“La masa es algo como una fortaleza sitiada extramuros y en

el sótano. Durante la lucha se abren las puertas y cada vez

hay más amigos y partidarios”

ELÍAS CANETTI, Masa y poder. 1981.

Jugar a “La candelita” fue una predilecta diversión infantil de la tradición venezolana practicada en calles y corrales caseros. Varios jugadores le preguntan al situado en el centro del espacio lúdico ¿dónde está la candelita?, el cuestionado del momento hace un gesto vago y repite la frase “por allá fumea”. Los otros participantes uno a uno pasan el tiempo desplazándose hacia los costados para quitarle el puesto al siguiente y recuperar así el poder privilegiado que da instalarse en el medio de los otros muy distraídos hasta que la fatiga pide taima y es cuando vence el respondón de turno porque el sitio central nunca debe dejarse vacío. Por su entorno de jugueteo alegre pasaron reales mandones, héroes, bandoleros, caudillos, dictadores, tiranos y pocas veces ese inocente divertimento derivó más allá de leves golpes y jugarretas.

Un juego legal muy parecido se mantuvo en la política seria de las primeras dos décadas democráticas para sucumbir desde hace veintidós años en sangrante y delincuencial juego sucio, reforzado desde el exterior por inversores interesados en que prosiga, pues resulta productivo para sus intereses. Con cambios que van desde expulsión sucesiva, marginación y soborno hasta la eliminación de los exjugadores. Quienes sobreviven, por falta de reglas y del árbitro capaz, caen de nuevo en la trampa de votaciones sin elección, en vez de centrarse en lo que importa, conservar el interinato constitucional modificado para que un experto equipo gubernamental extrapartido político habilite la  transición hasta lograr auténticas elecciones presidenciales.

Criminalmente infantiloides, los juguetones desde su particular candelita ─militares pretorianos, sus cómplices civiles no civilistas, junto a la dirigencia opositora paralizada en el quítate tú para ponerme yo─ desconocen o desprecian  el constitucional artículo 350 que autoriza la rebelión absoluta  de verdadera resistencia cívica contra toda clase de totalitarismo.

¿Por qué? Algunos no aprenden, creen de buena fe que esta vez no habrá fraude y el mismo sumiso Consejo Nacional Electoral nombrado por el régimen les dará la victoria. Varios se mantendrán en el reino de la enriquecida hacienda chavista Barinas y las fincas oficialistas de todos los Estados todavía rurales repoblados por terroristas, pues el cuartel mayor y su palacio compraron a los hambrientos y enfermos pobladores naturales con regalos y limosnas, en especial comida sin nutrientes y aparatos electrodomésticos, por citar los más evidentes. Muchos otros educados, que habitan ciudades y conocen de leyes violadas de modo sistemático, apuestan a la consulta del referéndum, que de efectuarse como manda la violada Constitución exige un CNE electo por mayoría en la legítima Asamblea Nacional y así por el estilo del nunca acabar, parecido también al juego del Gallo Pelón, en el que se cuestiona sin tregua lo que sea y la respuesta siempre será igualita a la pregunta para hacerse el loco y nunca se obtenga la verdad solicitada.

Gane quien gane o pierda en este perverso jueguito cubazolano siguen las fechorías del trono militarista hasta  que la rebelión ciudadana de una competente dirigencia interina encabezada por el presidente Juan Guaidó, esta vez con un gabinete de expertos en las áreas legislativas, ejecutivas y judiciales, se decidan a ejercer su derecho para comandar una pacífica desobediencia de toda la sociedad con pocas excepciones.

¿Quiénes  están dispuestos a renunciar a  las ganancias que les da el actual poder ilegítimo  para cumplir con ese  urgente deber legal? ¿Los  empresarios  favorecidos por este delictivo sistema de bodegones, banca, garitos, comercios de lujo para la castroburguesía chavera? ¿Acaso miembros de la oligarquía llamada “generalato”? ¿Quizás funcionarios de cargos estadales, municipales y concejales gobierneros con sueldos muy superiores  a los recibidos por 2 millones de empleados públicos y millares de subpensionados bajo presión policial?

Mientras tanto, en este macabro campeonato continúa invicto el equipo

jugador trajeado en sólidos uniformes bélicos  junto a sus civiles no civilistas, ambos  por ahora inmunes para ocultar la indeleble sangre de sus víctimas que trampeadas participan en la entretenida fiesta de permanente candelita .

La gran diferencia desaprovechada por la dirigencia partidista formal radica en que matanzas callejeras como las de los años 2014 y 2017, torturas, asesinatos individuales y grupales, ahora están en la mira de perfectos ojos tecnológicos al día que registran esos delitos de lesa humanidad y son entregados a la Corte Penal Internacional para engrosar más aún su largo prontuario. La justa justicia por fin sustituye a las órdenes de la barbarie militarizada. Tarda mucho pero llegará.

Sí, ¿pero cabe esperar charlatanamente hasta el año 2024, como piden Fuerte Tiuna, Miraflores y la disidencia G4, cuando no habrá necesidad de votar sin elegir porque el original territorio bendecido con tesoros minerales ya será  un vasto  desierto, pues el régimen castrochavista lo vendió íntegro a mercaderes chinos, iraníes, rusos y turcos de la nueva propiedad sustentada en el narcomercio terrorista mundial y sobre una  generación millennial ya domesticada que repite  amén sin plantearse alternativas?

Vale recordar que “candelita” es un diminutivo folklórico local, una de las innumerables versiones igualmente elitescas y populares del Fuego Sagrado, símbolo  del bien  o  del mal presentes en la  mitología  universal de todos los tiempos y lugares. Dependiendo del uso que le otorguen, sirve para destruir  o para sembrar.

Esta neocolonial ex Venezuela tiene, pues, pendiente aplicar la citada ley constitucional de 1999 vigente, pero cada minuto violada. Es la candela publicada  y refrendada capaz de triunfar sobre el depredador parasitario que se autoproclama soberano y patriota revolucionario.

Antorcha apagada, pues todavía no se atreven a encenderla los plenamente  autorizados por la suprema ley.  Y están obligados a organizar su realización durante la etapa transicional.

Por si no lo recuerdan se llama Desobediencia Cívil. De su fuego en verdad cívico dependen la vida  personal y colectiva de la nación, pero sin más engañosas  concesiones, electas en responsable libertad.

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