El mayor reto para la humanidad es el cambio de los modelos de vida. Niño de Uganda | Imagen de Charles Nambasi

Sobre la figura de Thomas Malthus se concentran con proporcional contundencia las apasionadas voces en defensa de sus postulados y las aguerridas críticas de parte de sus detractores. Es de esos personajes en la historia que pueden desatar un choque de pensamientos. Este clérigo y filosofo inglés (1766 -1834) publica en 1798 Ensayo sobre principio de población,  texto en el que nos presenta conjeturas que aún hoy  influyen en pensadores, científicos y economistas. En sus estudios afirma que cuando un país aumenta su producción de alimentos, crece el bienestar de la gente, pero que ese bienestar es transitorio ya que la bonanza brinda condiciones para que aumente la población y, por consiguiente, los recursos ya no son suficientes. Malthus plantea que la humanidad crece geométricamente (de 1 a 2, de 2 a 4, de 4 a 8, de 8 a 16, de 16 a 32…), mientras los medios con los que contamos para subsistir crecen de forma aritmética (de 1 a 2, 2 a 3, de 3 a 4, de 5 a 6…), lo que nos lleva a que siempre existan muchísimas más personas que recursos alimenticios.  En sus hipótesis existían dos únicas soluciones: la positiva (esperar a que las guerras, la hambruna y las enfermedades redujeran la demografía) y la preventiva (que la gente tuviera menos hijos casándose con mayor edad a lo habitual).

La obra de Thomas Malthus siempre genera profundas discusiones, en ella se confrontan elementos de la lógica, la fe y la ciencia

Malthus no consideró lo que posteriormente argumentaría Federico Engels: que el progreso tecnológico que se avecinaría con la industrialización  permitiría maximizar la producción y así contar con más alimentos y medios. Otra variable que se opone a sus teorías es el cambio de patrones sociales, como ocurre en las naciones con mayor desarrollo económico y social, donde el crecimiento de sus índices demográficos se ha reducido y, en algunos casos, detenido.  Es precisamente en esa corriente del pensamiento, donde muchos consideran está la solución del problema: el desbordante aumento de la natalidad se puede revertir, creando mejores condiciones de vida para los habitantes, tal como sucede en Suecia, Alemania o España, países en lo que una vez alcanzados importantes niveles de bienestar socioeconómicos  la tasa de natalidad se ralentiza. Para el año 2000 el censo total de humanos en Europa se calculó en 727 millones, mientras la de África superaba los 975 millones. Según datos de la ONU (2019 Revision of World Population Prospects), en el año 2020 las cifras fueron las siguientes: Europa 747 millones, África 1310 millones de personas.

El Club de Roma recoge estas ideas malthusianas en su publicación los Límites del crecimiento de 1972 al predecir que el crecimiento poblacional rebasaría la capacidad del planeta para proveer recursos a toda la humanidad

Las proyecciones indican que para el año 2050 rebasaremos los 9000 millones de personas en la Tierra y vamos a necesitar  incrementar la producción de comida en más de 70 % de lo producido en la actualidad; en declaraciones del economista de la FAO Abdolreza  Abbassian en 2018, esto resultaría absolutamente complejo dado que el crecimiento anual de habitantes fue de 1,55 % y, por ejemplo, la producción de trigo (principal alimento en la mayoría de los países pobres) descendió 1 % y hay que considerar que los severos cambios climáticos hacen cada vez más impredecible la agricultura.  En el futuro, cubrir los requerimientos alimenticios con los parámetros establecidos en el presente significaría que la cantidad  de espacios silvestres descendería a menos de un 25% de la superficie del planeta, se quintuplicaría la cantidad de combustibles fósiles necesarios para producir comida y los volúmenes hídricos estarían extremadamente comprometidos. Hoy, en Estados Unidos el 85% del agua fresca se destina a la agricultura. Problemas como la indiscriminada deforestación, la contaminación de los mantos acuíferos, el aumento de la salinidad en los suelos arables y la desproporcionalidad en la repartición del capital, tienen en la polémicas teorías de Malthus un aviso. El incremento paulatino de habitantes, amenaza no solamente con llevarnos a una catástrofe humanitaria sino que está comprobado que en menos de 100 años convertiremos al mundo en un lugar imposible para sustentar la vida de casi ninguna especie.

