El 22 de octubre de 2020, por este mismo medio, nos referimos al tema de la eficacia de las sanciones como instrumento preponderante para una transición democrática en el país. En aquel entonces señalamos en el artículo “Queremos formar parte de ese 21%”, que solo en ese porcentaje las sanciones fueron parte del éxito para una transición.

Apuntábamos que según los datos del estudio “El impacto y la naturaleza real de las sanciones económicas impuestas sobre Venezuela. Crisis económica y social. Causas y consecuencias” del economista Manuel Sutherland, en 67 países sancionados entre 1976 y 2012, las sanciones han tenido un impacto muy severo en el crecimiento económico y en los efectos perniciosos que tiene en las clases más depauperadas; manifestamos que en un cuadro como este las sanciones (que el régimen ha ocasionado) pasan de ser disuasivas para convertirse en una parte más del problema que de la solución.

Sin embargo, para entonces, los venezolanos estábamos esperanzados, resistiendo con bizarría excepcional las penurias, la represión y persecución. Decíamos que no bastaba, que era indispensable que nuestra clase dirigente encauzara a ese pueblo que esperaba mejores decisiones que la estéril consulta que en ese momento era la “pócima mágica” para salir del régimen.

Viene al caso la referencia visto que luego de transcurridos más de dos años de aquellas líneas, se reactiva el debate sobre mantener o no las sanciones impuestas, especialmente las aplicadas por Estados Unidos, ahora en un nuevo contexto geopolítico marcado por hechos extraordinarios puertas afuera, detonados por la invasión de Rusia a Ucrania, pero también marcado en el ámbito interno por el fracaso de nuestra dirigencia opositora, caracterizada por su desarticulación y precariedad, sin peso específico para imponer condiciones sobre la pertinencia o no de las sanciones.

En absolutos términos estratégicos, la iniciativa de Estados Unidos no tiene desperdicio para sus propios intereses. Sería mezquino analizarla a la luz del corto plazo y no atribuirle importancia a sus acciones y efectos en el mediano y largo plazo. Destacaremos, entre varias, dos de ellas: una, de carácter estrictamente energético. Según analistas especializados, se trata de revertir las importaciones por petróleo apto para varias refinerías de la costa este y algunas del oeste de ese país. La Cámara Petrolera de Venezuela, por su parte, manifiesta que pueden aumentar la producción para reemplazar el crudo ruso. Así lo declaró su presidente Reinaldo Quintero al exponer que en nuestro país es posible aumentar su producción de petróleo en 400.000 barriles por día y que cuenta con la infraestructura para elevar sus niveles de producción de los actuales 800.000 barriles diarios a 1,2 millones.

A los efectos propios del debate sobre las sanciones, la mención que Reinaldo Quintero hace sobre este aspecto es de una importancia capital, cuando dice que no espera que se levanten las sanciones, pero que la administración de Biden probablemente emitirá licencias que permitan a las empresas extranjeras operar en Venezuela, eximiéndolas así de las sanciones. Con Chevron expectante y ganada para esos nuevos supuestos para reforzar su actual posición, y la posibilidad  de las inversiones privadas internas, es difícil pensar que los pragmáticos norteamericanos no se jueguen esa carta para sustituir proveedores.

El otro aspecto es de carácter político. En el caso de los estadounidenses, pese a las diferencias internas que han quedado expuestas ante esta propuesta, principalmente por emblemáticos congresistas que incluso iniciaron un proyecto de ley para impedir el acuerdo petrolero, no cabe duda de que el vital tema energético, al ser considerado asunto de interés nacional, responda a la consabida política de Estado y por tanto ajeno a banderías. En el caso del régimen el asunto tiene otras connotaciones. No existe una política de Estado, temen que el reparto del botín que hasta ahora ha funcionado con rusos, chinos y cubanos, se les vaya de las manos por un mayor control del gobierno de Estados Unidos. Ya el asunto se debate entre quienes están de acuerdo y los radicales antiimperialistas. Está por verse cuán profundo ha calado este planteamiento que de momento pudiera provocar incluso que el aliado cubano, con su extraña neutralidad ante el conflicto ruso-ucraniano, apunte a su visto bueno, lo que sin duda favorecería una apertura que aliviaría parte de la presión interna en Estados Unidos.

Esperamos que en nuestro caso tengamos como contrapartida un cambio significativo que mejore realmente la calidad de vida de los venezolanos más necesitados y se presente un nuevo escenario en el que una oposición seria y fortalecida pueda generar el cambio en el modelo político que requiere el país.

@vabolivar


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