La guerra de Putin

El 24 de febrero de 2022 queda marcado como una fecha de sangre y terror por la arbitraria invasión de Vladimir Putin contra Ucrania. Una guerra declarada para aplastar el desarrollo de la democracia de un país vecino, al estimar que los aires de libertad podrían ser contagiosos. Esta acción bélica ha sido desatada por un hombre “pequeño y pálido”, tan “frio que es casi un reptil”, según lo describe Madeleine Albright (Putin is Making a Historic Mistake, en: (https://www.nytimes.com/live/2022/02/26/world/ukraine-russia-war). La intelectual estadounidense agrega que Putin no admite la caída de la Unión Soviética y “está decidido a restablecer su grandeza”.

Es, entonces, la ambición desbordada de un gobernante autoritario -obsesionado por el deseo de restablecer un imperio- lo que lo ha llevado a invadir a un país pacífico que vive en democracia. No puede pasar inadvertida la amenaza contra las democracias occidentales lanzadas por el zar ruso, cuando afirmó que cualquier interferencia producirá “consecuencias nunca vistas en la historia”. Esta admonición ha subido de tono cuando, incluso, declara su voluntad de usar su poder nuclear, lo que ha sido repudiado por gran parte de la comunidad internacional, incluso por China.

Aunque es asunto para la discusión, Putin parece dominado por el resentimiento causado por la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del Imperio soviético. Tal vez responsabiliza a Ronald Reagan, Margaret Thatcher y al papa Juan Pablo II por lo ocurrido, pero considera que llegó el momento de la venganza. Para ello utiliza el terror con el propósito de ser temido. En este aspecto, está siguiendo muy bien a Maquiavelo porque es mejor “ser temido que ser venerado”. Su imperio es el del terror. Y el hecho de disponer a su antojo de poder nuclear lo convierte en un dictador temible. (Sin embargo, este temor parece que se está desvaneciendo debido al liderazgo del presidente de Ucrania y a la reacción de Europa y de Estados Unidos).

Este cuadro emocional permite compararlo con Adolfo Hitler, quien con su manía de grandeza trajo consigo al Holocausto y la II Guerra Mundial. Ambos se anexan países con el propósito de construir (o reconstruir) un imperio. Hitler enfrentó a un líder que advirtió anticipadamente la amenaza del nazismo y supo enfrentarlo con coraje: Winston Churchill.

Lo que ocurre con la conducta de Putin ofrece algunas reflexiones adicionales. En primer lugar, el ejercicio del poder por más de 20 años, gracias a un control de las instituciones rusas, a un mecanismo de persecución de la disidencia, la muerte a través del envenenamiento, el cerco a la libertad de expresión con la persecución de periodistas e intelectuales y la creación de un grupo de oligarcas, son rasgos del gobierno del zar ruso. Y este control de las instituciones ha estimulado la corrupción, porque “El poder corrompe, el poder absoluto corrompe absolutamente”, según la conocida frase de Lord Acton.

En segundo lugar, el control de los medios de comunicación y el sometimiento de los periodistas constituyen otra característica del régimen de Putin. Esto permite manipular la verdad para engañar y justificar sus acciones. La historia no es cómo es, sino cómo el dictador quiere que sea. En el caso concreto, el aparato propagandístico del nuevo zar ha proclamado a los cuatro vientos que el gobierno de Ucrania está bajo el control de los neonazis. Y esto es falso. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski es judío. Su familia fue objeto de persecución por los nazis y resulta inverosímil que un hombre como él pueda tener algún espacio de tolerancia con el horror que representa el nazismo. En consecuencia, este alegato es simplemente propaganda dirigida a engatusar a los rusos, quienes odian a los nazis.

Lo que es inadmisible, y en tercer lugar, para Putin es el desarrollo de la democracia en Ucrania y su deslizamiento hacia Occidente. Un país democrático, con instituciones independientes y con respeto al principio de alternancia es un ejemplo que puede acicatear a los rusos a rebelarse. Y otro asunto que queda para la discusión es la posible incorporación de Ucrania a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Putin alega razones de seguridad para oponerse, pero ni siquiera por esta razón está justificada la guerra; y, mucho menos, la amenaza de uso de su poder nuclear. Pero, en verdad, lo que solicita Ucrania es su incorporación a la Unión Europea, al tiempo que vive un proceso de occidentalización de la vida nacional.

Sin embargo, las autoridades rusas han amenazado con instalar bases en América Latina, cerca de Estados Unidos. La diferencia estriba en que algunos países, antes satélites de Rusia en el imperio soviético, han abrazado la democracia, y bajo este manto pueden construir sus alianzas libremente. Distinta es la situación en países autoritarios, sin democracias, en los que los gobiernos representan a una minoría que solo se sostiene por la fuerza de las bayonetas.

En este cuadro aparece el liderazgo de Volodomír Zelenski, subestimado por Putin al acusarlo de drogadicto y neonazi. Aquí cabe la pregunta: ¿los lideres nacen o se hacen? ¿En qué medida los líderes se construyen en la adversidad? En el caso del presidente de Ucrania hemos visto que la crisis lo ha convertido en líder fundamental de su país, por su coraje y compromiso con la libertad. Su nombre ha quedado escrito con tinta indeleble en la historia universal.

Es dentro de este contexto como debe verse la posición del gobierno de Venezuela. Los venezolanos no tenemos por qué ser arrastrados a este conflicto; entre otras razones, porque tenemos suficientes problemas que atender y que resolver. Este apoyo a Rusia, de la manera incondicional como lo ha hecho el gobierno venezolano, se diferencia de la posición prudente de China en este asunto. Además, para la mayoría de los venezolanos el compromiso es con Occidente. Y esto está avalado por nuestra historia.

Aprobar la invasión imperialista de Putin, más que un error es una estupidez. En efecto, los voceros del chavismo (y ahora del madurismo) han venido protestando por años en contra del imperialismo y de las injerencias de las potencias en los asuntos internos de Venezuela; pero ahora aprueban una operación imperial y la intervención de la potencia rusa sobre los asuntos internos de Ucrania: ¡falta de coherencia!

El apoyo del gobierno de Maduro a la invasión del zar Putin afecta innecesariamente a los venezolanos. Es una decisión que solo responde a una solidaridad automática mal entendida. Más bien, este momento puede ser una oportunidad para buscar un acuerdo político que ponga el fin al conflicto y que permita rescatar el balance institucional y la democracia.

Venezuela debe ser un proveedor confiable de energía y un promotor de la paz. No un centro de inestabilidad y de conflictos permanentes.

 


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