He sido, soy y seré un defensor del voto, pero para votar hace falta que todos demos una gran batalla para tener unas elecciones verdaderamente limpias y libres.

Soy plenamente consciente de los inmensos obstáculos que a punto de abusos de poder, acoso, persecución, que el régimen le sembró al voto ciudadano y a todo aquello que pudiera impedir su permanencia en el poder.

Tengo plena conciencia de todas las trampas y vericuetos que un CNE al servicio de los más oscuros intereses de un régimen que desprecia la opinión de la disidencia ha realizado para hacer del sistema electoral un eficiente instrumento para retener el poder.

Tengo conciencia de la merma en el voto opositor como consecuencia de la diáspora que ha desangrado al país, estimulada por el propio régimen, y de los efectos que ha producido esa conducta antidemocrática en la voluntad ciudadana a la hora de votar, pensando que  es inútil votar si con la trampa ya montada te van a robar el voto.

Llegado a este punto verdaderamente crucial, es preciso destacar que si bien se trata de una reacción o  sentimiento real del votante criminal y sistemáticamente burlado, no es menos cierto que ha sido exacerbado por una campaña sostenida, diseñada y promovida por el régimen aprovechando esa prédica abstencionista obstinada y permanente, según la  cual las dictaduras no salen con votos sino con balas, hecho que, expresado con fanatismo por algunos abstencionistas, produce desencanto y la sensación de que sin la intervención extranjera todo está perdido.

Una campaña cuyos resultados se fortalecen cuando el CNE poco o nada hace para promover el voto, cuando siembra obstáculos para que los jóvenes no se inscriban en el registro electoral, cuando ignora la existencia de millones de venezolanos hoy en el exterior al dificultarle en grado extremo la posibilidad de votar, cuando sus directivos, en asociación delictiva con el partido del régimen, modifican todos los protocolos del proceso, cuando permite de manera abusiva y premeditada el voto asistido, cuando cierra las mesas electorales según su conveniencia, y cuando tecnológica y sistemáticamente ha envilecido el sistema electoral al punto de hacer de los resultados que anuncia al final de cada jornada electoral, algo absolutamente inverosímil y todo eso sin contar la censura, el poco o nulo acceso de la oposición a los medios de comunicación, el abuso de poder que significa la inhabilitación a que son sometidos tanto partidos como diputados de oposición y, como si fuera poco, un proceso electoral vigilado por los mismos jefes militares que mantienen al régimen en el poder, ahora con el refuerzo de los colectivos del oprobio y de la violencia.

Ese es el escenario que tenemos frente a nosotros, por un lado las ansias de libertad y democracia de millones de venezolanos y por el otro, los abusos de poder aquí señalados sembrados a lo ancho y largo del país como un perverso y dantesco muro de piedra, que la oposición está obligada a enfrentar y a romper para que se pueda abrir el camino hacia  unas elecciones verdaderamente libres y sanadoras.

Soy consciente de la ferocidad con que sus colectivos arremeten en las zonas populares, que son las más afectadas por los desmanes comunistas, del papel que desempeñan el Foro de Sao Paolo, el Grupo de Puebla y las minorías que pactaron con el régimen para constituir una falsa mesa de diálogo más a las que recurre el régimen para lograr sus objetivos “electorales”. Todo un arsenal de acciones destinadas a debilitar a la oposición representada por esa mayoría que todavía controla la AN y de esa manera completar su proyecto de ponerle las manos otra vez al poder que perdiera el régimen gracias al voto ejercido por el pueblo en las parlamentarias de 2015, a esa verdad unánimemente compartida, usted le puede agregar lo que su imaginación quiera porque la maldad del régimen da para mucho más, pero también soy consciente del poco esfuerzo que ha hecho la oposición para cambiar esa realidad, ocupada como ha estado en moverse en la hojarasca inservible de la división, olvidando que el camino electoral que no podemos eludir, necesita de una gran fortaleza para resguardar en ella las esperanzas de un pueblo que quiere libertad.

Los derechos no nos caen del cielo. El día que todos entendamos que hay que conquistarlos y protegerlos todos los días, podremos decir que tenemos una ciudadanía capaz de enfrentar escollos como los que el abusivo régimen que tenemos aquí, sembró con ensañamiento, premeditación, crueldad y eficiencia, para aplastarla, cuestión esta que está a punto de ocurrir si no se toma el camino de la sensatez y de la unidad.

A pesar de estar acorralados y envueltos en una camisa de fuerza, nadie que se precie de ser demócrata puede darse por vencido, ni siquiera en una pelea tan desigual como la que está en marcha, si es que queremos de verdad llegar a unas elecciones libres y ¿por qué no? incluso a un final anticipado de la salida del poder de sus actuales dueños, hecho que sería posible, si todos unidos nos concentramos en una agenda bien definida, capaz de unir de nuevo, como en las parlamentarias de 2015, al pueblo y la oposición en una sola misión.

Si la oposición ha tenido una causa mayúscula que justifique su presencia en la calle exigiendo respeto a su derecho al voto, derecho incluido en la lista de los derechos humanos, es esta. Si hay una lucha, por demás ineludible, que ayuda a reforzar el apoyo de la comunidad internacional a nuestra causa, es esta. Si hay un camino para definir el futuro y destino de Venezuela, es recuperar el valor y la vigencia del voto. Dar una lucha sin descanso con ese propósito sería una demostración viva de un pueblo que el mundo entero aplaudiría.

No dar esa lucha, no salir a la calle para reclamar con contundencia un cambio verdadero en la directiva del CNE, un cambio también en los cuadros que manejan internamente la operación, exigiendo la revisión del padrón electoral, de las máquinas absolutamente intervenidas tecnológicamente para garantizar los resultados que el régimen quiere, exigiendo además que la custodia de todo el proceso sea tarea de los organismos internacionales y no del grupo que dentro de  las fuerzas armadas mantiene al régimen en el poder, sería un acto de entreguismo y un verdadero suicidio.

Es la hora de apartar los prejuicios y los desencuentros puestos de manifiesto dentro de la oposición, si es que queremos contar con la participación del pueblo en un proceso electoral, hecho que no ocurrirá si ese pueblo humillado como ha sido por un régimen corrupto y mentiroso, arrastrado además por la lucha de la supervivencia, no ve señales claras  e inequívocas en la unidad opositora.

La tarea a cumplir con fe democrática está a la vista de todos, no hacerlo y al mismo tiempo lanzar como grito de guerra la abstención, lamento decirlo, sería un inesperado  acto de colaboracionismo que el régimen está esperando con desespero y eso no tendría perdón ni de la historia ni de Dios.

No puedo poner punto final a este artículo sin hacerme una pregunta: ¿contamos con el liderazgo capaz de activar esa lucha? Eso lo sabremos en los próximos días.


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