Alemania, que después de haber dado a Bach, a Goethe, a Beethoven y a centenares de hombres que llegaron a ser el orgullo de la humanidad, se rebajó a ser la patria de Goering, Goebbels, Rosenberg, Himmler y otros monstruos, dirigidos todos por un cabo fracasado, fanático, desequilibrado, demagogo, populista y carismático, llamado Adolf Hitler, que ni siquiera era alemán sino austriaco”.  Ingo Müller.

La justicia de Adolfo Hitler, el pasado que Alemania lleva a cuestas desde 1933, cuando la práctica continuada del asalto a la dignidad humana se logró mixturar con las formas espurias e infectas de la norma, hasta torcer, deformar, amoldar y hacer inútil al derecho, vaciarlo de contenido y convertirlo en un instrumento útil para el desmontaje del Estado, su anulación y vaciamiento total y absoluto, desde la irrupción en los paradigmas del pensamiento que terminasen por esfumar todo vestigio de humanidad, de civilidad y de vida republicana.

Ingo Müller doctor en Derecho y Filosofía, nos hace llegar este relato, que se convierte en advertencia y en mea culpa, sobre los procesos de adormecimiento o hipnosis colectiva, que terminan en la entrega inmediata o trasferencia dócil de los derechos fundamentales del hombre a un Estado Total, hipertrofiado y perverso cuya caracterización supera cualquier definición de la taxonomía política y supone el desborde de cualquier tropelía criminal que goce de algún atributo o ademán que lo aproxime a legislatura y promueva el atropello, el horror y la persecución como ley y marco racional del derecho, constituyendo un retruécano cruel en el cual el Estado muta de ser un Estado de Derecho, hacia un Estado con Derecho para atropellar, abusar y atormentar a millones de sus siervos, esclavos o rehenes.

Una de las terribles conclusiones que se saca del texto del profesor Müller, es la ratificación del mal absoluto en su sentido moderno en cuanto al paradigma racional, me refiero a la no admisión de relatividades y eufemismos, sencillamente perseguir, exterminar, expropiar, odiar étnicamente y aniquilar en horridos campos de concentración eran un ejercicio absolutamente legal del III Reich, y el Reich era el Führer, en el residía el Estado, la eternidad de la raza aria y del Reich eran incuestionables y hasta esos excesos eran un marco potable, tolerable y aceptable para la Alemania de Hitler y su terrible y larga noche.

La justicia despojada de independencia, no respondía a los meros extravíos de gente sin criterio y sin racionalidad del populacho, los juristas del horror eran hombres preparados, académicos connotados de las círculos universitarios de Alemania, cuna de los pensadores, sin embargo, de acuerdo con lo expresado por la profesora Elvia Jurado Rojas, docente de la Universidad de Carabobo, “habían obviado principios universales de derechos humanos, como el principio de la legalidad y el de la presunción de inocencia”, apelando a un lenguaje rígido y paralelo, guturado en odio desde las fauces del lobo y advertido con horror por Victor Klemperer, lograron trepanar los cráneos de estos sesudos juristas y abordar sus paradigmas, colonizarlos y hacerlos yuxtapuestos al mal, anestesiando a la moralidad se puede dotar de toda maldad al ser humano, hasta llevarlo al punto del estado existencial propuesto por Hobbes y trocarlo en licántropo del hombre, suprimir la posibilidad de dejar de formar parte en el festín de la coaptación de todas las formas independientes y dignas de la existencia; no se puede reducir al mero hecho de suponer que formando y capacitando en preceptos  técnicos sin abonar en la moralidad, no llegue a extraviarse también el sujeto preparado en un seudohablante que valide la iracundia, la violencia y el mal como ejercicios del poder.

Desde las esferas académicas de aquella Alemania profundamente enferma en el espíritu y víctima de la pobreza en las pobrezas, es decir, afectada por limitaciones materiales y precariedades, que se hicieron paralelas con la pobreza desde la lengua para recrear un marco de locus comunicacional que redundase en estas perversiones del establecimiento de la “lingua tertii imperii” o lengua del III Reich, para proceder por la vía de la repetición de mentiras y neolenguajes a un estadio superlativo de pobreza en el espíritu que adormece la capacidad para no formar parte del horror, un estado de catatonia de la eudaimonía o capacidad para ser mejores, más altruistas y por ende individuos inoculados contra el mal, la pobreza en las pobrezas envolvieron a Alemania cual serpientes a Laocoonte hasta lograr paralizar todo vestigio de rectitud, de Bildung y de moral.

