«Cuando será lunes para volver el domingo a misa».

Pues ya es lunes. Da igual lo que hayas hecho el fin de semana. Te has podido ir a las cataratas Victoria con Jesús Calleja o quedarte en casa viendo series de Netflix como Pablo Iglesias. El lunes implica una catarsis, una vuelta a la realidad que te pone los pies en el suelo de un modo tan violento que casi duele.

Esto es así, en la mayoría de los casos, incluido el mío. Cabría preguntarse por qué, si lo que realmente te gusta hacer es lo que haces durante el fin de semana, los otros cinco días de la semana los sepultas en un dejarte ir, a ver si llega pronto el viernes por la noche.

Creo que uno de los motivos por los que el tiempo, a determinada edad se pasa tan rápido, es que la mayoría de horas de los días de diario las vives en piloto automático. Una pena y una contradicción. Cuando menos tiempo te queda, más quieres quemar minutos sin que pase nada.

Debería ser al revés. Deberíamos tratar de llenar cada minuto del breve tiempo que nos va quedando de experiencias vitales que lo enriquezcan. Rejuvenecer al conocimiento, al intelecto, ya que el cuerpo, indudablemente, va en declive.

La realidad debería ser como en la película El curioso caso de Benjamin Button, basada en un relato de Scott Fitzgerald, en la que el protagonista nace con una curiosa enfermedad del envejecimiento y va rejuveneciendo a lo largo de su vida. De este modo, al final de nuestra vida seríamos jóvenes y sabios, unos más que otros, aprovechando al máximo el cenit de la existencia.

Es cierto que la experiencia no asegura el conocimiento, pero sí que te hace más sabio en lo referente a las respuestas a los diversos dilemas que te plantea la vida.

Decía Leonardo da Vinci: “Adquiere en tu juventud lo que disminuirá el daño de tu vejez. Y si tú  eres de los que cree que la vejez tiene por alimento la sabiduría, arréglatelas en tu juventud de tal modo que a tu vejez no le falte el sustento “.

Cierto. Es verdad que el ser humano siempre está a tiempo de rectificar, de variar su rumbo, pero muchas veces, como padre, me pregunto qué clase de generación estamos criando, generación esta destinada a dirigir nuestros designios cuando ya seamos ancianos.

La era de la inmediatez está matando la cultura, sustituyéndola por la información masiva. Esto no sería un problema, si la mayoría de los medios informativos, así como educativos que están esculpiendo las mentes de nuestros jóvenes, no estuvieran mediatizados hasta el punto de que, muchas veces, en lugar de informar, desinforman.

Según Ryszard Kapuscinski, escritor, ensayista y poeta polaco, “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante . La verdad es poder, mientras que la desinformación está al servicio de los opresores.

En una ocasión le oí al ínclito Luis del Olmo, decano de los periodistas radiofónicos en España, la siguiente aseveración: “ Ser empleado de un medio para contar la verdad del dueño en lugar de la tuya es algo terrible“.

Con el mayor de los respetos para Don Luis, creo que la frase correcta sería “ser empleado de un medio para contar la verdad del dueño en lugar de la verdad es algo terrible“.

La verdad es la verdad, no tiene matices. Todo lo demás es desinformación mediatizada.

Así que, en esta era de la mediatización, de la corrección impostada y, en definitiva, de la información moldeada, serán aquellos que tengan criterio propio los que, con un poco de suerte, gobernarán nuestros destinos. Otra cosa es que, una vez hayan alcanzado las cimas, descubran que tener al pueblo desinformado y anestesiado es más rentable.

Es labor de los jóvenes construir el futuro, pero es labor de los adultos, de los ancianos incluso, definir el presente.

No obstante, quizá Ernest Hemingway tenía razón cuando dijo: “La sabiduría de los ancianos es un gran error. No se vuelven más sabios, sino más prudentes.

Gran virtud la prudencia, desde luego, aunque en el caso de Hemingway, no sé yo…

Información, sabiduría y prudencia.


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