artículos—, debo decirles que aunque lo más seguro es que nadie se los haya contado hasta el día de hoy, fue Don Carlos III el creador de lo que hoy en día conocemos como Venezuela al crear la Capitanía General de Venezuela el 8 de septiembre de 1777, pues fue él quien unió a las provincias en una entidad político territorial diferenciada del Virreinato de la Nueva Granada con suficiente autonomía funcional, pero sobre este maravilloso y polémico tema seguro hablaremos en otro artículo en un futuro cercano.

Siguiendo con la narración, podemos observar que de una lectura meridiana de lo expuesto hasta el momento no nos puede extrañar que durante el siglo XVIII la proliferación de las ideas de la ilustración en el mundo hispano que se reputaron como la panacea de la vida social y fueron consideradas como originales y de avanzada —en particular todo lo concerniente a los idearios de los grandes pensadores franceses e ingleses—, dejaron en un injusto olvido el hecho de que muchas de esas tesis ya habían sido planteadas por los grandes pensadores hispanos de la Escuela de Salamanca en el siglo XVI, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez, Domingo de Soto, entre otros tantos grandes intelectuales, pero de nuevo los hispanos a esas alturas no teníamos ojos ni oídos para nuestros grandes pensadores autóctonos y obnubilados con todo lo extranjero no nos dábamos cuenta del daño que le hacíamos a nuestra identidad cultural.

De este modo, sé que encontrándonos en las postrimerías de este artículo le parecerá extraño al lector que en un texto que efectivamente trata sobre Venezuela no hayamos hecho mayor énfasis en los territorios que hoy en día conocemos como territorio venezolano, pero ello se ha debido a una razón fundamental, la cual por ser desconocida en la actualidad no deja de ser una verdad como un puño: ¡En ese momento Venezuela formaba parte integrante de la corona hispana! Hablar de aquella época pretendiendo suprimir a Venezuela del mundo hispano es el típico error torticero y chovinista que precisamente nos ha llevado como pueblo a tener una comprensión tan artificial e inútil de nuestra propia historia, razón por la cual, aquellos que me leen en estas líneas deben comprender que los territorios que hoy en día conocemos como Venezuela, al ser provincias de ultramar de la monarquía hispana, también forman parte de la narración anterior y, por tanto, la historia del cambio dinástico, la guerra de sucesión española y el detrimento de lo propio en favor de lo extranjero igualmente es parte de nuestra historia. Aunque a muchos adoctrinados en la ideología que hacen pasar por historia de Venezuela les moleste, Venezuela fue parte de la monarquía hispana durante tres siglos, mientras apenas ha cumplido poco más de dos siglos separada de ésta como Estado independiente en modo republicano.

Por tanto, ha sido una afrenta lamentable a nuestra identidad que históricamente se pretenda entender históricamente a Venezuela como si de un planeta de alguna galaxia muy lejana se tratase y no hubiese formado parte durante trescientos años de la monarquía hispana, y, por tanto, hubiese estado también comprendida entre los millones de individuos hispanos que estuvieron ligados al hacer y deshacer de los grandes imperios de la época. De manera que, si el apreciado lector venezolano que me ha seguido hasta este párrafo ha tratado con desparpajo y sin interés el texto sintiéndolo ajeno a su historia, le pido que lo lea de nuevo, pues cuanto hasta aquí les he contado también forma parte de su historia.

Esta entrega ha sido más larga no solo por lo complejo del tema, sino por el rotundo desconocimiento que de él se tiene en Venezuela, procuraré ser más breve en la última entrega de esta serie de artículos sobre este apasionante tema. De manera que me despido nuevamente con las palabras del maestro Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


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