La obra de Müller es una espeluznante advertencia del efecto pernicioso de los tumores instalados en los cuerpos sociales del Estado, procesos infecciosos que se hacen visibles bajo nombres y proclamas revolucionarias. Eso le pasó a la Alemania del año 1933, las ideas atávicas, primitivas, torvas y llenas de odio se hicieron lenguaje oficial, colonizaron el pensamiento y se trocaron en leyes, así la revolución nacionalsocialista era el proyecto final, la esencia dictada por  la voluntad suprema del Führer, y su justicia estaba secuestrada, dominada, y al servicio de los caprichos que dictase la irascibilidad como política de Estado.

Un signo de advertencia de esta justicia corporativa, secuestrada al servicio del caudillo carismático que se erige por encima del bien y el mal, se evidencia en las actuaciones de uno de los más cercanos colaboradores del horror, me refiero a Carl Schmitt, el padre de los estados de excepción y de la idea del enemigo interno y externo, bajo estos estados críticos discurrió la peor pesadilla vivida por más de 7 millones de desaparecidos, el Holocausto y las consecuencias de una guerra inmisericorde y total, fueron el resultado de la idea sempiterna por mantener viva la situación límite, este estado de excepción para así proponer e instrumentalizar mecanismos formidables de control, de odio y alerta, de coaptación totalitaria, Schmitt es el progenitor de estos estados de excepción y crispación que hacían banal, nimio e intrascendente el avance de la malignidad total denunciada por Arendt y de la estética del mal como pulsión visceral que se opone a todo lo que es éticamente y estéticamente estable, la imposición de la entropía del desorden, de la anomia y la orfandad frente a cualquier búsqueda que promoviese el respeto o la escucha activa y usable para defender la dignidad humana.

Desde 1933 no pertenecer al movimiento revolucionario del nacionalsocialismo era un acto cuanto menos censurable y reprochable, para posteriormente ser trocado en delito, la idea primitiva de la voluntad del Führer como la voluntad del III Reich, lograron enfermar a todo un país que fue presa de la mentira repetida, de la invasión al paradigma y de la idea del enemigo externo, todas las ramas del árbol jurídico sufrieron una mutación retrograda, pero quizás la más afectada fue la del Derecho Penal, este se convirtió en un instrumento para infringir terror, para insuflar miedo y para lograr paralizar a toda la población, Adolfo Hitler, un orate, fabulador, ignorante, enemigo a muerte de los abogados, del derecho y de la justicia, consiguió que mentes preparadas en los esquemas del pensamiento judicial le acompañaran en la aventura de desmontar el Estado, producir un horrendo holocausto contra los judíos, cuya cifra supera las siete millones de vidas y contra cualquier minoría a la cual las odiosas, infectas, pero validas leyes del III Reich indicaran que debían de ser usadas a guisa de arma arrojadiza, no solo careció de dique de contención contra esta maldad absoluta, sino que llevó a toda Europa al horror de la II Guerra Mundial, bajo este estado de excepción también el derecho fue usado para penalizar cualquier acto de información sobre los horrores del frente que contravinieran las ideas del líder supremo.

La obra de Ingo Müller nos narra episodios que sobrepasan las capacidades de cualquier obra de terror, nos muestra al hombre tal y cual es, en toda su extensión de malignidad, describe cual médico patólogo lo que le ocurre a una sociedad cuando transfiere sus derechos a la voluntad de un líder carismático y demagógico, este proceso de transferencia de los derechos no es otra cosa que la materialización de un proceso de entronización totalitaria.

La humillación de todos los poderes al Poder Ejecutivo, el secuestro de la justicia y la supresión de su autonomía, termina aplastando a la población bajo los designios del tirano, quien etimológicamente es un necio que no sabe, que no tiene cualidades más que la capacidad de infligir temor, de usar la iracundia como política de Estado y de corromper a la sociedad al hacerla también entrar en el juego de la dinámica tributaria que la ira requiere para hacer nimias sus tropelías, en la justicia del horror, con el horror y para el horror, se puede hasta simular sentir alteridad y tener propensiones altruistas cuando en realidad, las patologías de la moralidad justifican cualquier atropello.

