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Estamos en condiciones, creo, de afirmar sin temor a equivocación que el año en curso avanza a paso de vencedores: su mes de apertura culminará en un par de días y dará paso al cojitranco febrero, mes dedicado en el calendario litúrgico a conmemorar al Espíritu Santo y a la Sagrada Familia, doble advocación, paradójica y paganamente violentada por fiestas carnavalescas a la vuelta de la esquina, presididas por un rey Momo de pacotilla —en el gobierno abundan candidatos a asumir esa efímera y ridícula regencia— ; a pesar de lo malo —la nueva arremetida contra El Nacional y la citación del ministerio público a 4 de sus periodistas, incluyendo al presidente editor, Miguel Henrique Otero—, enero nos ha deparado algunas satisfacciones, gracias a la gallarda determinación de maestros, profesores y trabajadores de reclamar en las calles justas y preteridas mejorías salariales, concitando la solidaridad del común, tan en la estepa como ellos, y poniendo en jaque a una administración raspa la olla, en abierto desafío y contundente refutación a la prédica padrino-madurista según la cual el país se arregló y hemos vuelto a la normalidad prepandémica. Pero, como hubiese dicho el inolvidable Negro Rodríguez, es imposible orinar tosiendo.

La amenaza del coronavirus persiste porque se relajaron, casi con la venia oficial, las medidas preventivas (distanciamiento social, lavado de manos, uso de mascarillas), el hambre apremia sin distinción de clases —la desnutrición afecta a casi 8 millones de personas— y la tasa de vacunación es irrisoria; además, el fantasma de la hiperinflación se cierne nuevamente sobre una economía dispersa, corrupta y hasta en vías de extinción; pero todavía los venezolanos no nos hemos matriculado en una escuela para ciegos, tal la empobrecida clase media de Estados Unidos, cual sostiene Tom Wingfield  en el monólogo inicial de El zoológico de cristal (The Glass Menagerie, Tennesse Williams, 1945), porque «Sus ojos les fallaban, o ellos fallaban a sus ojos, y por eso oprimían enérgicamente sus dedos sobre el feroz alfabeto Braille de una economía en desintegración». Tal vez continuemos con los ojos claros, aunque sin vista.

Juzgué necesario el exordio precedente dada la concomitancia de una situación producto de la depresión crónica de la economía y la manirrotura bolivariana; semejante concurrencia fundamenta, como por colorado arte de birlibirloque, el mantra bolivariano «Venezuela se arregló» y, por extensión, una narrativa para 4 gatos crédulos que, a cambio de sobras, migajas y una limosnita por amor a Chávez, vocean ¡no al bloqueo! y ¡libertad para Saab!, como si hubiese algún tipo de correspondencia biunívoca entre el culo y las pestañas. La aclaratoria acaso no venga a cuento, sobre todo porque el escribiente habría preferido seguir de mirón de palo en una amañada partida de póker entre la usurpación, ligando una escalera real (royal flush), y la oposición conformándose con un full; pero, a sugerencia de mi gran amiga Eva Ivanyi, abordé la simetría entre el affaire Shakira-Piqué y la separación Preysler-Vargas Llosa.

Para tratar esos asuntos, sabemos, están la revista ¡Hola!, el televisual Corazón-Corazón o cronistas de farándula; sin embargo, lo harán, naturalmente, a partir del amargo y edulcorado ayayay, porque además de los prestigios personales de los involucrados en los mediáticos empates y maleteos, no se trata de unos sujetos cualesquiera, y hay una simultaneidad temporal en las separaciones, al menos en lo concerniente a dimes y diretes en la vida sentimental de la cantante colombiana y el exfutbolista del Barcelona, así como la del ilustrísimo marqués de Vargas Llosa y su consorte la socialité y presentadora de televisión hispano-filipina María Isabel Preysler Arrastía, madre de los cantantes Enrique Iglesias, Julio Iglesias Jr., la periodista Chábeli Iglesias, Tamara Falcó y Preysler, VI marquesa de Griñón, y Ana Boyer Preysler.

No importan los motivos de la ruptura de la parejita Shakira-Piqué. Quizá sean de relevancia los cruces de acusaciones y desmentidos, mas no quiero abundar en ellos, sino más bien incursionar superficialmente en la viralizada canción de la estrella barranquillera, auténtica estocada en el lomo del exdefensor azulgrana. No sobra reforzar ni reflexión en torno al culebrón catalán con fragmentos de una nota aparecida en el diario La Vanguardia: «Si en las últimas dos semanas algún conocido le ha negado estar al corriente del último éxito de Shakira, posiblemente sea un snob. Resulta poco creíble que un adulto funcional con manejo de un smartphone, televisor en casa, radio en el coche o que se pare a charlar en un bar, desconozca el misil en forma de single que la madrugada del 11 de enero cayó sobre Gerard Piqué Con más de 200 millones de visualizaciones en YouTube y casi 130 en Spotify, el temaBZRP Music Sessions #53”, con el DJ argentino Bizarrap, ha impuesto tal hegemonía en la agenda conversacional que lo hace merecedor de una reflexión de índole psicosociológico».

Harta ya de estar harta, como en la canción de Serrat, la colombiana le dio otra vuelta de tuerca al «mecanismo de expiación» a su probable próximo disco y descargó este mazazo sobre la testa de su exmarido: «Cambiaste un Ferrari por un Twingo/ Cambiaste un Rolex por un Casio. /Vas acelerado, dale despacio/Mucho gimnasio, pero trabaja el cerebro un poquito también/Fotos por donde me ven, /Aquí me siento un rehén. /Por mí todo bien, Yo te desocupo mañana/Y si quieres tráetela a ella que venga también. /Tiene nombre de persona buena/Clara-mente no es como suena/Tiene nombre de persona buena/Y una loba como yo no está pa’ tipos como tú».

Ha sido ardua y acaso labor tediosa escudriñar en los trapos sucios de quienes viven de la voz y las patadas. Veamos cómo nos va con el malabarista de las palabras y la glamorosa coleccionista de maridos importantes, todavía madura dama de buena estampa. De creerle a la revista Lecturas, la manzana de la discordia del arrejunte Vargas-Preysler fue Tamara Falcó, marquesa de Griñón; pero, en breves declaraciones suministradas a El País, tras su regreso a Madrid después de las vacaciones navideñas, el autor de la Tía Julia y el escribidor desmintió que los celos hayan sido la causa de la separación: «Los motivos de la ruptura no existen». Probablemente, a raíz de este, su tercer o cuarto divorcio, el arequipeño se refugie en la soledad, si Patricia no se apiada de él —hubo un comadreo sobre celos y coñazos con García Márquez de por medio—. Resulta insólito ver cómo la insoportable frivolidad del chisme, bueno para la prensa rosa, invisibilice la putanesca, corrijo putinesca agresión continuada a Ucrania, los tenaces estragos de la pandemia, el conflicto peruano y el oprobio cotidiano de la diarquía Vladimir-Nicolás. Bien, ya el miércoles será febrero. A lo mejor, un ukase del seudopresidente adelanta el Carnaval y habrá baile de disfraces en Miraflores con mucho de ¿a qué no me conoces?


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