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Estados Unidos pareciera no tener claro el panorama de Venezuela y su contexto latinoamericano. Al ratificar su incondicional apoyo a Juan Guaidó, solicita de forma persistente el retorno al diálogo en México, supuestamente con la finalidad de avanzar en la solución a los problemas de nuestro país y en procura de lograr elecciones libres. Su errática posición parte de la presunción de que el régimen de Nicolás Maduro por presión política y económica se sentará como un grupo civilizado, rendido, entregado, a negociar su salida.

La pandilla que se hizo del poder en Venezuela, sin visos de aflojarlo por lo pronto, condiciona ese idílico diálogo sin perspectiva a que liberen en Estados Unidos a Alex Saab y lo devuelvan a ejecutar sus acciones carroñeras al país. Con eso insisten en mostrar sus dientes, su firmeza, su tesitura delincuencial. Mientras el gigante del norte parece olvidar, o se hace el que desconoce, la calidad de los malandros a los que nos enfrentamos. Guapos, armados  y apoyados. Tal vez lo más conveniente hubiera sido que interpretaran bien el expansionismo de la izquierda en la región. El plan tramado en Cuba y Rusia y le pusieran la misma entereza y vigor que le han puesto diplomáticamente al problema ucraniano.

El caso Venezuela continúa enmarañado. Así seguirá, mientras no se vaya el núcleo del asunto. Los malandros alzados con el poder desafían al coloso del norte, espetándole su impotencia para causar un trastorno definitivo, definidor, que consiga arrebatarles el país que han secuestrado. Ya se ve que las sanciones resultan insuficientes. Que no existe una presión adecuada para que suelten y entreguen la presa. Están los secuestradores ciertamente limitados, pero no ahogados. Limitan sí a la población y la ahogan al punto de generar la horrorosa estampida humana por el mundo. El tablero, al igual que en Ucrania, lo usan rusos y estadounidenses. No se vislumbra una pronta resolución. De ese modo, el llamado a diálogo negociante luce verdaderamente pueril, infantil. De allí la burla descarada desde Miraflores.

La errática interpretación por parte de Estados Unidos de lo que sucede en Venezuela permite que, como vemos, la izquierda continúe avanzando en Latinoamérica sin contención alguna. Falta que hinque también pronto sus garras en Colombia y Brasil, nada descabellado por cierto. Mientras se solidifica incólume en Cuba y Venezuela a expensas de sus habitantes, maltrechos en su dimensión humana. En el fondo, pareciera que no existe una decisión real de modificar la situación venezolana, como si la escabrosa situación no estorbara suficientemente los intereses americanos ni los de sus aliados. El juego del diálogo, sin una rotunda embestida, así lo evidencia.

Por cierto, no he visto el pronunciamiento de los representantes, que nadie seleccionó para que fueran a México, o sea que a nadie verdaderamente representan, en favor de la libertad de nuestros presos políticos. ¿Será que, como a Estados Unidos la situación prolongada en Venezuela tampoco estorba sus intereses? ¿Ignoran en Norteamérica que aquí manejan el poder criminales contra la humanidad? No. ¿Ignoran allá que aquí operan guerrilleros, paramilitares de toda índole y narcotraficantes con apoyo de enemigos de los americanos y de la humanidad? No. En fin, si Estados Unidos quiere un diálogo y una resolución definitiva en Venezuela tiene herramientas para procurarlos. Si no las usa, es porque no quiere, o porque algo, mucho, teme. De ser esto así, la calamidad venezolana se extenderá por luengos años. Ya que la víctima definitiva que es la ciudadanía yace indefensa, secuestrada y maniatada en perspectiva permanente de huir para tratar de desarrollar en alguna otra parte una vida.


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