El servilismo hacia la ira como política de Estado, hace tolerable y hasta legal cualquier desviación en el poder, la advertencia de Müller es que estos juristas prestados a complacer y servir al odio, se vieron luego incorporados al escenario de la reinstitucionalización de la Alemania de la post guerra, sin ningún procedimiento en su contra, ejerciendo el concepto de impunidad. la justicia jamás les pidió rendir cuentas, de nuevo se cumplía aquella máxima en extremo pesimista, pero incontrovertible por tautología de John Stuart Mill: “La idea de que el bien y la justicia prevalecen sobre la persecución y el mal, son un lugar común en la mente de la humanidad, para hacer tolerable la crueldad”, tal vez esta afirmación le resulte chocante al lector quien estará intentando encontrar en estas líneas una urdimbre hacia la esperanza y al deseo de superación incruenta y de establecimiento de la justicia luego de que las sociedades son afectadas por estas taras en sus procesos de desarrollo histórico y social, pero estos escollos en los procesos del devenir histórico social hacen ver a las sociedades tal cual son, desde sus esquemas y vértices de la más absoluta y repulsiva maldad expresadas sin ningún eufemismo, se aprueba la maldad, se tolera, se asume y se aplica y porque no se convive con ella, hasta se le  llega a promover. Estos estertores perversos fueron denunciados por Ingo Müller, quien no se conformó con los meros juicios de los perpetradores materiales e intelectuales del Holocausto, sino que en su valiente afán de denunciar expuso que los encargados de administrar la justicia horrorosa de Hitler, fueron asimilados por la hipnosis colectiva  e incorporados al ejercicio del derecho y de las leyes, la obra de Müller es el testimonio vívido y real de un proceso de deformación institucional inadmisible, que condonó a los juristas del horror de facto y los exculpó de sus fanatismos, parcializaciones y empleo político de la justicia, es una advertencia a no volver a repetir este error, este horror por antidemocrático, inhumano y reñido con la dignidad humana, nada puede justificar a que en el nombre de una revolución se haga tanto daño a un pueblo.

En aquellos doce años de 1933 a 1945, el Reichstag no solo se incendió, sino que fue mutado y envilecido a un teatrín de guiñoles bajo la voluntad de un psicópata como Adolfo Hitler, un desleal enemigo jurado de la raza humana, una bestia sedienta de sangre, que encontró eco en las cortes, en los tribunales, en los jueces, en los académicos y hasta en las universidades; las octavillas de los hermanos Scholl previniendo sobre los horrores del campo de batalla del frente oriental y la masacre de alemanes en la guerra, fue brutalmente reprimida, La Rosa Blanca es un símbolo de la crueldad con la cual el juez liberó las órdenes para decapitarlos por ser disidentes, por pensar distinto, por atreverse a cuestionar, esto ocurrió en los espacios de la LMU en Múnich, la universidad no pudo  contener al mal, su comunidad de intereses superlativos y espirituales, no estaba preparada para detener la andanada de la colonización del mal, toda Alemania estaba en las fauces del lobo, usaba su lenguaje terrible transmitido por repetición incesante de la propaganda y la verdad única.

Los administradores de esta justicia del horror contra los Scholl, los que impusieron las leyes raciales que sometieron a Victor Klemperer a infundios, calumnias y un verdadero pogromo en contra de su dignidad humana, y aquellos que como Eichman decidieron deportar a miles de alemanes a campos de exterminio bajo el amparo de las leyes raciales, permanecieron absolutamente indemnes ante el mal, se mantuvieron en la más absoluta de las impunidades, por eso esta obra: Los juristas del horror, debe ser leída desde la más temprana edad, a los fines de no volver a repetir estos errores. En el caso de Eichman sí se recibió justicia, pero para Arendt, este hombre poco inteligente solo seguía órdenes, aunque el sistema burocrático y perverso lo llevó a convertirse en un monstruo, muchos de los arquitectos del andamiaje legal y jurídico que hacían legales las atrocidades de Eichman y Mengele, permanecieron bajo la calma y tolerancia de un sistema que los asimiló y los exculpó.

