Konrad Adenauer

Las democracias liberales de nuestro tiempo  se sostienen en tres pilares, dialécticamente interconectados: el  liderazgo, las instituciones y la cultura cívica. Con el primero nos referimos a los políticos, las personas que se dedican como rol fundamental a la actividad política; las instituciones  constituyen  las estructuras donde se condensa el poder, guiadas por el principio de la división de poderes, así como las relaciones entre ellas dentro de los valores, principios y demás normas  recogidos en la Constitución; y la cultura cívica atiende a las actitudes y el comportamiento de los ciudadanos hacia la política, cuyo concepto clave es la ciudadanía, dotada de un haz de derechos y deberes  sensibles a la participación y al control de los gobernantes. Cuando hay armonía entre los tres pilares podemos hablar de una democracia estable y robusta, en la cual es muy difícil que anide el autoritarismo.

Pues bien, en Europa existe una nación, Alemania, donde a través de sus últimos setenta años se ha logrado construir  una envidiable armonía entre los tres pilares, tanto que ha llevado a decir al gran historiador inglés Ian Kershaw que es el país clave en la estabilización y democratización de la política de Europa occidental. En efecto, el grado de fortaleza de sus instituciones nos remite a una Constitución (la Ley Fundamental de la República Federal de Alemania) modélica por muchas razones, entre ellas un sólido sistema de partidos en ella institucionalizado, una justicia constitucional elogiada por la calidad de sus decisiones, un federalismo ejecutivo de reconocida eficacia, y un sistema parlamentario de gobierno que redunda en estabilidad política. Podríamos hablar en este sentido de un “milagro político”, que ha acompañado al asombroso “milagro económico” conducido por los principios de la “economía social de mercado”, que Alemania ofrece al mundo como una exitosa muestra de domesticación del capitalismo en aras de alcanzar el bienestar social de sus ciudadanos.

El aspecto central sobre lo que quiero hacer énfasis en estas cortas líneas es el referido al liderazgo, por una sencilla razón, y se trata de que buena parte de las crisis que hoy experimentan las democracias nos remiten a las carencias del liderazgo, en particular ese cáncer que las corroe y desestabiliza, y que englobamos en el concepto de populismo. La República Federal de Alemania constituye una excepción, pues en su relativamente corta vida ha contado con líderes que han sabido enrumbarla por derroteros de prosperidad y de lucidez política, no fáciles de encontrar en la turbulenta época en que nos ha tocado vivir. Baste mencionar algunos de sus cancilleres (jefes de gobierno) más paradigmáticos sobre nuestro tema: Konrad Adenauer, Willy  Brandt, Helmut Schmidt, Helmut Kohl y la justamente muy elogiada Angela Merkel.

Una acotación particular deseo hacer sobre la egregia figura de Konrad Adenauer, el primer canciller de la nueva república establecida el año 1949, y cuyo respeto y admiración no ha dejado de crecer en el pueblo alemán y en el europeo en general con el paso de los años. De las cenizas de la destrucción de la guerra y los duros embates que remecieron la conciencia de los alemanes, se propuso la generación de hombres y mujeres conducidos por un estadista ya con 73 años de edad, construir una nueva república, ejemplar por su sistema de gobierno, su decidido respaldo a la unión de Europa, su exitoso modelo económico y el impulso a un Estado social guiado por los principios de la subsidiaridad y solidaridad bajo el valor central de la justicia social. Lo que funda fundamenta, y el mérito indiscutible de Adenauer, que los historiadores  cada vez en mayor medida le reconocen, está en haber liderado, con visión de estadista, una nación cuya contribución a la paz y la democracia se siguen sosteniendo en su señera visión.


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