Eran años duros, el pueblo tenía dificultades para vivir con dignidad. Además, la institucionalidad no tenía ningún tipo de credibilidad, aunado con que los partidos tradicionales estaban en decadencia. A una sola voz, todos gritaban la necesidad de un cambio, para que el país pudiera respirar nuevos aires.

Golpes de Estado, protestas, inflación, inseguridad, elementos de una nación en crisis y enferma, que optó por el camino más fácil, entregar su confianza a un golpista, venido de las filas militares, con un discurso diferente, vendiendo un sueño, para ilusionar a una patria, para conducirla hacia el camino del desarrollo, la igualdad y la prosperidad.

Con el pasar del tiempo, la prédica se convirtió en mentira y las promesas en falsedades, pero transformadas en verdades, para saciar el ansia de compatriotas que anhelaban esa transformación. Se comenzó a construir el culto a la personalidad, adoración excesiva al caudillo, carismático y unipersonal, con propaganda que extendió el ideario del régimen, para reforzar la posición política del líder.

Sin embargo, había otros que lo adversaban, que con el tiempo fue sumando ciudadanos descontentos, para convertirse en un gran grupo de presión. Pero para evitar ruido en el gobierno, optaron por la formación de colectivos adeptos al oficialismo, como grupos de choque, para manejar el miedo y el terror como arma política, refugiándose siempre que era el pueblo que salía a defender el proceso de los apátridas y saboteadores.

Pero su ejecutoria no se detuvo ahí. Atacaron la iglesia, reescribieron la historia, creando un pasado ficticio, con héroes de cartón. Optaron por copar todas las instancias del poder, para tener un mayor control. Diseñaron un nuevo concepto y modelo político único, con el fin de eliminar cualquier tipo de oposición, afirmando que su pensamiento era superior, el resto era escoria. No podían ocultar su resentimiento social, siempre descalificando al adversario, viéndolo como un enemigo, que lo único que merecían eran ofensas y odio. También se le conocieron prácticas esotéricas, espiritistas, como una manera de sentir que tenía el control de su verdad.

A pesar del esfuerzo para engañar, sus colaboradores tenían poca capacidad y formación, para la responsabilidad de manejar el Estado. Solo estaban preparados para la obediencia, sin derecho a pensar por sí mismos, pero con una gran capacidad de moldear la ley y la justicia a sus intereses.

Se crearon listas, para discriminar a todos aquellos que adversaban al jefe supremo, con el fin de mantener puro el movimiento, evitando cualquier contaminación de democracia. Presos políticos, exiliados, expropiaciones, provocaron una fuga de cerebros. Nunca fue un movimiento para la libertad, solo para la mentira.

Así era el nazismo en Alemania, que ha sido copiado y adaptado a otras realidades. ¿Semejanza o coincidencia? Usted decide.

Sin embargo, visto lo anteriormente descrito, nos preguntamos, ¿cómo ha evolucionado Venezuela desde 1998 hasta nuestros días? Por lo visto no hemos llegado a ninguna parte, porque partimos de la nada. Dejamos el destino del país, en manos de la adoración al culto a un fallecido, ya que Hugo Chávez murió sin conocer la cosecha de su fracaso. Eso demuestra la prioridad del sargento necesario, para que funcionemos como nación.

Justificamos como país, la necesidad de un hombre fuerte. Las leyes y las instituciones que conforman el Estado venezolano, no cuentan, solo la impronta del caudillo, solo sus ejecutorias.

Eso de autonomía de los poderes públicos no cuaja ante una realidad de compatriotas acomodaticios, donde impera el terror en actuar en pro de sus derechos. Cualquier intento para cambiar la realidad política, que nos agobia y minimiza nuestras libertades, es reprimida con gas del bueno y encarcelamientos sumarísimos, porque en esta tierra, la ley se aplica de forma discrecional, dependiendo de tu afiliación partidista.

Los muertos no hacen mella, porque son venezolanos de otra tolda política, su sacrificio no produjo cambios, ni si quiera se despeinaron los bolivarianos en rechazar esos viles asesinatos. Con la escasez, pregonan que el pueblo se debe adaptar; con la inflación, que reajusten el presupuesto familiar. La inseguridad es una sensación, pero para evitar, hay que cambiar hábitos y costumbres, para garantizar un día a la vez de vida.