Los horrores de Auschwitz y de Buchenwald, por mencionar solo dos de los campos de exterminio fueron hechos legales por fiscales, abogados, jueces y juristas plegados a un proyecto revolucionario con visos totalitarios que terminaron por hacer del horror una norma, de allí que las tiranías, se dan sus propias normas, sus propios marcos legales, sus formas y maneras y llegan a ser tolerados por las sociedades subyugadas, la condena a la horca de Ilse Koch la “zorra de Buchenwald”, culminó con una risotada en la cara de este engendro del mal, una risa que acalla los gritos y llantos de los cientos de mártires de sus sádicas prácticas, todas degeneradas, unas superiores a otras en malignidad y perversión, pero desde esas fauces también de un cánido, desde la lengua de la zorra de Buchenwald, se administró una justicia secuestrada, politizada, absolutamente complaciente hacia el terror y ninguno de quienes redactaron esas leyes rindieron cuenta a la justicia, y menos a la humana, pues la divina es un placebo ante la absoluta imposibilidad de reivindicar los actos perpetrados entre los hombres.

En la Venezuela del siglo XXI, vivimos también la imposición de una justicia horrorosa, la expresa manifestación de la seudojustificación legal de los atropellos contra la naturaleza de una población vapuleada, secuestrada, defenestrada a la humillación y al horror, abandonada a su suerte, sin asistencia alguna, entontecida, a la intemperie y absolutamente traicionada en su deseo de ser libre, las leyes de la V República justifican cualquier tropelía, hacen nimio el horror y la tortura, los procesos extrajudiciales son de absoluta y pavorosa normalidad, juicios sumarios, persecución a la prensa, aplicación de sentencias expeditas, para resarcir daños morales a los perpetradores de un proceso inédito de destrucción nacional sin precedentes, nuestro país exhibe un daño inmenso y muy marcado, un proceso verdadero de corrupción integral en todos los estamentos de un ex Estado, de una Ex República y de un ex País.

No existe división ni independencia de poderes, vivimos en un estado de emergencia y crispación económica desde 2013, un estado de excepción con leyes especiales que miden y legislan en materia del “odio”, pues odiar es monopolio de la coalición gansteril instalada en el poder, ilegítima de origen y de ejercicio, culpable de cientos de secuestrados quienes se pierden en las ergástulas del régimen, dispuestas para acallar a la disidencia. No ser revolucionario y reclamar tus derechos te hace blanco móvil de la capacidad infinita de legislar para prohibir pensar que se impuso en Venezuela desde 1998, aislados, secuestrados y atemorizados resulta muy difícil denunciar sin recibir la acción inmediata de una coalición que cuenta con un tribunal supremo de justicia, que no es más que el bufete del régimen, con una fiscalía que es el brazo actuante de la represión penal y con un defensor del pueblo quien ejerce funciones basadas en eufemismos, que terminan justificando la represión.

Con un Estado de Derecho vaciado, las victimas del Estado total no tienen quien las represente, hechos espantosos como la tortura del concejal Albán y la disposición de su cadáver lanzado al vacío,  la tortura y posterior fallecimiento del militar Acosta Arévalo, son casos aún insolutos, el Estado no responde, así las acciones de la FAES, denunciadas en sendos informes por la alta comisionada para los Derechos Humanos, son solo papel, no resarcen el daño, los microrrelatos de violaciones de la dignidad que a diario se dan en el país son una verdad a voces que todos callamos, la calumnia y la difamación empleadas, para acallar a la disidencia son el pan de cada día en Venezuela, se tolera que los actores políticos y sociales, con responsabilidad de hablantes, mantengan vínculos obscenos con quienes nos secuestran, se toleran todas las formas de indignidad, es más, se plantean legislaciones especiales en materia de un adefesio jurídico de Estado comunal inexistente en la Constitución, que busca la supresión de los gobiernos regionales y locales, la implantación del Estado comunal y la definitiva desaparición de la propiedad privada, la libertad y la individualidad, la ley de zonas económicas especiales es un subterfugio de la lengua de la dominación o de la neolengua, para establecer el control total y absoluto de la propiedad y la extinción de la casi muerta libertad económica.

¿Qué más necesitamos para entender que el único propósito de esta revolución retrotraída en un estado de conducción gansteril del poder, lo único que persigue es perpetuarse en el poder? a despecho del sufrimiento, la muerte y la desesperación de sus rehenes, ya que eso somos, rehenes de una kakocracia burlona, que asume las posturas de la gansterilidad, una coalición contra quien no existe oposición política, pues desde el poder se desprecian las formas válidas de resolución de conflictos en los cuales medre lo políticamente válido, lo aceptable en el entorno de la eticidad en el  manejo del poder, un tema que en este país es abordado por personajes con muy cuestionables trayectorias morales, profesionales y vinculadas a este proceso de destrucción nacional, por el valor de una coima entregada para satisfacer sus sombríos y aviesos intereses.

