He visto y escuchado a Delcy Rodríguez leer su “Ley contra el Fascismo, el Neofascismo y Expresiones Similares”, les confieso que esto de “Expresiones Similares” no sé de qué va.

La susodicha ley ha sido redactada bajo lo que ya es común en la narrativa del régimen: proyecta en los otros los rasgos, anomalías, defectos y aberraciones que le son propios. Por lo general, esta narrativa se usa para victimizarse.

En Chávez, por ejemplo, está claro que ese era un rasgo de su personalidad paranoide. En Maduro y compañía, es una característica presente en su narrativa para recomponer apoyos perdidos. Y tal proceso narrativo se hace a través de lo que ya es norma en el discurso oficialista: la mentira, como forma de hacer política, que les ha servido de mucho porque, las suyas, se hacen impenetrables a la realidad y a los hechos, por ejemplo, MCM es fascista y su lema de campaña “Hasta el final” significa odio, sangre, muertos y exterminio (y no que es la tenacidad de seguir el camino electoral).

Esto, dice Delcy Rodríguez, la hace igual a Hitler, quien usó la misma expresión que “Hasta el Final”, esto es: la “Solución Final”, política nazi que asesinó a 6 millones de judíos o, insistir, que Sebastiana Barráez es terrorista y Rocío San Miguel era la coordinadora de comunicación de la operación “Brazalete Blanco” o que Ronald Carreño estaba armado hasta los dientes con armas de guerra, etc.

El régimen ha descubierto que “si ha de mentir hay que hacerlo mejor mucho que poco”. Así que Hitler y MCM son la misma cosa.

Vamos a “la Ley”. Se puede observar al leer los cuatro títulos y los treinta artículos que sus objetivos no son otros que las de ejercer un control casi absoluto de la sociedad y sus expresiones políticas de cambio, criminalizando todo tipo de expresión de naturaleza opositora promulgadora del cambio político incluyendo, las expresiones de protestas cívicas y pacíficas ya, sea, verbalizadas por personas u organizaciones. ¿Serán estas últimas las “Expresiones Similares”?

Durante bastante tiempo, en una buena parte del tiempo que ha estado en el poder la llamada “revolución bolivariana”, cuando nos acercamos a ella, con el objetivo de caracterizar teóricamente su naturaleza y objetivos, todos, nos equivocamos al definirla como una “revolución de izquierda”. Hoy, sabemos que de lo que se trataba era de una “revolución de derechas”, pero esto no lo sabía Chávez confundido como estaba en sus lecturas abigarradas que iban desde el Marx del Manifiesto comunista hasta el Oráculo del guerrero de Lucas Estrella, pasando por el Libro Verde de Gadafi, murió pensando que lo que él había iniciado como una “revolución” bien podía ser la emulación de la Revolución cubana, aunque sin la épica de la Sierra Maestra.

Su sucesor, Maduro, ha despachado la ilusión de la seudoevolución del Chávez agonizante y ha impuesto a rajatabla una dictadura que Ud. que me lee puede calificar si quiere de “fascismo” a secas o de “fascismo socialista”, “neofascismo”, “parafascismo”, “cuasi fascismo” o, si quiere, puede, a partir de su accionar de estos últimos meses desde que asumieron la posibilidad real de perder el poder, calificar el régimen como un régimen fascitizado. Como usted quiera. Las distancias con el fenómeno histórico que interpela a las clases medias y acotado en la Europa de las décadas de los treinta y cuarenta del siglo XX, han sido borradas totalmente, para convertirlo en el insulto usual con el cual los dictadores acusan a quienes se les oponen y los opositores acusan a los dictadores que los persiguen.

No hay espacio para hacer un amplio recorrido por la naturaleza del concepto “fascismo” y el artículo de Laureano Márquez es excelente para repetirlo sin la genialidad de Laureano.

Lo que sí resalto aquí es que el “fascismo” y sus ejecutorias prácticas calzan más en la práctica del madurismo de nuestro día a día que cualquier propuesta que ha emergido desde la oposición.

De hecho, la “Ley contra el Fascismo, el Neofascismo y Expresiones Similares” parece más haber sido dictado contra las prácticas que ellos mismos ejercen contra la sociedad venezolana y su población que una advertencia contra los que ellos califican como enemigos de la patria y de la democracia.

Veamos brevemente: el fascismo es una revolución que aspira a refundar la sociedad y para ello necesita desarrollar un proyecto totalitario que niegue la existencia de “los otros” considerados como no personas (en el caso del nazismo y el fascismo, alemán e italiano respectivamente). ¿No es acaso esto similar al caso venezolano? Solo que aquí se llamó quinta república calculando su duración, igual que sus hermanos europeos, de mil años y más, mientras a “los otros” se les calificó de apátridas, escuálidos, enemigos de la patria y otros apelativos y que según Roy Chaderton, aquel chavista ahora desaparecido, no son más que cáscaras vacías.

El fascismo es también una ideología una visión del mundo que invoca el nacionalismo, desde una perspectiva antiliberal, antidemocrática, antisemita, autoritaria y totalitaria que propone la creación de un “hombre nuevo”, un pensamiento único, un solo partido y una sola y unánime forma de pensar. Vuelvo a preguntar: No se parece esto más a lo que se ha hecho en el país en los últimos veintitantos años que lo que ha salido de los diferentes proyectos de una oposición atomizada y perseguida.

Y finalmente, el fascismo es una cultura destinada a la modificación del estilo de vida imperante y superación de la división entre lo público y lo privado con una propuesta de igualdad por abajo y una presencia asfixiante de la entidad estatal como el único código de orden. El caso venezolano en tiempos maduristas está montado, al igual que el fascismo europeo, sobre estas premisas que conducen a la sociedad a ser gobernada desde “el orden, la jerarquía y la obediencia”.

Me imagino, después de la sesión en el parlamento, donde Delcy Rodríguez leyó el legajo con el pomposo nombre de “Ley contra el Fascismo, el Neofascismo y….” haya corrido a lavarse la cara para quitarse la baba que le cayó encima después de escupir para arriba.


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