Momento del asesinato de Villavicencio, ocurrido esta semana en Quito, Lima

Entre el populismo y la narcopolítica, a menudo entre los dos a la vez, la democracia liberal –la democracia, a secas– vuelve a ser una excepción en Iberoamérica. El asesinato de Fernando Villavicencio en Ecuador es un calco del que sicarios de Pablo Escobar cometieron en 1989 contra Luis Carlos Galán, candidato presidencial colombiano. Entonces parecía un hecho aislado, consecuencia de la eclosión de los cárteles de la coca y de su designio de doblegar a un Estado que luchaba mal que bien por erradicarlos. Hoy, el presidente de la propia Colombia tiene un hijo detenido y procesado por lavado pecuniario y él mismo está bajo sospecha de financiar su campaña con dinero manchado. Una denuncia similar involucró a Pedro Castillo en Perú y es bien sabido que la droga se ha convertido en el sostén del régimen venezolano y que los capos ejercen como un verdadero poder paralelo en las pequeñas naciones del istmo y en el México de AMLO. La corrupción estructural de unas instituciones ya de por sí débiles va a más y no a menos en los últimos treinta años. Sólo que ahora no son dictadores militares los responsables del colapso.

Y eso sucede con la complicidad, o más bien con la implicación de la izquierda. No sólo la suramericana, su beneficiaria directa, sino una parte significativa de la española y la europea, como demuestran los vínculos de dirigentes como Iglesias y Zapatero con el llamado Grupo de Puebla, ese racimo de próceres solidarios con una pléyade tan selecta como Petro, Maduro, Morales, los Kirchner o Correa, cuya labor de zapa se extiende por el subcontinente como una epidemia. La oposición a este fenómeno de irradiación autoritaria o iliberal, tanto en la esfera política como en la prensa, vive bajo una presión creciente que a menudo pasa de la intimidación a la pura violencia. La liquidación física de Villavicencio, periodista y parlamentario, es el símbolo de la suerte que puede correr cualquier individuo dispuesto a enfrentarse al crimen organizado a cara descubierta.

Al igual que sucedió con la Cuba castrista, el izquierdismo europeo saluda la expansión narcopopulista de Río Grande abajo con manifiesta simpatía. No del todo ni exclusivamente moral o afectiva: existen lazos mercenarios en esa conexión entre corrientes ideológicas de las dos orillas. Dinero de origen turbio –o demasiado claro quizá– financia intercambios de favores con prodigalidad fluida. Diplomacia monetaria, fraternidad de intereses, camaradería crematística. Asesorías de ida y vuelta, defensas jurídicas, lobbies de influencia, partidos franquicia. A este lado del mar, el apoyo a los regímenes venales de los países hermanos constituye una credencial de prestigio progresista. Allí, el Estado de Derecho se ha vuelto a transformar en una utopía desangrada por lo que Galeano llamó –aunque con intención bien distinta–«las venas abiertas de América Latina».

Artículo publicado en el diario ABC de España


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