Abogados que fingen cumplir las leyes, juristas dispuestos a calumniar bajo el amparo de las formas que se han aceptado en el país, formas soporíferas y evidentemente sesgadas en donde los medios de comunicación social, al servicio de la hegemonía usurpadora, se permiten calumniar, difamar, enlodar y destruir la honorabilidad de los que se oponen legítimamente a no ser pisoteados, entramos de manera colectiva a una suerte de Sábado Sensacional eterno y sombrío, por demás cruel, en el cual mancillar la honra está permitido, somos el país de Diosdado y su mazo dando, programa desde el  cual se amenaza, con la operación “tun tun”, una suerte de “judenhaus” tropical que implica cualquier atropello, el país de la “konducta zurda” en donde se expone al ridículo a la disidencia decente y no se permite la réplica, ni la debida defensa, el país de los patriotas cooperantes, la edición criolla de los comités de defensa revolucionaria cubana, traídos a Venezuela desde La Habana, Cuba, la metrópolis que nos domina.

Si a todo  esto sumamos la casi escisión del territorio, un componente vital del Estado, acción que se encuentra asociada con los vínculos que desde el poder se hacen con grupos irregulares, que impiden de manera tangible que ni siquiera seamos un Estado fallido, pues  no calificamos para ser ese gradiente gravoso de emergencia en la supervivencia nacional, sencillamente somos un fardo sangrante de Estado, la traza de lo que alguna vez fuimos, podremos entonces advertir el nivel de degeneración en el cual estamos sumidos, la violencia en zonas de la capital de la república, en donde el gobierno armó deliberadamente a grupos irregulares, para contener las protestas, frente a las calamidades que a diario se viven en el país, son la demostración patente de que la Cota 905, La Vega y Petare, son émulos de un Estado que desapareció, para mutar en formas de perpetuación delincuencial y gansteril cuyo único fin es el dominio total, el uso del país como teatro de operaciones, el vaciamiento de toda lógica política y jurídica, y el abandono del Estado de Derecho.

Lo único que aún tenemos es el relato, quizás esa es la última y única frontera, tal vez y sin temor a equivocarme es la muda de ropa que decidamos embutir en una maleta, apelando al pasaporte, ese salvoconducto que se besa desesperadamente y se guarda en un cofre, para tener siempre vivo el cálculo hacia el exilio, el destierro de un país que ya no es el nuestro, y vaya que cuesta aceptar la derrota, pero es tan grande el vilipendio a la dignidad, que ni siquiera el insilio del padre del estoicismo, Victor Frankl, es suficiente para encontrarle un “porqué” a este como estamos sobreviviendo, en un país sin pulso vital, sumido en la peste, la larga noche de la intemperie, la indiferencia colectiva y la levedad hacia el mal.

Sin justicia nuestra existencia ya no es soportable, bajo el imperio de la maldad cuesta mucho intentar empujar este carro sin ejes ni compás moral, vadear la barca de esta Medusa naufragio colectivo, es un ejercicio que nos pone a prueba, que supera a lo propuesto por Jaspers en sus situaciones límites, la libertad es inmanente al hombre, es fe filosófica e idea de finitud, pero nuestra realidad es tan ruda, tan torva, tan amarga, tan cruel e inmisericorde que logra escindir ese nudo filosófico y moral entre la fe filosófica de la libertad y el estado natural de nuestra insoportable permanencia en este país que a diario nos expele, que nos advierte cual cuervo de Poe que nunca jamás estaremos salvos y solventes desde la moralidad, mientras todos los esquemas de la vida nacional se encuentren secuestrados por el poder total.

Traicionados, defraudados y vapuleados, carecemos de referentes para la lucha y el cálculo del exilio deja de ser incorpóreo abstracto y se hace concreto, total, parece más sensato, llevar al país en el corazón, en ese lugar del alma no acotado, impalpable, adonde van los recuerdos, los afectos y los seres queridos que parten para siempre y deciden permanecer eternamente atados a nuestros recuerdos, allí también nos cabe el país, doblado en cuatro pedazos, como las hojas de los apuntes, de aquellos quienes aún nos dedicamos a la tarea de formar y educar, en un país en el cual la escuela, la academia y la universidad también, parece sucumbir a esta terrible tempestad que no robó el destino.

