La Historia de la Humanidad registra que siempre los intelectuales [«Intelligentsia», «Intellectuels», «bildungsbürgertum»] hemos sido percibidos y tratados como integrantes de una peligrosa casta y hasta somos «objetivos de guerra» en naciones dirigidas por hombres y mujeres letales.

Entre las causas de esa calamidad, mencionaré: la ignorancia volitiva y la doctrinal, cuales, virtud a su representatividad, afectan tanto a quienes se les impone o enseña y a las víctimas cuando las ejecutan [luce insólito, empero sí se ejerce como un nada novísimo oficio]

Qué no podemos discernir sobre la prepotencia, soberbia, arrogancia, pendencia, perversión, malicia, impavidez, falsedad, «falacieguismo», supremacía de facto e indolencia que enorgullece a la Casta de Letales y adherentes. No se trata de un debate de ideas entre burgueses y revolucionarios, entre «diestros» y «siniestros de una imaginaria Derecha Política en pugilato contra la [también de ficción] Izquierda Política: sino de una «férula» naturalmente hostil, mediocre e inculta que oprime a millones de indefensos y acorralados ciudadanos.

Nada de admirable tiene que un intelectual presuma ser aliado de la férula que gobierna: que maquille u oculte su cobardía ante la Sociedad de Civiles, declarándose forastero ante sucesos o hechos que a todos nos concierne y que abominamos cuando se hayan urdido contra ciudadanos no letales ni borregos.

Atribuidas a escritores notables, ciertas expresiones desacralizan la Provecta Majestad Intelectual. Ejemplos: «Intelectual es el que se mete donde no le importa» (del francés Jean Paul Sartre); «Los intelectuales son especialistas en la difamación, son, básicamente, comisarios políticos, administradores ideológicos» (del ruso Noam Chomsky). En ambos casos, fue explícito que sus razonamientos tuvieron motivaciones de origen ideológico.

No soy propenso a conferirle aura de tabú al cultivo de la inteligencia. Pero: si tuviese la potestad de abolir o proscribir algunas cosas a favor del progreso de la humanidad,  comenzaría con el denominado Ministerio de las Armas y otros conexos. E impulsaría la ilustración para la salud, socorro o asistencia al infortunado, la libertad, el progreso, equidad, paz y fraternidad entre los individuos. Porque el pertrecho bélico, y quien lo emplea, que se cree protege o libera, solo devasta poblaciones y no precede la dignidad de ningún ser humano: investido o no de autoridad. Por ello, cuando me hallo en la situación de tener que ser –forzosa y fraudulentamente– gobernado por una férula mi indignación enciende. En la plenitud de la Era Posmoderna que vivimos, ya esa clase de cofradías  de nefastos individuos no debería influir en los destinos del mundo civilizado.

Por lo expuesto, luce inconcebible e inexplicable que los «cultores de la inteligencia» se exhiban plexos a los vestigios de la «barbarie» que diezma la «buena voluntad», «cordialidad»  y «paz» entre quienes conformamos las naciones en un planeta perfectamente salvable. No somos «tabú», ni «comandantes supremos» para fines a la humanidad lesivos, ni «peligrosos» o «insurgentes»: que la supremacía ridícula, política o religiosa, de uno frente a otros, es la mayor e infame expresión del canallaje, vanidad y codicia que los sin sesos y desadaptados pretenden sacralizar. Sólo somos legítimos insubordinados frente a quienes conforman la [todavía no extinta, es mutante e incorregible, pero falible]  Casta de Letales.

@jurescritor

 


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