“Lo recuerdo como el siglo más terrible de la historia occidental”

Isaiah Berlin

Esta cita de Berlin juzgando el siglo XX la repiten, de una u otra manera, la gran mayoría de los historiadores  de nuestra época contemporánea. Sin embargo algunos, seguramente con buenas intenciones, siguen señalando que la historia tiene un lado correcto que debemos hacer el esfuerzo por conducirlo a buen puerto. Es la advertencia que recientemente el dirigente político venezolano Leopoldo López le hizo al presidente del gobierno español Pedro Sánchez: “Esperemos que España esté del lado correcto de la historia”, refiriéndose al apoyo que merecemos en la conducta de España en pro de nuestra democracia y libertad, hoy en nuestro país absolutamente vapuleadas por un régimen reñido con tan sagrados principios.

La pregunta que encabeza este artículo no solo es pertinente, sino que constituye uno de los ejes de la disciplina llamada filosofía de la historia, y que revive cada cierto tiempo en el debate de las ideas. Más allá de la pregunta surge la interrogante más profunda: ¿tiene sentido la historia? Nuestra historia, la historia occidental, ha atormentado a las mentes más preclaras que han reflexionado sobre el tema, desde san Agustín a Kant, pasando por  Hegel y Marx, hasta Arendt , Berlin y Popper, para citar solo al algunos. Esta idea, encapsulada en el concepto de progreso, adquirió especial fuerza y relevancia con el movimiento intelectual predominante en el mundo occidental del siglo XVIII que denominamos como Ilustración, Iluminismo o Siglo de las Luces, que a su vez proyectó su influencia en dos acontecimientos trascendentales de la historia; primero y antes que todo la Revolución francesa, y en segundo lugar, no menos relevante, la Revolución norteamericana. Esa idea recibió un mazazo en el siglo XX ( y se proyecta en el siglo XXI), siglo de guerras , holocaustos y genocidios, que han pasado a formar parte de nuestra cotidianidad. ¿Significa esto que aceptemos la parálisis a la que nos conduce el pesimismo, la “depresión filosófica” , el nihilismo , y contemplemos inertes una supuesta realidad que nos subyuga?

Hay resortes profundos en la psique humana que dificultan la armonía que debería regir la vida de los humanos, y que se manifiesta con todo su vigor en los conflictos bélicos, sean guerras civiles, sea conflictos entre naciones.  Tucídides, el gran historiador de la antigüedad, meditando sobre la guerra del Peloponeso llegó a una reveladora conclusión. La guerra surge del temor de los espartanos al progreso alcanzado por los atenienses en la construcción de un imperio marino, que de seguir así los terminaría subyugando. Maquiavelo, otro excelso explorador de las motivaciones de los hombres en la persecución o conservación del poder, nos revela las acciones movidas por la codicia, la voluntad de poder, la envidia, el afán de riqueza y otras expresiones del ser humano en su procura de imponerse sobre los demás.

¿Podemos contener las tentaciones innobles (para no utilizar la dureza del término maligno) presentes en los seres humanos? Creo que sí y apuesto porque sí. Es mucho lo que puede hacer la política, vista como una noble vocación. Como diría Hannah Arendt, “el sentido de la política es la libertad”. La historia contemporánea ha sido testigo de hombres y mujeres que con su buena voluntad y decisión han sabido liderar sus naciones por los caminos de la libertad, la democracia, el entendimiento fundamental, es decir, la convivencia pacífica entre sus ciudadanos, por encima de sus diferencias ideológicas (o como quiera llamárselas) y naturales controversias sobre sus proyectos políticos, terminando por imponer valores positivos, y así lograr con éxito adormecer los antivalores que nunca dejarán de acecharnos. Esa es la inmensa tarea que tenemos por delante los venezolanos, una vez salidos de la noche negra de un régimen  incivil, para decir lo menos. La primera tarea es  la reconciliación del pueblo consigo mismo, para a partir de allí abrir caminos esperanzadores que nos conduzcan a nuevas formas de vida civilista que a todas luces todos merecemos.


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