Nada más distante de la memorable obra de Plutarco (Vidas paralelas) que el tema que nos ocupa hoy. No hay pues en este artículo lugar para el exorno. De ninguna forma lo merecen la figura y entidad a las que nos referiremos acá: Scarface y el liderazgo revolucionario.

Empecemos con “Cara cortada” (Scarface), el sobrenombre que siempre identificó al famoso delincuente norteamericano Alphonse Gabriel Capone (1899-1947), también conocido como Al Capone. De ascendencia italiana y nacido en la ciudad de Nueva York, este forajido dio inicio a su actividad delictiva cuando apenas tenía catorce años. Un malhechor de la zona donde vivía, que supo valorar su inteligencia y sagacidad, fue su mentor por varios años.

Su tipo de vida y entorno lo condujo, años más tarde, a tener un fuerte altercado con otro gánster. Producto de la trifulca recibió varias cortadas de navaja en el lado izquierdo del rostro. Las cicatrices lo obligaron a usar polvos faciales para disimular las cortaduras. A partir de entonces, amigos y enemigos lo comenzaron a llamar “Cara cortada”.

Hacia 1920, en compañía de su jefe, el joven delincuente se trasladó a Chicago y allí desarrolló una fulgurante carrera delictiva que lo colocó como primera figura del crimen organizado. Su frenética actividad criminal lo llevó a acumular, en tan solo 10 años, una fortuna de más de 300 millones de dólares, cuyo valor actual sería de 1.300 millones. Junto con ese “éxito” vinieron las pesquisas de los organismos policiales y el Departamento del Tesoro. El conocido Eliot Ness, junto a sus “intocables”, y el acucioso Frank J. Wilson dirigieron las averiguaciones.

La suerte le sonrió a Wilson gracias a una decisión del Tribunal Supremo de Justicia de 1927 que estableció como precedente la obligación de toda persona a pagar impuestos por los ingresos que obtenía ilícitamente. Después de una rigurosa indagación que le tomó muchos meses, el diligente funcionario del Departamento del Tesoro descubrió que Capone recibía altas sumas de dinero a través de un intermediario que le proveía cashier checks (cheques bancarios) que compraba en entidades financieras. En 1931 el célebre bandido fue condenado a 11 años de prisión y a pagar 300.000 dólares por los costos del juicio. En la total pobreza y deplorable estado de salud, Scarface murió en 1947.

Hecha la anterior reseña pasemos entonces a referirnos a Hugo Chávez Frías y al proceso revolucionario que se ha prolongado en el tiempo bajo la dirección de Nicolás Maduro, su sucesor.

Desde el mismo momento del arranque de la revolución bonita, su fea catadura se hizo presente. Sin embargo, no fueron pocos los gobernantes y estudiosos de la nueva realidad política que dejaron de “llamar al pan, pan y al vino, vino”, limitándose entonces a voltear para otro lado o taparse las narices, y hacer uso de terminologías suaves para referirse a la singular situación venezolana. De esa manera no se herían los sentimientos del bravo pueblo chavista ni de su “líder carismático”.

El trasvase de ese último término –que inicialmente fue religioso– al terreno político se debe a Max Weber (1864-1920), quien lo desarrolla en su libro Economía y sociedad. Según este autor, el líder se transforma en símbolo y en representación de un ideal colectivo en el que sus seguidores depositan su confianza. Pero muchas veces ocurre que ese tipo de caudillo termina saboteando a la democracia por medio de procedimientos arbitrarios o ilegales. Para evidenciarlo, veamos entonces actuaciones específicas que aquí se han llevado a cabo con ocasión de pasados procesos electorales y que son contrarias a la moral republicana:

1) Los diferentes órganos y entes del Estado apoyan abiertamente al candidato oficial en los procesos electorales, sin que los órganos de control sancionen a los responsables de tales prácticas. 2) Se compra solidaridad y votos bajo el amparo de las políticas sociales y las misiones (mientras la oposición compite por los votos solo con palabras, el gobierno lo hace con dinero y palabras). 3) Se limitan los recursos presupuestarios a las gobernaciones y alcaldías controladas por la oposición.  4) Se aprueban normas electorales que garantizan que los resultados sean desproporcionados a favor de los candidatos del régimen. 5) Se limita el tiempo de la propaganda opositora en los medios de comunicación, mientras que el gobierno abusa abiertamente del tiempo de las suyas por la vía de “cadenas de radio y televisión”. 6) Se copan los cargos de la administración pública con adeptos incondicionales y se limita el acceso de personas vinculadas a la oposición, lo que constituye una violación de derechos aberrante, y 7) Se incita descaradamente la división de la oposición; así, un sector decide participar en el proceso eleccionario y el otro grupo se abstiene de hacerlo, lo cual disminuye la posibilidad de vencer al gobierno pero contribuye a legitimar el proceso electoral.

En paralelo con lo anterior, no son pocos los líderes “revolucionarios” que han sucumbido ante el tráfico de drogas y las prácticas corruptas de todo género, cuyos efectos trascienden nuestras fronteras, haciéndolos enjuiciables ante los rigurosos tribunales de Estados Unidos. Es en ese punto en el que las vidas de Capone y el liderazgo corrupto de Venezuela se encuentran y se estrechan las manos. El elemento que los une es Alex Saab, rico y habilidoso empresario colombiano que es perseguido por la justicia norteamericana.

Hace pocos días nos enteramos de que, por instrucciones de Nicolás Maduro, Saab obtuvo la nacionalidad venezolana de forma expedita y, además, se le asignó pasaporte diplomático. Eso no fue óbice para que lo detuvieran en Cabo Verde en respuesta a una petición de Estados Unidos, cursada a través de una alerta roja de la Interpol por delitos de blanqueo de dinero. Se dice que el personaje maneja las finanzas de revolucionarios venezolanos de alto coturno.

Ha sido inevitable que el cronómetro que acciona la cuenta regresiva de la hermandad delictiva se haya activado.

@EddyReyesT

 


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