Trump volvió acusar a Biden de querer darle todo a Cuba, Venezuela y Nicaragua
Foto: OCTAVIO JONES | Times

Más allá de las diferencias que alberguen y las opciones que representen, lo único cierto y valedero de estas elecciones presidenciales norteamericanas es que resaltan y dejan ver la riqueza que representan ambos candidatos para su sociedad, al extremo que sus candidatos pueden considerarse incluso complementarios: Biden representa la moderación, la búsqueda de la igualdad y la justicia, y sobre todo el logro de la prosperidad para todos los norteamericanos. Son valores tan universales, que nadie en su sano juicio podría cuestionarlos. Pero Trump apuesta a fortalecer la identidad de la primera y más grande nación del orbe. Ponerla al frente de la globalización y devolverle toda la grandeza que se merece. ¿Quién podría oponerse a su engrandecimiento, que no sean los enemigos de la primera potencia del planeta?

Sería absurdo imaginar que el triunfo de cualquiera de ambos contendientes hiera la estabilidad y el entendimiento como base de sustentación de la vida política estadounidense. Aún hoy, después de cuatro años de gobierno republicano, hay quienes no comprenden las razones que llevaron al, para algunos, sorpresivo triunfo electoral del personaje demonizado y escarnecido hasta la saciedad por los medios del progresismo. Y así como no supieron interpretar las causas que podrían darle la victoria electoral a Donald Trump, ungiéndolo presidente de la República, y se la dieron, tampoco ahora comprenden las razones que podrían volver a darle la presidencia de la República.

Basta asomar la cabeza más allá de las fronteras nacionales y observar desapasionadamente los conflictos que nos aquejan, para comprender que la hostilidad de los enemigos ontológicos de los Estados Unidos -el socialismo sino soviético, desde hace más de un siglo-, incluso el progresismo socialista de sesgo liberal dominante en las naciones de la Unión Europea -sobretodo a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial-  y gran parte de las naciones del Tercer Mundo –principalmente en América Latina y la porfiada desestabilización promovida por el castro comunismo cubano– para comprender la necesidad de alta política mundial que exige una presidencia fuerte y decidida al frente de Estados Unidos. En bien de su necesaria función de gendarmería, que irritaba a los Clinton, incluso a Reagan, pero que estaba en la esencia de las cosas. El planeta no se sostiene sin la existencia de un poder que equilibre las tensiones y hostilidades propias de la modernidad. Después del ominoso comportamiento de Barack Obama, renunciando al control del castro comunismo cubano al que le cedió todo lo que exigía sin exigirle una sola compensación a cambio, la elección de Donald Trump vino a poner las cosas en su sitio.

Y aún hoy queda un saldo pendiente que puede echársele en cara a Trump en desmedro de sus aspiraciones re eleccionarias: permitió que rusos, coreanos y chinos ventearan sus ambiciones imperiales desplegando su poderío militar frente a las costas venezolanas. Dándole largas al desparpajo cubano.

No imagino otra razón para esa contención, que no sea el respeto al equilibrio mundial. Y si no ha ido más lejos se debe, en gran medida, a la ominosa cobardía de Juan Guaidó y la oposición conviviente y conciliadora representada por Henrique Capriles. ¿Cómo agudizar las contradicciones al extremo de una intervención militar, si ni siquiera se cuenta con la entusiasta aprobación de los principales beneficiados?

Como quiera que sea: el régimen tiene los días contados y la dictadura se aproxima cada día más a su abismo. Rechazar la realización de las elecciones promovidas por ella y abstenernos militantemente, si llegaran a tener lugar. Es nuestra política. Profundicemos la soledad de la dictadura. Es nuestra opción. Sigámosla.

@sangarccs


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