No hay existencia sin justicia, los lineamientos morales no parecen lograr amoldarse a esta situación de abandono de posturas de simulación masiva, de traición continua y de estado de sospecha perpetua; sin justicia no se puede vivir, en la entropía no hay virtud.

Frente a lo pesado y rudo de esta sentencia dejo como corolario que Alemania nazi vivió doce largos y duros años de oscuridad, nosotros tenemos veintitrés años largos de pasión silente, de diaria bofetada, de larga noche, ya la idea de la luz al final del camino es casi un espejismo inalcanzable, el cansancio es válido y no se puede interpretar como cobardía, por ahora y para siempre, seguiré esperando bajo el laurel de Andrés Eloy, los años de la justicia erguida, los años que prosigan estos mustios tiempos, pero tal vez lo espere bajo otro laurel sembrado en tierra ajena, como el poeta Machado haciendo camino al andar.

Duele y mucho este declive, aceptar la realidad no supone ser derrotado, es un acto de reconciliación con la verdad y con el deseo de vivir en dignidad, el país ya no existe, los referentes nos fueron arrancados, somos víctimas del odio y de la complicidad a todo nivel, de la connivencia, con la indignidad y la maldad; en este tenor de ideas es imposible plantearse un acto de inmolación colectiva, cada vez se cierran más  los círculos, se acotan los espacios y el país se nos hace más hostil, compilar este horror desde estas faces es muy complejo, ya nuestro diccionario de la V República está listo y para nuestra desagracia es muchísimo más pobre que el del III Reich, el nuestro es una oda a la procacidad, a la picardía, al ejercicio acomodaticio y a la indolencia, indiferencia y promoción de la maldad, con absoluta tristeza hago espacio común con el jurista brasileño Ruy de Barboza: “De tanto ver triunfar las nulidades, de tanto ver prosperar la deshonra, de tanto ver crecer la injusticia, de tanto ver agigantarse los poderes en manos de los malos, el hombre llega a desanimarse de la virtud, a reírse de la honra, a tener vergüenza de ser honesto”

Finalmente, escribir este artículo triste no es un ejercicio de catarsis, es la expresión subyacente en los pechos de muchos venezolanos, es la pregunta que asalta a diario a la conciencia sobre el papel de seguir en medio de la indolencia y la banalidad ante el mal, los buenos no somos más y de serlo el miedo nos paraliza y las resultas de oponerse a este estado natural de absoluta maldad son cada vez más sombrías y más retorcidas, son momentos de decisiones y una de ellas puede ser abandonar todo y esperar los años limpios, el regreso en libertad. Las laceraciones sufridas, los daños morales y sobre todo los dobleces y falencias en los clivajes con la honradez y la decencia generan una angustia existencial que es incompatible con la vida.

Venezuela ya no es, no existe, al menos no es esta cosa informe, desigual, violenta, cruel y abyecta en la cual vivimos, el país debe y tiene que despertar, a menos que hayamos entrado en estado comatoso con el mal como sopor de cualquier espasmo de rectitud y decencia, rehacer todo también requiere alejarnos para ordenar ideas, para vivir en libertad y llevarnos doblada y enjugada en lágrimas esta derrota tricolor, este destierro con precipicio al agujero que supuso esta ideología malsana que nos destruyó la vida a todos.

Para cerrar la frase de Reinaldo Solar, novela de Gallegos, describiría el estado de ánimo que me impulsó a escribir estas líneas al referirme al Estado natural del discurrir de esta calamidad nacional, que el lector se decante por el sentido estricto de cada una de estas palabras y decida lo que debe emprender, en mi caso el cansancio y el hastío hacen cercana la idea del exilio y la partida, de la lejanía de tanta complicidad y maldad.

“A ti te parece que el deber de nosotros es la expatriación, y yo opino lo contrario. Creo que nuestro deber está en quedarnos aquí, para sufrir con todo el corazón la parte que nos corresponde en el dolor de la patria, para desaparecer con ella, si ella perece; para tener la satisfacción de decir más tarde, si ella se salva y prospera: yo tengo derecho a este bienestar porque lo compré con mi dolor”.

Reinaldo Solar, Rómulo Gallegos      

 


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