China ocupa 6,5% de la superficie del planeta. Es el mayor país de Asia Oriental y tiene fronteras al sur con Vietnam, Laos, Birmania, la India, Nepal y Pakistán; al oeste con Afganistán, Tadjikistán, Kirguistán y Kazakstán; al norte con Rusia y Mongolia; y al este con Corea del Norte y el océano Pacífico. En casi todas ellas, las dificultades abundan.

Podríamos utilizar mucho espacio en describirlas, pero concentrarse en la diatriba viva que está presente en la frontera del Himalaya con la India, el segundo país más poblado del orbe, un desencuentro que data ya de cuatro décadas, ilustra sobre la actitud del gran coloso de Asia en cuanto a su preeminencia planetaria.

La región de Cachemira es particularmente compleja porque ella alberga fuerzas militares de ambos lados y en ella tienen lugar conflictos por la soberanía de la India y también de Pakistán. La India ha estado efectuando inversiones en infraestructura de gran calado en la zona con la finalidad de consolidar su presencia en esa línea limítrofe de facto denominada Línea de Control Actual. Allí reactivó una importante base militar sin contar con que, desde Pekín, ya se había decidido cruzar la frontera con equipo pesado, desplegar tiendas y cavar trincheras con el mismo propósito de afianzarse en la región que considera suya. Lo que siguió fue inevitable: la provocación dio lugar a una confrontación física que pudiera derivar en algo serio.

Lo anterior no es un hecho aislado. Ya ha habido otros conflictos bélicos animados por el desconocimiento de China de las fronteras que fueron establecidas por los ingleses a mediados del siglo pasado. En virtud de ello es que han ocupado, a la macha, estos 38.000 kilómetros de suelo indio.

Años de posiciones enfrentadas solo han contribuido a endurecerlas por la importancia geoestratégica de esta región que, además, alberga un acceso vital para China al mar Arábico dentro de su magno proyecto de la Ruta de la Seda. Mientras el desencuentro entre Pekín y Delhi ha tomado cuerpo y del lado indio han debido digerir derrotas armadas humillantes, China ha incorporado a un tercero en discordia al aliarse con Pakistán –otro país presente en la zona- en su fortalecimiento militar misilístico y nuclear.

Es tan improbable que el desencuentro actual pase a mayores como pretender que el mismo puede ser resuelto por la vía de la negociación. La disputa ha escalado a estos niveles porque lo que está en juego para cada lado de la ecuación es muy grueso. Es equivocado creer que se trata solo de un tema bilateral y puntual de soberanía territorial.

El actual gobierno de la India ha estado apostando la carta de lo internacional para aliviar sus equivocaciones y traspiés internos, que no son pocos. Narendra Modi ha estado vendiendo la especie de que su país debe ser considerado un jugador de talla en la escena global, capaz de hacer uso de su dimensión poblacional y su fortaleza tecnológica para singularizarse también como una potencia. China, por su lado, alberga el temor de que l India atornille alianzas con sus rivales ancestrales, Estados Unidos y Japón.

Lo que sí es claro es que las pretensiones extraterritoriales de Pekín no tienen límites y que su contraparte en Washington no está dispuesta a permitir que un expansionismo desmesurado tome lugar en la zona. Para ello ya Japón, Australia y Filipinas están siendo llamados al botón por el gobierno de Donald Trump.

Estamos, sin duda, frente a un ajedrez complejo en el que lo que está en juego es la bipolaridad planetaria que se empeñan en mantener y cultivar tanto China como Estados Unidos.


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