Una noche Daniel-san consigue al maestro de karate: el “señor Miyagi”, vestido de militar y bastante pasado de tragos cantando una canción japonesa. Le extraña tal actitud y más cuando este en un tono de ironía dice: “Sargento Miyagi presentándose a mi general, hemos logrado matar muchos alemanes” (se refiere a su participación en el Ejército de Estados Unidos en la Línea Gótica del Frente italiano durante la Segunda Guerra Mundial) y después agrega lo que le contesta el general: “Lamento informar al sargento, que su esposa e hijo han muerto por complicaciones en el parto en el campo de internamiento de Manzanar, el médico no llegó a tiempo” y él, lloroso, dice: “¿Tierra de libertad? ¡la dejaron morir!”. El hecho pudo haber ocurrido en la realidad debido a que más de 33.000 nisei participaron en las Fuerzas Armadas de Estados Unidos mientras sus familias seguían recluidas en campos de concentración (que posteriormente se les cambió este nombre por la mala fama de los respectivos en Europa).

La película Karate Kid (John G. Avildsen, 1984) ha ganado un puesto entre los clásicos de la cinematografía porque su temática es la eterna relación entre el discípulo y el maestro, en este caso la enseñanza de una disciplina deportiva que incluye también un desarrollo espiritual. Pero para mí fue el descubrimiento de los más de 120.000 estadounidenses de origen japonés (generalmente llamados “nisei”, aunque para ser específicos esta palabra se refiere a la segunda generación de los pertenecientes a esta etnia y que nacieron y se educaron en Estados Unidos), que fueron encerrados en diez campos durante toda la Segunda Guerra Mundial porque se parecían a los que acababan de atacar Pearl Harbor en diciembre de 1941. El actor Pat Morita (que representa al señor Miyagi) es un nisei que padeció cuando niño la experiencia de los campos, y esa fue la inspiración de tal escena. Otro actor que conocí también en mi niñez, pero en este caso gracias a la serie de ciencia ficción de la TV: Startrek (Gene Roddenberry, 1966-1969), fue George Takei, quien era el teniente Hikaru Sulu (piloto de la nave espacial USS Enterprise). Takei en 2014 realizó una charla “TED” que tituló: “Por qué amo a un país que me traicionó una vez”, y posteriormente ampliará su relato en forma de cómic, publicándola el 2019 con el título They calledusenemy.

El actor George Takeinos cuenta, tanto en su charla como en el cómic, la experiencia que vivió desde que tenía cinco años hasta que cumplió siete en los campos de internamiento. Los dibujos son en blanco y negro, resaltando las imágenes (los momentos) que en sus palabras se le quedaron grabadas (“It is burned in my memory”) como un día del mes de mayo de 1942 cuando soldados armados de fusiles con bayonetas caladas golpearon su puerta. Los obligaron a abandonar su casa para ser llevados en tren a uno de los campos “rodeados de alambres de púas, con torretas de vigilancia, en los lugares más desolados de Estados Unidos” como los pantanos de Arkansas. Solo le dieron diez minutos para empacar y llevar exclusivamente lo que podían cargar (aunque los avisos de traslado se habían dado unas semanas antes, tiempo en que debieron rematar sus bienes y negocios). Él quedó impresionado cuando su madre con la menor de sus hermanas en un brazo y un bolso en el otro, lloraba amargamente en la entrada de su hogar. “Sin cargos, sin juicio, sin debido proceso. El debido proceso es el pilar central del Estado de derecho. Todo eso desapareció”.

El origen de esta segregación; de esta violación del principio fundamental de una democracia liberal y de los valores que Estados Unidos no se cansa de repetir por estar en su Declaración de Independencia: “We hold these truths to be self-evident, that all men are create dequal”; lo explica otro nisei (el educador Mas Hashimoto) también en una charla TED titulada: “Liberty Loss…Lessons in loyalty” (2002). Hashimoto también pasó su niñez recluido en uno de estos lugares y explica la triste tradición racista que los generó. Pero en lo inmediato (en la Segunda Guerra Mundial) todo comenzó una vez más con el ataque a Pearl Harbor cuando se desató una histeria conspiranoica en las mayorías de los ciudadanos pero especialmente en las autoridades. En diciembre de 1941 ya se hablaba de sabotaje y levantamiento armado de los nisei en San Francisco para facilitar la invasión de la costa oeste. Poco a poco los rumores y la opinión pública (alimentada por medios amarillistas, entre otros) que presionaba por la reclusión creció hasta el punto de convencer al Presidente Franklin Delano Roosevelt para que firmara tal decisión (Orden ejecutiva N° 9066 del 19 de febrero de 1942). Muchos se opusieron pero no fueron escuchados, uno de ellos el eterno director del FBI: J. Edgar Hoover, quien afirmó que no había prueba alguna de falta de lealtad. Nada de esto se hizo con los descendientes de italianos y alemanes (salvo extraños casos) y lo peor es que se persuadió a países de Iberoamérica para que enviaran a Estados Unidos los descendientes de japoneses en países como Perú y Brasil (donde estaba la mayor colonia de nipones en el mundo).

La vida en los campos fue horrible, es evidente que no puede ser comparada con los del totalitarismo nazi o del Imperio del Japón; pero significó dolor, desarraigo, hacinamiento (varias familias por cada barracón), pobreza, mala alimentación, enfermedades (condiciones insalubres, baños colectivos, etc.) y muerte. Sí, muerte, porque al estar alejados de las poblaciones (hospitales, etc.) los servicios médicos eran precarios y cualquier emergencia no era debidamente atendida. Incluso muchos no soportaron el trauma y morirían posteriormente. Pero, tal como se pueden leer en el cómic de Takei y las muchas memorias y novelas que se han escrito al respecto; los nisei se organizaron y con su tradicional paciencia, incansable espíritu de trabajo y coraje; hicieron que la vida pudiera soportarse y la esperanza renaciera. En el comic se describe perfectamente el calor insoportable en verano y el terrible frío en invierno de estos lugares. Para otra entrega contaremos la experiencia de su liberación, pero una vez que ocurrió entre 1945 y 1946 entre ellos se hizo silencio al igual que pasó con la historiografía. Es en los setenta que comienzan a publicarse los testimonios y aparecen las primeras películas, siendo una de las más famosas la que se hizo para la TV: Farewell to Manzanar (John Korty, 1976), basada en el libro homónimo de Jeanne Wakatsuki Houston. Recomiendo especialmente: Looking like the enemy (Mary Matsuda, 2005).

Karate Kid

La escena de Karate kid que hemos descrito al principio finaliza con el discípulo arropando a su sensei, leyendo el telegrama con la terrible noticia y tomando en sus manos la Medalla de Honor (máxima distinción del Ejército de Estados Unidos) que se otorga por: “valentía e intrepidez con riesgo de la propia vida, más allá de la llamada del deber, estando en combate contra un enemigo de Estados Unidos”. Daniel-san hace una reverencia al estilo japonés ante la grandeza del héroe, y con él todos nosotros. Pero la historia del 442° Regimiento de Infantería –¡el más condecorado de toda la historia de Estados Unidos!– y que estaba formado por niseis, la contaremos más adelante cuando se cumpla el 80 aniversario de su fundación o de su combate en el mayor conflicto militar de la historia.

 


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