La relevancia de la creación artística quedó marcada desde tiempos antiguos por el elemento religioso en ella implícito. Cuando los seres humanos habitaban aún en cavernas, en la paredes se hacían representaciones de los animales que les proporcionaban alimentación para subsistir. Los estudiosos concluyeron que tales creaciones no tenían un carácter estético sino eminentemente religioso o ritual. Según ellos, eran en verdad una fórmula para asegurar la captura de la presa a través de invocaciones chamánicas.

Con el avance de la civilización y el surgimiento de las grandes religiones, en especial el cristianismo, la creación plástica se transformó en mecanismo de propaganda que tuvo su punto de máxima expresión con el Concilio de Trento y la aprobación del Decreto sobre las imágenes, cuyo propósito era fomentar la enseñanza religiosa a través del empleo de las imágenes.

En la época del Renacimiento (mediados del siglo XV) ocurre lo inesperado: el elemento religioso empezó a ser desplazado en su protagonismo. Se abrió así la puerta para que la creación artística se relacione con la manifestación del Ser pero como expresión filosófica. Esa condición se mantuvo incólume hasta el momento en que Kant expuso su tesis sobre el arte y el juicio estético como expresión humana dependiente del gusto de cada quien. Entonces, los ideólogos del romanticismo, encabezados por Novalis y Schlegel, se rebelaron ante tal afirmación y concluyeron señalando que la filosofía había fallado, razón suficiente para plantear el análisis desde el campo de la poesía y el arte mismo. Es importante resaltar que el romanticismo apoya su posición en el historicismo que es, a su vez, desencadenante del marxismo. El historicismo hace hincapié en la evolución factual de la historia como resultado de un “proceso necesario”.

Lo cierto es que desde el mismo momento en que los seres humanos comenzaron a coleccionar cosas, la obra de arte adquirió un valor adicional, de tipo financiero. Así, a su valor estético se sumó el económico. Entonces la obra de arte se transformó en un bien objeto de comercio, específicamente lo que los economistas denominan un objeto de consumo durable.

Paralelo al hecho de que el valor estético de una obra de arte depende del gusto de cada quien, su valor económico está asociado a factores nada objetivos, condicionado simplemente por la oferta y la demanda. Es obvio que la originalidad, las cualidades intrínsecas de la obra y el gusto del momento o la época tiene siempre relevancia. Sin embargo, en ocasiones el paso del tiempo y los cambios en la sociedad influyen en esas evaluaciones de manera positiva o negativa.

A lo anterior hay que añadir el hecho cierto de que los adquirentes de obras de arte tienen motivaciones muy disímiles: el profundo amor por la creación plástica, el simple deseo de decorar su casa, la pretensión de adquirir prestigio como coleccionistas o el calculado propósito de invertir su dinero en obras artísticas a la espera de su revalorización y venta posterior. Aunque algunos cuestionen uno u otro comportamiento, esa es la realidad del mercado en cuestión.

Pero más allá de las prácticas que se llevan a cabo en el mundo de la compra y venta de obras de arte, me permito hacer las siguientes recomendaciones a quienes estén interesados en adentrarse ese singular campo creativo: háganse visitantes asiduos de los museos y las galerías de arte; nunca dejen de lado al circuito del arte popular, Bárbaro Rivas, el más grande artista ingenuo de nuestro país, es la mejor prueba de ello; finalmente, es fundamental la lectura regular de libros alusivos a la creación plástica y sus grandes figuras a nivel mundial.

Dada la crisis política y económica del país, la compra y venta de obras de arte está de capa caída. Son muy pocos los venezolanos que están en condiciones de comprar. Por si fuera poco, quienes tienen en su haber importantes creaciones plásticas se ven enfrentados al dilema de vender a precios bajos. Con esa realidad tendremos que vivir mientras tengamos una “revolución bonita”. Ya lo hemos resaltado con anterioridad: llueve y escampa.


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