Millones de personas se deben sacrificar, para que el cónclave revolucionario pueda disfrutar de sus privilegios. Solo con consignas expresan ser de izquierda, pero viven como capitalistas del primer mundo, con ingresos de magnates de transnacionales.

Nos educan para conformarnos con migajas; nos instruyen para que adoremos a un golpista, para que el venezolano sienta que no es capaz de tomar sus propias decisiones para construir su destino, porque siempre necesitará que otros los dirijan, para esperar ser beneficiado de dádivas, por mostrar adhesión sin cuestionamientos, sin importar estar descalzos, pasar hambre o sufrir escasez, los bolivarianos están primero que el pueblo.

Se proponen la sumisión a través de la subordinación, transformando la educación basándola en principios de obediencia y mando y así garantizar el orden institucional. Es decir, que los ojos de Hugo Rafael, mirando fijamente, puedan controlar a la sociedad.

Es precisamente en la miseria, la enfermedad y el miedo generalizado, cuando tiene auge el socialismo, con su repartición equitativa de la miseria. Pero nada es eterno, ni el comandante, sin importar las veces que sea recordado, retransmitido, difundido, publicado o santificado. Nuestro deber como venezolanos es levantar la poca voz que la cobardía permite, ya que no tenemos un Estado que nos garantice el derecho a la vida, a la propiedad y al libre pensamiento. Hacer valer la justicia y auspiciar en democracia, los cambios necesarios, sin violencia, es el deber de todo ciudadano.

Por eso, debemos superar el absurdo y la disparatada realidad que vive nuestra nación, con precios del petróleo alrededor de los 80 dólares el barril, pero con una economía lamentable, donde se han mezclado las peores variables para afectar el día a día del ciudadano, me refiero a la inflación, la escasez y la devaluación. Se ha destruido la riqueza de tal manera que ha minado el bienestar colectivo. Desde la implantación de la revolución, se ha impulsado un concepto estatista, despótico y dominante, con el fin de controlar a la sociedad venezolana.

La carencia de medicinas, alimentos, materiales de construcción, repuestos para vehículos, cierre de empresas y comercios, todo un rosario de privaciones, que han provocado una sensación de desesperanza ante una realidad que a veces no se le ve salida.

Somos el país con la inflación más alta del mundo, a pesar de los controles de precios y divisas; estos 24 años se han dedicado en destruir la moneda nacional, ya es simple papel, que no tiene ningún respaldo, porque es dinero inorgánico, solo sirve para abultar las billeteras. Hay que resaltar que las reservas internacionales han disminuido y la pregunta que nos hacemos, ¿dónde está ese dinero?

El gobierno bolivariano adeuda al sector privado miles de millones de dólares, por importaciones; el sector público, durante el año fiscal 2022, cerrará un déficit en su producto interno bruto, por gastos excesivos, en pocas palabras estamos hablando de mucho dinero; el Banco Central de Venezuela se ha dedicado a financiar a Pdvsa, porque la estatal petrolera tenía problemas de flujo de caja.

No hay que olvidar la ruina de muchas empresas del Estado, expropiadas unas y nacionalizadas otras, que por su mal manejo, han sido deficientes en su gerencia, encabezadas por ineptos e improvisados, incapaces de generar ganancias. Se mantienen de pie, porque chupan recursos del gobierno nacional, ejemplo, las de Guayana, dinero que podría ser utilizado en salud, educación y seguridad.

El abismo que separa el dólar oficial del paralelo raya en la dimensión desconocida, la dependencia demencial de las importaciones para que la economía del país medio funcione, el descenso de los inventarios y el descalabro en la producción nacional, todo debido a que falta dinero para importar. Somos un país rico, pero sin dinero. ¿Dónde está el billón 600 mil millones de dólares que ingresaron al país por concepto de renta petrolera?

No es la guerra económica, ni la burguesía apátrida. Es la ineficiencia y la corrupción. Este desastre lo comenzó Hugo Rafael con su mal modelo político y continuado por el mal gobierno de Nicolás. Son indicadores que nos llevan al deterioro de la calidad de vida, en especial de los más vulnerables. Nos tocará bailar joropo sin alpargatas, porque estarán escasas.


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