En un filme lejano y olvidado (Crónica de un subversivo latinoamericano, Mauricio Wallerstein 1975) la trama confrontaba a un rehén norteamericano, expiloto de Vietnam, con sus captores locales en términos de reproche. Los guerrilleros lo acusaban de atacar desde el aire a civiles e indefensos. La respuesta del aviador era tan impecable como siniestra y decía más o menos: “Yo no bombardeaba personas, yo  bombardeaba blancos, objetivos previamente  establecidos”. De esa cita a hoy han transcurrido cinco décadas  y un filme de la cartelera hace que valga la pena detenerse en la evolución del tema de la guerra desde el aire. La película en cuestión es Rescate imposible del original Land of bad algo así como tierra del mal o de los malos. La trama es sencilla, un grupo de élite operando en algún lugar inhóspito debe rescatar un colega en medio de la jungla. La operación está cuidadosamente planificada e implica una operación terrestre apoyada desde el aire con drones y helicópteros para la extracción. Pero todo sale mal y la hora y 53 restante es un duelo a 3 bandas, los militares en peligro, sus enemigos y en una lejana base americana el oficial que monitorea la operación y se involucra emocionalmente con ella. Es un buen entretenimiento llevado muscularmente por un tal William Eubank.

Lo interesante es la evolución del despliegue aéreo en el cine. A los objetivos del piloto americano del comienzo, que buscaba despersonalizar su trabajo y despegarse de sus consecuencias, una película de 1988, llamada BAT 21, proponía una variante. El avión era derribado y el piloto (Gene Hackman) debía sobrevivir en un entorno en el cual los objetivos fríos y lejanos se volvían hostiles y cercanos. Su apoyo era un piloto negro, Danny Glover, que eventualmente lo rescataba. Ambos casos cada uno en las antípodas tenían un curioso rasgo en común que para la época eran obvios. Había un vínculo entre los pilotos que bombardeaban desde el aire y sus objetivos o victimas según el punto de vista. En un caso el piloto buscaba eliminar esta cercanía geográfica y moral, en el otro el piloto, arrastrado al terreno, buscaba que otro piloto lo regresara al aire, su entorno natural y su zona de confort. En todo caso, en ambos campos antitéticos había una cercanía entre el cazador y su presa.

Dos películas vinieron a poner al día este escenario, trayendo al cine el gran tema de la guerra por drones. La primera fue en 2014 A Good Kill (algo así como “una buena matanza”) con Ethan Hawke, un operador de drones que hacia su trabajo desde una base en la muy lúdica Las Vegas y desde su muy seguro puesto en medio del desierto observaba y atacaba objetivos en Afganistán, Somalia y Yemen. La película trazaba un impecable perfil de este excelente piloto, buen padre de familia y operador frio y calculador de sus drones. Pero poco a poco el relato (el mismo del piloto de Wallerstein) se resquebrajaba. ¿Eran terroristas todos los blancos que le asignaban? ¿A cuánto ascendían los daños colaterales? Era una película injustamente poco conocida, salvo mejor opinión la primera que analizaba éticamente la guerra de los drones y la responsabilidad de los operadores. La distancia geográfica no era para la conciencia de  Hawke, una coartada suficiente y ese, mucho más que la peripecia, era el tema de la película.

La otra película vino dos años después desde Gran Bretaña. Ojo en el cielo de Gavin Hood tenía por protagonista a Helen Mirren y viviseccionaba una operación con drones desde varias bases una en Inglaterra, otra en Hawaii y otra en el terreno de operaciones en Kenia. Después de un atentado la misión era capturar a los tres terroristas que lo habían perpetrado pero esa misión mutaba de captura a ejecución, cuando se descubría que los tres blancos planeaban un ataque suicida. El filme era impecable porque el rompecabezas de las distintas bases se armaba describiendo al mismo tiempo la precisión de la muy sofisticada tecnología distribuida en todo el planeta y capaz de ensamblarse en un punto preciso. Sin embargo, la tecnología no podía solucionar el tema ético. Las decisiones, en última instancia, recaían en la jefa de la misión y sus opciones entre los objetivos legítimos y los daños colaterales.

El tema es apasionante, trasciende en mucho al cine y revela cómo las imágenes desde el aire son el nuevo ingrediente dinámico de buena parte de las series y las películas que vemos. El cine bélico es el principal tributario de esta tendencia que solo comienza y revela una verdad incómoda. En tiempos globalizados, por lejana que sea la guerra, sus efectos siempre vuelven a casa.


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