Insidiosa, sinuosa, sigilosamente van penetrando en nuestras mentes. No es una guerra económica, es una guerra psicológica. En un momento dado nos inducen a creer que el triunfo es inminente, para después hacernos pensar que es inútil, que todo está perdido. Repiten la operación una y otra vez, pacientemente y con perseverancia. Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Y, efectivamente, el objetivo es romper la voluntad de los ciudadanos.

Si como individuos nos damos por vencidos, como sociedad estamos derrotados. La primera batalla tenemos que librarla dentro de nosotros mismos. No debemos permitir que nos inoculen el virus del pesimismo. No podemos entregarnos a la desesperanza.

No hay guerra más devastadora que aquella que se libra en la mente de los individuos. Aquellas batallas que el adversario intenta que se desaten en nuestro subconsciente con el objeto de conducirnos a un punto de quiebre. Las armas de la contienda son introducidas subrepticiamente en nuestra psique. Lo hacen a través de una propaganda goebbelianamente concebida.

Detrás de ese continuo vaivén del optimismo al pesimismo y nuevamente a la esperanza, para inmediatamente caer en el desasosiego, existe toda una planificación perversa.

No hay mayores trampas que las artimañas que día a día nos tienden para controlarnos. Una guerra psicológica bien estructurada. Una guerra destinada a paralizarnos, a que nos resignemos.

Me referiré a algunas de las sensaciones y angustias de las cuales nadie escapa en Venezuela. A todos nos ha pasado en un momento o en otro. Pero no, no nos dejemos dominar por ellas. Vamos bien, por más que a veces la angustia nos paralice. No caigamos en la estratagema de la desesperanza que despliegan ante nosotros.

Esto se está acabando. La economía colapsó. La moneda también. La lógica nos dice que el final es inminente. La comunidad internacional por fin está actuando. Pero al ver las noticias esta gente actúa como si nada estuviese pasando. Vivimos en una montaña rusa de emociones.

¿Tendremos que irnos? Más de 4 millones lo hicieron ya. ¿Qué nos depara el futuro? ¿Qué será de nuestros hijos si se van? ¿Y qué será de ellos si se quedan? ¿Cómo lograremos salir de esta locura? Quieren que nos acobardemos y resignemos.

Y como si todo lo anterior fuera poco, hay un segundo frente de batalla al cual nos conducen. Es un plan para dividirnos, para ponernos a pelear entre nosotros mismos. Tratan de confundirnos para que comencemos a disparar hacia los lados, contra nuestra propia acera, sin entender que el adversario común, al cual debemos vencer, está en la acera del frente.

Para eso nada más fácil que introducir a través de las redes campañas de descrédito que hablen del fracaso de nuestros líderes. Se trata un ardid que rápidamente consigue adeptos. Ahí las ambiciones personales tienen un papel relevante.

“Tanto tiempo y no ha logrado nada”, es el argumento que insidiosamente inoculan en las redes y que innumerables incautos repiten con distintas tonalidades. “Cae en las encuestas”, “es que no tiene experiencia”, “está cayendo en su juego y les permite ganar tiempo”. Con estos y otros argumentos similares se pone en funcionamiento una estrategia que tiende a desbancar a quien hoy representa la mejor opción que en mucho tiempo hemos tenido, dado el apoyo popular e internacional que ha logrado.

Y todo lo anterior conduce a una crisis sorda, callada, que atenaza el corazón de cada venezolano. Una incertidumbre siempre presente. Una angustia que se somatiza, que no nos deja dormir y que al despertar, a veces temblando, nos paraliza y a veces conduce a crisis de pánico. No, no nos dejemos engañar. ¡Vamos bien!

Quizá el mejor antídoto frente a tantos ardides es colocarnos en los zapatos del adversario. Pongámonos en su lugar. Saben que hay una situación insostenible y que el tiempo se les acaba. ¿Qué irá a ocurrir con ellos? ¿Y la familia? ¿Quién los va a recibir? ¿Cómo vivir en un lugar extraño, quizá sin ni siquiera conocer el idioma? ¿Los meterán en el mismo saco junto con otros que hicieron cosas mucho peores? ¿En quién pueden confiar? ¿Quién los estará traicionando? ¿Cuándo será el momento de irse? ¿Lo perderán todo? ¿Dónde esconder lo que tienen si en todas partes les siguen la pista? ¿No será mejor aprovechar la oportunidad que aún les ofrecen antes de que sea tarde? ¿Quién será el próximo sancionado?

Cuántos trucos les estará jugando su psique. Deben estar viviendo un infierno. La misma guerra psicológica que desataron ahora se está revirtiendo contra ellos. Están llenos de miedos e incertidumbres.

Cuando las cosas dejan de ser viables, simplemente dejan de ser viables. Hasta Goebbels lo sabía y al final, junto con su jefe, tomó una decisión fatal.

¿Quiénes estarán más angustiados, ellos o nosotros?

 

@josetorohardy


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