Si algo es el gobierno de Maduro es tramposo. Indefectiblemente tramposo. Un día jura que no se parará nunca de la mesa de Noruega, y al primer inconveniente se retira sin mayores explicaciones. Inventa la “mesita” a sabiendas de que la oposición con la que va a debatir no se representa ni a sí misma y que lo que hará será obedecer sus mandatos. Habla de unas elecciones que no han dicho cuáles serán. De un nuevo ente de dirección electoral que tampoco sabemos cómo va a ser elegido y mucho menos si va a estar acompañado del enorme cúmulo de medidas que hay que tomar para que la innominada elección no resulte un vulgar fraude. Quiere mantener esa vergüenza constitucional que es la asamblea constituyente, que puede hacer y deshacer lo que le venga en gana, una elección por ejemplo. Va a soltar 58 presos, no 59, que hace apenas 10% de presos políticos, injustamente presos en su casi totalidad. No se sabe hoy, incorporados ya los diputados gobierneros, si la Asamblea va a salir de su desacato, aquel verdadero atraco jurídico propio de cuatreros, y si no saliese, con qué objeto se suman ahora los chavistas. Para hablar solamente de las sorpresas más recientes, porque, eso sí, siempre se esconden las cartas.

A la oposición, es decir, a la gente que comanda Guaidó, y que debe seguir comandando, y el grupo de los cuatro, más los cincuenta y tantos países que lo reconocen y cualquier demócrata que ande por ahí, para empezar 80% de los venezolanos, no les queda sino mantener el llamado mantra, que solo significa salir de Maduro, para que haya algo parecido a unas elecciones dignas, para que el pueblo pueda hablar. Lo demás va a ser un juego de tahúres en que siempre va a haber un cuchillo en cada esquina. La solución, por supuesto, es complicada. Descarto las acciones armadas, opción que al parecer se ha reactivado con la reposición del TIAR y por la cual opta con todas sus letras Gustavo Tarre, que se supone debe obedecer órdenes del presidente interino y que cabe preguntarse si en este caso las obedece. Las descarto porque evoco, desde el principio, los muertos de Siria o el descoyuntamiento de Libia o la hambruna de Yemen… Lo descarto porque es una guerra y de una modalidad todavía más imprevisible que las convencionales, más sucia. Me da la impresión, como dice Joaquín Villalobos, de que en este momento la presión internacional es la decisiva. Y, ciertamente, esta parece más intensa que nunca. Europa al fin ha movido sus piezas y va a aplicar sanciones a violadores de los derechos humanos. El TIAR ya las ha tomado contra los que han delinquido a la vera del gobierno y lo hará, al parecer, con soportes sólidos y severas condenas. El Grupo de Lima y la OEA han continuado en sus trece. Y Trump anuncia acciones cada vez más contundentes. La situación con Colombia debe ser poco deseable para la dictadura, otro frente, y este muy agresivo.

Pero queda por mover el ámbito interno, nosotros. Pensemos lo que pensemos, este prolongado silencio no es la actitud correcta cuando el país se desploma, salvo para los vendedores de baratijas. Una idea que a lo mejor ya muchos piensan. Hay en el plan dictatorial el último y artero ataque contra las universidades autónomas del írrito TSJ, que quiere clavar en sus ya casi destruidos organismos la más humillante y vejatoria de sus armas, producto del odio contra todo lo que es inteligencia, que es vulnerar la esencia misma de su autonomía convirtiendo sus mecanismos electorales en una pocilga demagógica y populista de la peor especie, posiblemente única en el planeta. ¿No podría ser este un amplio cohesionador para un sector muy populoso y extendido del país y que puede ser, lo ha sido, de los más combativos históricamente y que, a estas alturas, no tiene más que perder que sus cadenas y sus miserias? Centremos nuestros esfuerzos en defender esos altos símbolos del civismo nacional y hagamos de ellos una bandera. Hay otras, claro, otras que pueden contagiarse.

 


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