Ver sufrir produce sufrimiento, en todo sano corazón. Ver brotar una lágrima del rostro de una madre nos devela la profundidad de esa clase de amor infinito, que solo ellas pueden sentir.

Así me ha ocurrido antes. Así me acaba de ocurrir. Apenas ensayo interpretar el gesto silencioso que, sin gritos, sin alboroto, produce esa cristalina lágrima. Dibujada despacio, en auténtica e inimitable pena, emana en cada ojo de la madre al encontrarse con su hija que ha sobrevivido a lo lejos. Muchos meses y mucho dolor habían pasado para entonces.

El planeta está siendo conmovido por el coronavirus, que estará infectando, de continuar el ritmo que hasta ahora nos muestra, literalmente a “medio mundo”. Cada vez que se aparece una real amenaza internacional de tanta magnitud se nos refuerza la idea de que realmente “somos una aldea global”. Un mundo tan interconectado que solo compartiendo más corresponsabilidad entre seres humanos educados como ciudadanos conscientes, responsables, será posible tener éxito en hacer perseverar la mayor cantidad y calidad de vida dentro del mismo.

El mundo libre ya comienza a reaccionar empujando sus fuerzas productivas a encontrar desde el estudio, desde el talento y la vocación de logro la solución al problema. Informando con libertad y desatando sus capacidades, sin secuestrar con medias verdades las posibilidades de atacar el problema. Más allá de ideologizar se debe y se puede integrar la condición que debe preponderar en estas emergencias; y es salvar la “raza humana” toda. Salvar la sociedad humana. Salvar la humanidad.

Desde cualquier lugar en que nos encontremos del planeta, al elevar una oración por los que ya han fallecido y por la recuperación de los que estén padeciendo la infección del coronavirus, así como otras enfermedades de alto riesgo, pido apliquemos todas nuestras energías positivas para que, haciendo las cosas bien, las que tengamos y podamos hacer cada uno, luchemos contra el mal, en todas sus formas, donde quiera que se encuentre.

A cada madre venezolana, que sufre por ver sufrir a sus hijos, pido que nos presten sus lágrimas para llorar los niños de mi patria que se fueron hambrientos.

Préstame tus lágrimas hermana, hermano, yo ya no tengo. Se me fueron con los sedientos de justicia. Los vejados, los secuestrados, los torturados y asesinados.

Son cosas que no son de gente, primos. Ni de animales.

Préstenme sus lágrimas, hermanos latinoamericanos, pues una humedad escasa apenas se me asoma a los ojos, y no me alcanza. Es incapaz de tributar al caudal del río de dolor de tanta infamia.

Préstennos sus lágrimas ciudadanos del mundo. Mis hermanos de Venezuela ya no tienen sino “sangre y sudor” desde hace mucho rato. ¿Será que el tiempo de llorar está llegando a su fin después de tanto llanto acumulado?

¡Reventemos los diques que apresan todo el llanto contenido y volvámosle torrente de libertad! Dejemos entonces dibujar esa otra lágrima distinta, la de la felicidad en el rostro de la madre venezolana. Eso será posible si ustedes, hermanas y hermanos del mundo de este coronavirus de hoy nos apoyan para detener al narcorrégimen, que es como un virus permanente que cree tener corona y licencia para matar en Venezuela.

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@gonzalezdelcas


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