Hasta hace dos décadas no se sabía mucho de Venezuela, solo que era un país rico, con las puertas abiertas a inmigrantes de manera tácita; aunque el positivismo jurídico siempre estuvo ahí, su gente se oponía a sus decretos. Esta situación aparecerá después cuando la nación degeneró en lo que hoy está convertida, solo que a esa población le tocó, después de ser tan ricos, no en lujos sino en salud, vivir las miserias más grandes.

Si se mira el pasado, Hispanoamérica tuvo virreyes en Bogotá, Lima, México y hasta en Río de la Plata y La Habana. Venezuela, con toda la riqueza material y espiritual, no fue hasta el final del siglo XVIII, en pleno ocaso del imperio español, que pasó de ser una simple capitanía a capitanía general.

Hace unos años preguntaban dónde queda Venezuela y cómo es su gentilicio, cosa complicada de explicar a otras naciones, porque tendrían que conocerla. A América siempre se le asocia con los grandes imperios de los incas, olmecas, mayas, aztecas, y las epónimas tribus de Norteamérica; ningún imperio hizo vida en Venezuela, al menos no como se conoce en los otros.

Se podrán imaginar por qué los grandes focos que prendieron la secesión hispanoamericana nacieran precisamente en Caracas, instigado por la vendetta del imperio británico, ardiendo la América toda de emancipación con todas las nefastas consecuencias que esto y todo el cambio generacional conllevó.

De igual manera, a Venezuela ayer la conocían por su petróleo, hoy por su tiranía y la miseria en la que la sumió la palabra, florida de resentimiento, contubernio, pedantería e ignorancia ilustrada, limitada de materialismo histórico, positivismo científico, filosófico y mítico.

Por otro lado, a la gobernanza, no solo en Venezuela sino en todo el mundo, no le conviene que la gente conozca su historia, mucho menos la universal, pues tener formación histórica filosófica, además de científica y afán por la investigación, dificulta el control de la población, debido a que los que conocen la historia son inmunes contra el virus de la tiranía; por simple lógica, los gobiernos los prefieren formados para marionetas a la carta y plebeyos en producción en serie a escala mundial.

En medio de toda aquella confusión del pensamiento se escuchan frases como que la salud es una mercancía, acusando el neoliberalismo como una receta que acatan los gobiernos.

Mientras, no se dice nada al respecto de los socialistas ni los comunistas, lo cual deja ver muchas inconsistencias en la oración, ya que igual acatan las mismas recetas, lo que es forzar a la gente para que se someta a las desideratas y decretos del intervencionismo mundial; sin lugar a dudas, eso es hacer de la salud una mercadería; solo que no hay relación directa con los centros del poder mundial, sino que pasa por la ingeniería política de los sistemas colectivistas, para que obedezcan las órdenes de empobrecer a los pueblos hasta fragmentarse para luego mermarlos, a través del filtro de las naciones satélites del poder mundial.

En otras palabras, los mismos que mueven los hilos del neoliberalismo son los que mueven el socialismo con sus partidos, con el único objetivo de la pobreza, como una de las estrategias maestras del control civil; o sea, las reglas de la miseria, implican muchas alteraciones de orden económico, político, jurídico, físico, mental, orgánico y espiritual que benefician siempre con grandes dividendos a una élite mundial.


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