La vigencia del pensamiento de Malthus es propicia para profundas discusiones; es indudable la existencia de un conflicto generado por los patrones de consumo, la energía utilizada, la producción de desechos y el sistemático aumento de la población. Organizaciones dedicadas a construir alternativas para mejorar el futuro del planeta, como el Club de Roma, tienen en algunas de sus posturas una marcada inspiración malthusiana, como lo refleja el informe de 1972 Los límites del crecimiento, así como  a los siguientes informes: Más allá de los límites del crecimiento (1992); Los límites del crecimiento: 30 años después (2002) y Los límites del crecimiento (2012), en los cuales se vislumbra un inevitable y pesimista desenlace si no corregimos estructuralmente nuestra huella ecológica. ¿Qué es la huella ecológica? Es  el impacto en la naturaleza que causa un ser humano para generar su consumo, expresado en las hectáreas necesarias para ello. En Venezuela cada habitante tiene una huella ecológica de 2,8 hectáreas, Japón registra 4,4 ha. per cápita y los Estados Unidos tiene una huella de 8,2 hectáreas por persona. Si todos los países lográramos emular el estilo de vida de las naciones mas desarrolladas, se estima que se requerirían 5 planetas para sostenernos. Visitando páginas como footprintnetwork.org podemos conocer cual es la proporción de nuestra huella ecológica como individuos.

Sin cambios en los patrones de consumo, el futuro será una lucha por la sobrevivencia. Los agricultores | Imagen de Charles Nambasi

Con certeza se puede afirmar que una de las acciones inminentes para frenar el deterioro social de los sectores socioeconómicamente vulnerables y detener al acelerado ritmo de destrucción de la naturaleza es el control de la natalidad. Cualquier medida implementada debería ser parte de una estrategia que busque no simplemente detener los nacimientos, la imposición de políticas con rasgos totalitarios no deben tener cabida. Preocupantes ejemplos en el pasado así nos los comprueban: la ley del hijo único en China, las campañas de esterilización forzadas en India en los años setenta del siglo XX bajo el gobierno de Indira Gandhi; o las implementadas por Alberto Fujimori en Perú; medidas siempre orientadas a castigar a los desfavorecidos. Lo éticamente procedente es fomentar la sensibilización del tema y proveer a las clases económicamente más deprimidas de verdaderas oportunidades de desarrollo a través de la educación y, finalmente, gestar un cambio de consciencia universal. De acuerdo con la Oxfan, con la fortuna de las 50 personas más ricas del globo se puede eliminar cuatro veces la pobreza del mundo. El bienestar, si bien no debe estar reñido con el consumo, todo lo relacionado al mercado debe ser algo secundario y afianzar la calidad de vida en la trascendencia de los valores humanísticos.

Como en tantos otros temas que producen escozor, las teorías de Malthus no pueden ser desaprobadas desde la negación. En la colectividad hay una enraizada vergüenza en dar crédito a lo que nos obliga a fijar posturas objetivas por encima de las morales. Sus ideas se hacen presentes cuando observamos las terribles condiciones a las que está sometido un tercio de las personas en el planeta. La obra de este pensador debería ser un punto de partida para analizar y escrutar los fallidos sistemas con los que la humanidad viene dando trompicones desde hace siglos. En este punto crítico de la historia, cuando desde la naturaleza recibimos una señal transfigurada en la enfermedad producida por el Covid-19,  podemos despertar y hacer que el futuro de la humanidad sea un nuevo renacer. Solo nosotros podemos corregir el destino al que nos conduce nuestra arrogancia: La inevitable sentencia a desaparecer.

 

 

 


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