En estos tiempos se habla mucho de la «guerra cultural» en la cual Occidente se ve inmerso. Esta guerra puede tomar diversas formas: cómo se concibe el Estado, la familia, la relación del individuo con el colectivo, el equilibrio entre libertad y orden, entre otros muchos aspectos. Sin embargo, hay un aspecto que a menudo queda en segundo plano y es la relación con el mérito o, dicho en otras palabras, la excelencia.

Para ilustrar esto de manera más sencilla, consideremos los extremos opuestos del espectro político. De manera muy simplificada, podemos apreciar que existe una relación con el mérito desde la perspectiva de la «derecha» y otra desde la «izquierda». Desde la «derecha» se entiende que las personas no son iguales en aptitudes y actitudes, lo que implica que las diferencias cualitativas en los logros individuales son justas (al menos siguiendo la definición clásica de justicia de Ulpiano: «dar a cada uno su derecho»). Esto conlleva, por definición y naturaleza, la creación de jerarquías: hay individuos que son más competentes que otros en un arte o disciplina.

Mientras tanto, desde la perspectiva de la «izquierda», se entiende que, a pesar de las diferencias en mérito, los individuos poseen una dignidad intrínseca que debe considerar las circunstancias materiales de cada uno, como raza, condición social, salud y género, entre otras. De alguna manera, la visión «izquierdista» implica una búsqueda constante de equidad (entendida como la consideración de todos los aspectos de la persona más allá de sus comportamientos específicos). En esta búsqueda, se aspira a «reivindicar» a las personas, independientemente de si contribuyen o no a la estructura social.

Estos extremos pueden ser resumidos en el concepto psicológico de «sentido de agencia», que se refiere al nivel de control que una persona siente sobre sí misma y su entorno. Desde la perspectiva de la «derecha», la balanza de la agencia se inclina hacia el individuo, lo que significa que este es responsable de dirigir su proyecto de vida, ya sea en una dirección positiva o negativa. El resultado final se alinea con el concepto previamente mencionado de justicia. Desde la perspectiva de la «izquierda», la balanza de la agencia se inclina hacia el entorno, lo que implica que la sociedad o el contexto han creado las condiciones que determinan el destino del individuo. Por lo tanto, es la sociedad la que debe brindar ayuda y este apoyo se materializa a través del Estado.

Estos extremos, como hemos discutido, tienen sus limitaciones y es crucial reconocerlas para evitar la tiranía que cada uno puede generar: la tiranía de la excelencia por parte de la «derecha» y la tiranía de la desidia por parte de la «izquierda».

Por un lado, la tiranía de la excelencia, que valora a las personas únicamente en función de su capacidad para producir, puede llevar a un trato deshumanizador al prescindir de otras cualidades que van más allá de su utilidad. Esta deshumanización puede resultar en alienación y provocar el desprecio hacia aspectos valiosos de la vida, como el éxito, la belleza, la salud y el amor, entre otros. Este desprecio puede perpetuarse en nombre del resentimiento y puede elevar, por reacción, los aspectos opuestos, como el fracaso, la fealdad, la negligencia y el odio.

Por otro lado, la tiranía de la desidia, que acepta pasivamente que las personas no son responsables ni copartícipes de sus circunstancias, solo puede perpetuar una injusticia a nivel colectivo y causar un daño significativo a nivel individual. La injusticia radica en que aquellos que se esfuerzan más pueden ver cómo los que se esfuerzan menos son recompensados a expensas de los primeros. El daño resulta de que las nociones de propósito y esfuerzo se desvanecen en favor de la conformidad, anulando la intención de autosuperación. En una situación así, también surge el resentimiento y la intolerancia hacia aquellos que no pueden valerse por sí mismos, bajo la suposición de que todos son vagos y holgazanes.

La única forma de conciliar estas posiciones en debate es mediante un contacto directo con la realidad, buscando la justicia equilibrada por la equidad. Esto significa que, por un lado, siempre debemos defender los valores y las aspiraciones que nos llevan a superarnos: la excelencia, la grandeza y la belleza. Siendo que estos son ideales, debemos reconocer los méritos de aquellos que luchan por alcanzar sus sueños. Por otro lado, debemos reconocer que el contexto puede ser un factor que limite la capacidad de las personas para alcanzar su potencial. Esto incluye el hambre que obstaculiza el desarrollo cerebral de un niño, la falta de acceso a la atención médica, la carencia de instituciones educativas que empoderen a los jóvenes para desarrollar un plan de vida, entre otros factores.

Ni la indiferencia hacia los demás ni el asistencialismo excesivo que infantiliza a la sociedad son deseables por las razones ya expuestas. Aquí es donde contextualizar nuestra perspectiva se vuelve esencial. Si adoptamos una perspectiva de «derecha», debemos reconocer que hay personas que, debido a su contexto histórico, necesitan ayuda. Si adoptamos una perspectiva de «izquierda», debemos entender que la solución al enigma de cómo ayudar a las personas que no quieren ayudarse a sí mismas es permitir que enfrenten las consecuencias de sus decisiones, lo que a menudo implica caer para aprender lecciones necesarias.

@jrvizca


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