Los resultados del fraude electoral del pasado domingo 21 de noviembre fueron admirablemente sencillos y contundentes.  Ocho de cada diez venezolanos habilitados para sufragar rechazaron ese circo comicial montado por el régimen de Maduro y sus colaboradores.

Fue un examen de profundidad acerca de qué piensan los venezolanos de cierta clase política. Tanto de los que se identifican con la usurpación de Maduro como de los que se identifican con la usurpación de la oposición, agrupados en una cosa indefinida como es la manita del G-4.

Los manipuladores de la política vernácula cayeron como moscas cuando se dieron cuenta de que entre 70 y 80 por ciento de los electores le hicieron caso omiso a su convocatoria a participar en esa farsa electoral.

De nada sirvieron los muchos afiches, vallas, caminatas, caravanas, musiquitas, repartidera de besos, abrazos, bolsas de comida o dinero con ese tufillo de mala fe, que hirió el amor propio de los votantes, para pretender que sufragaran por ellos.

Fue un claro mensaje de reprobación a una dirigencia política incapaz y corrupta, que ha sido responsable de la destrucción de este hermoso país.

El domingo pasado la nación entera se quedó echada. Gente, edificios, casas, ranchos y conciencias chorreaban su malestar por todas partes.

Mientras los centros electorales permanecieron vacíos durante toda la jornada, los aspirantes a las gobernaciones, alcaldías, diputaciones regionales o concejalías se hacían tomar fotos de perfil depositando sus votos, mostrando de paso la ausencia casi absoluta de ciudadanos.

Total, muchos de ellos sabían de antemano los resultados antes de comenzar el proceso. Aquello no era más que puro teatro.

Asimismo, en un acto sin ningún sentido, y solo con el afán de hacer turismo electoral, los mirones de palo de la Unión Europea, Centro Carter, ONU y de los regímenes compinches de la usurpación de Maduro, recorrieron el país para verificar la farsa.

Las noticias que circularon por las redes sociales, porque la prensa estuvo censurada, dieron cuenta de una muerte, tres heridos, trece detenciones y miles de irregularidades que quizás nunca cuenten en sus informes esos mirones de palo que vinieron a observar el evento de marras.

Los verdaderos protagonistas de ese día permanecieron en sus casas o buscando cómo sobrevivir a la terrible situación económica y social que sufren gracias a esa clase política.

Ese día se demostró que aquí, entre el polvo y la miseria, hay un pueblo que exige y necesita un cambio verdadero.

Un cambio en el gobierno y un cambio en la oposición, de lo contrario esa misma gente, ese mismo pueblo, esos mismos ciudadanos, que desoyeron los llamados a votar en esa estafa, la sociedad decente que es mayoría en Venezuela, son capaces de llevarse todo el mundo por delante.

Nosotros pasamos el dato, por si mañana se desbordan las pasiones y ocurre lo peor, y luego vienen las lamentaciones, por no escuchar a tiempo ese clamor popular que fue estruendoso el domingo pasado, precisamente por su silencio. Punto.


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