Vivir en la Venezuela del chavismo ha llevado a observar —a cualquiera con alguna cantidad de sesera— no solo la depauperación material y económica del país, sino a ver la aparición de una serie de funestas taras sociales y culturales, así como la exacerbación de otras que ya existían desde hacía décadas pero que en este lamentable proceso se han desarrollado hasta llegar a una verdadera hipérbole. Entre estas taras se encuentra la adopción de una serie de bulos, cuentos, cuando no de meros inventos en contra de la época floreciente del mundo hispano, y, por lo tanto, de los trescientos años en que Venezuela formó parte de la monarquía hispánica como una provincia de ultramar, fenómeno que desde finales del siglo XIX la catedrática Emilia Pardo Bazán denominó leyenda negra antiespañola.

Así, la leyenda negra antiespañola, tan bien trabajada por la profesora María Elvira Roca Barea es este conjunto de bulos, engaños y mentiras utilizados por los enemigos de la hispanidad para denostar su imagen en el mundo, haciendo particular énfasis en su época imperial. Ahora bien, aún cuando producto de los chovinismos decimonónicos a los naturales de los países hispanoamericanos independientes que surgieron con la fragmentación del mundo hispano a inicios del siglo XIX, se nos da muy bien —producto de una historia básica mal contada que fundamentalmente es ideología—, sentirnos el centro del mundo y creer por tanto que lo bueno y lo malo se origina en nuestro seno, esta leyenda negra antiespañola obviamente no surge en Hispanoamérica, que era parte fundamental del mundo hispano. Al contrario, tiene sus primeros pininos en Italia en el siglo XVI, producto de la gran influencia política y territorial hispánica; posteriormente se desarrolla en los Países Bajos por motivos similares, en particular la perenne situación bélica y la soberanía sobre el territorio flamenco, y, paralelamente; existe en territorio teutón, nuevamente por los mismos motivos, pero teniendo su principal énfasis en Lutero y el protestantismo. Por su parte, Inglaterra, aun cuando no fue la inventora de la leyenda negra antiespañola, sin lugar a dudas fue quien la perfeccionó como herramienta en contra de la monarquía hispánica, siendo este conjunto de bulos y mentiras, el germen ideológico que le permitió ser la principal instigadora de las guerras civiles —llamadas guerras de independencia— que fragmentaron la hispanidad a inicios del siglo XIX, sin figurar siquiera como parte beligerante en los conflictos pero paradójicamente siendo la más beneficiada.

De este modo, en pleno siglo XVIII las prósperas provincias de ultramar de la monarquía hispánica —Humboldt dixit— reciben con interesado fomento británico, la leyenda negra antiespañola entremezclada en las ideas propias de la ilustración, y, de pronto, el otrora imperio más poderoso y extenso de la historia del mundo occidental, comienza a observar que buena parte de la élite social de sus territorios ultramarinos inicia el proceso de denostar lo propio, lo hispano, a favor de lo francés, teutón, pero sobre todo de lo anglosajón, y, desde ese entonces hasta nuestra época actual se ha llevado adelante un proceso de desconocimiento de nuestra identidad, que nos ha acomplejado, dividido moralmente, pero también balcanizado nuestros territorios, convirtiéndonos en una serie de países “independientes” que estamos en la cola del mundo occidental prácticamente en cada uno de los aspectos importantes, luego de haber estado en una posición tan aventajada hace apenas dos siglos, entendiéndolo en su justo contexto por supuesto.

Pero ¿cómo fue que los hispanos obramos de un modo tan iluso para ingenuamente apoyar a quienes querían doblegarnos y aprovecharse de nosotros? A fin de no hacer excesivamente largo este artículo y promover el interés en estas publicaciones del ávido lector que ha llegado al final de estas líneas, señalo que en las próximas dos entregas de este espacio que se me ha permitido, desarrollaré el modo en el cual se gestó la leyenda negra antiespañola a partir de finales del siglo XVIII y como la misma se ha gestado en tierra hispanoamericana, en particular en tierras venezolanas, hasta la época actual en que en pleno siglo XXI sufrimos el chavismo. Espero que las ideas aquí esbozadas aporten a la legítima discusión cultural que cualquier sociedad que quiera renacer debe hacer, luego de un proceso tan indecoroso como el que estamos viviendo los venezolanos, y por ello, agradezco como siempre sus comentarios en mis redes sociales opinando sobre ellas.

Por lo pronto me despido como siempre suelo hacer en estas oportunidades en que hablamos de educación con las palabras del gran maestro venezolano Cecilio Acosta: “Enséñese lo que se entienda, enséñese lo que sea útil, enséñese a todos; y eso es todo”.

Espero nuevamente su amable lectura la próxima vez.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!