Rómulo Betancourt | GETTY IMAGES

¿Qué es un político? ¿Se nace o se hace el hombre político? Sin duda hay un hecho antropológico en el hombre político, una disposición a dirigir, a actuar en la arena donde se deciden los asuntos públicos. La política se identifica con la vida activa, a diferencia del filósofo, del teorético, identificado con la vida contemplativa. El concepto clave en  que se enmarca la vida del político es el poder, esa relación de dominación característica de la comunidad humana independientemente de su grado de desarrollo. El hombre político implica una ambición de poder, también una vocación que se proyecta en un oficio, una forma de vida. Todo hombre político auténtico requiere de esos atributos sin los cuales no pasará de ser un advenedizo. Esa ambición-vocación por participar activamente en las decisiones de consecuencias para la comunidad en su conjunto es, pues, la primera nota definitoria del hombre político.

El hombre político aprende de la experiencia de la vida desde sus años juveniles, comenzada generalmente en el  liceo, continuada en la universidad, en el gremio, en el partido. Es la socialización política, gracias a la cual se forja su carácter y se ponen a prueba las virtudes  y también la tentación  de los vicios que de alguna manera lo persiguen toda la vida. En ese proceso de socialización aflora una característica relevante  del ideal de hombre político, esencial en la política democrática, consistente en la capacidad de discernir en torno a diversos puntos de vista, entender y respetar posiciones que no necesariamente coincidan con la suya, ponerse en el lugar del otro e intentar convencerlo de la pertinencia de su punto de vista, tanto como la necesaria convergencia  cuando ello resulte imposible.

Un tercer aspecto que deseo destacar en estas reflexiones sobre el hombre político es la conciencia histórica, en términos sencillos  la conciencia de entender de dónde venimos, dónde estamos, hacia dónde queremos ir. En este punto es relevante el conocimiento histórico que se adquiere con la lectura y la reflexión innata  con lo leído. Aquí vale el dicho sobre la historia como maestra de la vida. Nos remite a la apreciación de los hechos significativos que encadenan y dan sentido al ser y el devenir de un pueblo, una nación. El ser político requiere de raíces que den fundamento a su actuar. Cuando esas raíces son débiles o ni siquiera existen, el político desvaría, se pierde en la inmediatez, se torna incapaz de dotar de coherencia  a sus acciones.

Un cuarto aspecto que deseo aquí destacar es el de la ideología. Para evitar interesadas y siempre polémicas interpretaciones del discutido concepto, me basta con una definición de la ideología que alguna vez leí en una obra del politólogo Karl Deutsch. Las ideologías se definen como imágenes simplificadas del mundo, son  para nosotros como los mapas para los navegantes. Ese mapa guía nuestro comportamiento y nos ayuda a seleccionar las hojas de ruta que en buena medida constituyen el arte de gobernar  peculiar a la vida política.

Estas reflexiones vienen a cuento de la lectura y relectura  del libro Rómulo Betancourt y el Partido del Pueblo (1937-1941), cuyo autor es Arturo Sosa Abascal, en el que se analiza de forma prolija y profunda la formación y experiencia de un político ejemplar por muchos aspectos, Rómulo Betancourt, llamado justamente y con toda razón “el padre de la democracia venezolana”.  En  las páginas del libro , que debería ser de obligatoria lectura para la nueva generación de políticos venezolanos,  se aprecian los atributos de un hombre político formado en el duro quehacer  de la realidad que le tocó vivir,  una sociedad con fuertes componentes autoritarios, en la cual va acrisolando una forma de convivencia democrática, un proyecto de partido  y un combate ideológico expresado principalmente en el periodismo político, que confluirá  gracias a su capacidad de conciliación, en el único experimento exitoso de auténtica civilidad democrática en nuestra accidentada historia republicana. En suma, Betancourt  revistió con dedicación, fortaleza y éxito los cuatro elementos que arriba destaqué en estas reflexiones. No podemos ver el mundo con nostalgia, pese a la difícil  situación que vivimos bajo el régimen actual; sin embargo, traer a colación los ejemplos de hombres políticos forjadores de lo afirmativo venezolano no es tarea vana para lo mucho que les toca aprender a nuestros jóvenes dedicados a tan exigente oficio.


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