Foto: Diario Las Américas

“No gastes pólvora en zamuro” es el refrán popular que se usa para dar a entender que es una pérdida de tiempo, llover sobre mojado o insistir en más de lo mismo, al menos para una persona con cuatro dedos de frente, cómo continuará la novela de Venezuela en bancarrota.

Es harto conocido que llevamos un poco más de cuatro lustros repitiendo el mismo libreto y guion, y aún no hay nadie, pero nadie es nadie, ninguno, que le pueda poner el punto final a esta trama maquiavélica.

Como en aquella novela de antaño El derecho de nacer, que ahora se llamaría El derecho de morir, pareciera que nos gusta el terror, la intriga, el sufrimiento, la decadencia y la esclavitud.

Esos han sido los aspectos que se han desarrollado hasta ahora, sin llegar y mucho menos aproximarse al clímax del conflicto.

El “Show de Pdvsa” ha sido una subtrama de la historia sin final. Uno que otro se aproxima para decidir darle tiempo a la perdurabilidad del asunto que nos ocupa, bien sea desde el punto de vista político como desde el punto de vista de la corrompida justicia, con cuyos instrumentos judiciales también será gastar pólvora en zamuro, no va a pasar nada.

La trama de las elecciones primarias y luego la presidencial, se nota con mucho revuelo, reuniones, mítines y encerronas para confabular, van y vienen, pero nada se perfila en el horizonte inmediato.

Entre tanto, la economía sigue galopando tierra abajo. El hambre recrudece, la moneda que en tiempo pasado era un lujo, como el dólar en botija, tampoco nos resuelve el sustento hoy.

La trama del suspenso sigue y al filo de la medianoche va destruyendo poco a poco Venezuela, hospitales, escuelas, centros de estudios superiores, más los servicios básicos caen al fondo.  La única tasa que sube es la cantidad de venezolanos que buscan nuevos horizontes imprecisos, para desafiar la tortuosa vida en Venezuela.

El argumento de la novela ha cambiado varias veces, hasta llegar a la distorsionada vivencia de pobres y ricos. Hay pobreza en demasía, pero los ricos pasan fácil por el ojo de una aguja.

Se desarrollan, en contraste, urbes comerciales como Las Mercedes en Caracas. También vemos, por el lado de la isla de Margarita, cómo crecen los centros comerciales con locales de ventas gastronómicas, víveres y mucho más para gente de alto poder económico.

Con el respeto y la marcada diferencia que me atrevo a hacer de la novela Cien años de soledad del ilustre escritor colombiano Gabriel García Márquez y la realidad de Venezuela, hace falta mucha creatividad para darle un final contundente a nuestra historia actual. Una historia, por cierto, sin presupuesto para una posible publicación y mucho menos llevarla al cine.

¿Hará falta un mejor escritor, quizás un venezolano auténtico, con una visión empresarial para volver a una nueva democracia en Venezuela? O ¿será ésta la historia sin fin?

Seguiremos hurgando, aun queda recurso humano en el país.

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