“Mucho antes de Nabucodonosor, cuando Hammurabi era el rey de Babylon; se decretó el ojo por ojo y desde entonces se hizo legal el rencor”.

El párrafo que da inicio a este artículo no es obra de los grandes filósofos como Platón o Sócrates ni de prestigiosos escritores del mundo quienes han descrito y narrado con precisión la historia de la humanidad. No, es el inicio de un tema musical de la banda de ska venezolana Desorden Público.

Amargo rencor es el título de ese tema que, con la genialidad que caracteriza a este emblemático grupo, describe con precisión la realidad de la sociedad venezolana; no solo de estos convulsos años, sino inclusive de los últimos 35 de la historia de la sociedad venezolana.

Todos tenemos en nuestra memoria aquellos días que precedieron al 11 y 12 de abril de 2012 cuando, luego de un público y notorio abandono de poder por parte del entonces presidente Hugo Chávez, se desató una cacería política contra algunos personeros del renunciado gobierno según las propias palabras del para entonces ministro de Defensa, el general Lucas Rincón; quien ahora observa plácidamente desde la Embajada de Portugal lo que acontece en Venezuela.

Ver en los noticieros nacionales el ataque contra funcionarios del renunciado gobierno fue un presagio del odio y del rencor acumulado por una parte de la sociedad civil venezolana, quienes en pocos años del gobierno chavista ya habían sentido y padecido sus males; padecimiento que luego se extendería por todo el territorio nacional, afectando a todos los ciudadanos sin importar la clase social a la que pertenezcan.

La cruda realidad de la miseria es un plural vivido y sufrido por todos en el país. El chavismo es un virus letal que como una pandemia ataca sin piedad y sin distinción a toda una nación.

Recientemente y en lo que ya se asemeja más a un parte de guerra que a un resumen de noticias; presenciamos nuevamente, como en un eterno bucle, la grabación desesperada y agónica de una población civil que es atacada y herida mortalmente por funcionarios militares que disparan a mansalva contra quienes protestan.

¿Realmente importan las causas de la protesta cuando la respuesta es siempre la misma?

¿Hay, acaso, alguna diferencia entre el ataque de los pistoleros en la plaza Altamira que causaron la muerte de la señora Maritza Ron en 2012; la imagen de un motorizado trasladando crucificada y mortalmente herida a Génesis Carmona, asesinada por un militar en 2014; la muerte de la joven embarazada de 18 años Alexandra Conopoi, en una cola un 31 de diciembre de 2017, quien protestó por el engaño en una entrega de un pernil o la del humilde pescador asesinado en días recientes en una isla cuando protestaba junto con otros compañeros por la escasez de gasolina?

“Arriba está el que pa’ bajo mira, no siempre el rencor aconseja mejor, se ha demostrado la venganza hace daño”.

El país se ha convertido en una infinita necesidad de conseguir respuestas que permitan entender y razonar lo que se está viviendo.

La política de exterminio y de control ciudadano es clara y precisa; no hay responsabilidades penales, por ahora, más allá de la lealtad absoluta por parte de los funcionarios que ocupan los puestos de responsabilidad del control y del orden público.

La escala de responsabilidad comienza desde el policía municipal, estatal y nacional, incluyendo por supuesto a los militares que integran la Guardia Nacional y el Ejército.

Se recordará con estupor y con vergüenza el haber sido miembro activo de cualquiera de estos cuerpos de seguridad en los años de tiranía chavista.

Quizás no alcancen los juicios y las sentencias para castigar judicialmente a todos; pero la etiqueta de la vergüenza estará allí por siempre, como sucede con los que participaron en las SS de Hitler en la Alemania nazi.

Esas etiquetas no solo estarán colgadas en estos individuos, sino también en aquellos como el sacerdote católico Numa Molina, quien catalogó recientemente  a los venezolanos que regresaban al país como armas biológicas de destrucción.

La teoría del rencor se manifiesta en el individuo cuando no existe una aplicación de justicia efectiva hacia el victimario, de manera que le permita a la víctima y a sus familiares sanar las heridas y cerrar los ciclos.

Eso lleva al individuo a la búsqueda de justicia por sus propias manos y a aplicar y justificar la ley del ojo por ojo.

Hace pocas semanas observamos con estupor la agresión de una militar hacia la abogada Eva Leal, Situación que fue condenada por todo el país y que tuvo repercusiones hasta internacionales; sin embargo, bastó que se sospechara que la agredida era chavista para observar un cambio en el discurso y ponerse en su contra. Una situación similar sucede con la detención arbitraria del politólogo Nicmer Evans, chavista confeso que hoy sufre los rigores de la tiranía que él mismo, en su momento, ayudó a que se consolidara en el poder.

Resulta que nada justifica una violación de los derechos humanos ni siquiera en un régimen criminal como el venezolano.

Ya lo describe muy bien el tema “Amargo rencor” de Desorden Público.

“Un clavo saca otro clavo, mi vida. Pero a veces quedan adentro los dos”.

@andresvzla1975


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