Foto Prensa Miraflores

En otra de sus disparatadas alocuciones, el general Vladimir Padrino López ha anunciado que los enfrentamientos armados en el occidente de Venezuela son producto de una “estrategia imperial”, dirigida a suscitar una guerra civil en nuestro país. No dudamos en calificar semejante elucubración como una extravagancia más del régimen, y de su portavoz en este caso, cuyo propósito como de costumbre es confundir y desviar la atención, atribuyendo a otros los males que su incompetencia, sus cuestionables alianzas y su voluntad despótica causan a los venezolanos.

Para comenzar habría que recordarle al general Padrino López que, de cierta manera, Venezuela ha estado padeciendo una guerra desde hace años. No es cuestión meramente metafórica, aunque la guerra de la que hablamos no alcanza la definición de guerra civil. Se trata de la guerra desatada por el régimen contra la población, cuyos efectos ya han producido decenas de miles de muertos. No son más numerosas las víctimas debido a la masiva emigración de amplios sectores sociales, que incluyen a muchos entre los más pobres y vulnerables de nuestra sociedad. La represión sistemática desatada por el régimen, la violencia descarnada de las fuerzas de seguridad, y los resultados desastrosos de la incompetencia en todos los órdenes, constituyen una verdadera guerra contra un pueblo desarmado, desatendido y casi inerte.

Es necesario aclararle al general Padrino López qué es una guerra civil de verdad, situación que no existe en nuestro país. Una guerra civil requiere ante todo de dos bandos armados, con ideologías básicamente irreconciliables, dispuestos a someter por completo al adversario y de ser ineludible liquidarlo. Otro rasgo común de las guerras civiles consiste en cierta equivalencia numérica, o en todo caso en poder de combate, de los bandos en pugna, así como también de la presencia de aliados foráneos, preparados a brindar un respaldo decidido en el terreno de la lucha militar.

En Venezuela solo están armados el régimen, los militares que le apoyan y los grupos especiales encargados de hacer el trabajo sucio de la persistente represión. La mayoría aplastante de los venezolanos deseamos el fin del régimen, pero muy pocos vislumbramos el desenlace como efecto de una guerra civil, como lo fue la de España (1936-1939), por ejemplo. La dimensión ideológica no es prioritaria en el panorama venezolano, pues de nuevo una inmensa mayoría desea un país libre y democrático, sin tutelas extranjeras como la cubana y sin la amenaza totalitaria del atolondrado guevarismo, inserto en el más íntimo código genético del funesto socialismo del siglo XXI.

Los hechos que vienen ocurriendo en Apure están estrechamente enlazados con la política complaciente del régimen, hacia sectores de la guerrilla marxista colombiana, así como con las redes de narcotraficantes que paso a paso han ido extendiendo y fortaleciendo su control sobre territorio venezolano. Hace falta demasiado atrevimiento para soslayar la patente simpatía del régimen hacia los subversivos colombianos, una solidaridad que se vincula a los propósitos desestabilizadores de la izquierda radical latinoamericana, cuyos tentáculos llegan hasta el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, y tienen su centro neurálgico en La Habana.

No hay equivalencia alguna, ni numérica ni de otros tipos, entre un régimen opresivo y carente de escrúpulos y una población desamparada e impotente, sujeta a un implacable proceso de subordinación psicológica y material a través de la propaganda, de la patraña y del control de los instrumentos esenciales para la supervivencia. Y a pesar de las constantes denuncias del régimen acerca de siniestros planes imperialistas contra nuestro país, nada de lo que puedan comprobar indica la más mínima intención de generar una guerra civil en Venezuela.

De modo que lo único sensato, en vista de las inflamables arengas del general Padrino López, es procurar que su calenturienta imaginación se enfríe un poco, mediante razonamientos serenos que ojalá hagan alguna mella. Dudamos, no obstante, que los argumentos y los hechos logren algo, pues el régimen se mueve en el plano de la mentira persistente y el reiterado engaño. Así han decidido vivir y ello no parece tener remedio.

 


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