Ilustración: Mariano Vior

La invasión de Ucrania ha puesto el acento en el despliegue ruso en América Latina. No es que antes no hubiera existido, pero en el momento actual, cuando se revalorizan las alianzas de los grandes actores internacionales (Estados Unidos, China y la UE), el tema cobra mayor importancia. Gracias a su prédica antioccidental y antinorteamericana y a ser, en buena medida, heredera de la URSS, Rusia tiene sus principales apoyos en países autoritarios o de claro sesgo populista.

Algunas usinas propagandísticas regionales (Telesur) o rusas (RT, Sputnik) asimilan el “progresismo” latinoamericano con la orientación del Kremlin y la figura “liberadora” del presidente Putin, todo un referente antiimperialista. Así, mientras Zelenski dice en la OEA que si Bolívar, San Martín o Hidalgo vivieran apoyarían a Ucrania, los herederos de Bolívar, Sandino y Martí (Maduro, Ortega y Díaz-Canel) no dudan en respaldar al dirigente ruso.

Su respaldo ignora el ataque a la soberanía ucraniana, el atropello a la libertad de expresión y reunión, la violación de los derechos humanos (en Ucrania y Rusia) y la represión de los movimientos sociales. También silencia la revalorización de la iglesia (aunque sea ortodoxa) y la agenda valórica, incluidos la condena del aborto y los constantes ataques al colectivo LGTBI. Lo que seguro cuenta es el deseo del nuevo zar de todas las Rusias de reconstruir la “patria grande” de Lenin y Stalin.

Tras el desplome soviético y el abandono de América Latina las cosas empezaron a cambiar con la llegada de Chávez al poder (1999) y el retorno de Ortega (2007). Para Moscú, volver a la región era un paso más en su intento de volver a ser una gran potencia. Su propósito tenía un objetivo geopolítico y otro económico comercial. El primero, desafiar a Estados Unidos en su “patio trasero” y el segundo expandirse en torno a la venta de armas y proyectos energéticos (nuclear e hidrocarburos).

Ya en 2014, tras la ilegal anexión de Crimea, Putin cosechó buenos resultados. En la votación de la Asamblea General de la ONU, cuatro países latinoamericanos (Bolivia, Cuba, Nicaragua y Venezuela), de once en todo el mundo, rechazaron condenar la anexión. Se abstuvieron Argentina, Brasil, Ecuador, El Salvador, Paraguay y Uruguay. A favor los diez restantes. Actualmente, en votaciones similares, no hay mayores variaciones. La invasión de Ucrania es vista como un conflicto lejano, que no los afecta directamente (aunque ya está pasando factura).

Por eso, condenar públicamente la agresión rusa no supone grandes contratiempos. Sin embargo, más allá de la autocomplacencia por el “apoyo masivo” de América Latina a las posiciones occidentales, ningún país se ha sumado a las sanciones contra Rusia, ni siquiera parcialmente.

Hoy Rusia tiene unos apoyos explícitos y otros implícitos, aunque esto no sea una privativa de gobiernos de izquierda o progresistas, ni tampoco de derecha. El respaldo explícito proviene del trío de sospechosos habituales (Cuba, Nicaragua y Venezuela), comprador regular de armas rusas. En la última votación en la ONU, a estos tres países se sumaron Bolivia y Honduras.

Entre los respaldos implícitos destacan los populismos de México, Brasil y Argentina, si bien Bolsonaro y Fernández están en las antípodas políticas. Los dos últimos visitaron a Putin antes de la invasión, en una mezcla de candidez geopolítica, apoyo a la guerra e intento hipócrita de tomar distancia con Washington y la OTAN.

¿Cómo entender, si no, la propuesta de Alberto Fernández de convertir a Argentina en su puerta de entrada a la región? Tampoco hay que olvidar a los BRICS y la oferta a Argentina de sumarse al club.

México firmó en septiembre pasado un acuerdo con Rusia para cooperar en la exploración y uso pacífico del espacio y en abril se abstuvo (junto a Brasil y El Salvador) de suspender a Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

En contra votaron Bolivia, Cuba y Nicaragua (Venezuela no pudo por no estar al corriente de pago). Pese a lo que está ocurriendo en las últimas semanas, con bombardeos indiscriminados contra el pueblo ucraniano e infraestructuras civiles, probablemente el voto seguiría siendo el mismo.

La respuesta de López Obrador contra a la propuesta de algunos líderes europeos de proponer a Zelenski para el Nobel de la paz muestra su incapacidad de distinguir entre víctimas y agresores. Por eso, la postura de Gabriel Boric, contraria a la invasión y de denuncia contra las violaciones rusas de los derechos humanos debe ser resaltada y valorada.

Más allá de algunos tímidos éxitos durante la pandemia con su “diplomacia de las vacunas”, no creo que Rusia se expanda y consolide en América Latina. Pero, esto no implica que Occidente gane (o recupere) terreno fácilmente.

Los gobiernos están vinculados a sus agendas internacionales (la relación con Estados Unidos y China, la existencia de otros conflictos, como Malvinas, o sus propias sanciones), al relato del “sur global” (que incluye a China en pie de igualdad y que muchos gobiernos han comprado) y al fuerte nacionalismo latinoamericano.

Finalmente, ¿qué pasará si la deriva bélica hace que Rusia aumente su dependencia con China? En ese caso, crecerían las exportaciones de materias primas (hidrocarburos, minerales y alimentos) a su vecino del sur, con la consiguiente pérdida del protagonismo latinoamericano. Es una cuestión en la que América Latina debería comenzar a pensar, junto a las alternativas comerciales existentes. Ahí podría entrar Europa, pero esto exige múltiples esfuerzos de ambas partes, de momento bastante tímidos en las dos direcciones.

Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina


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