Uno de los rasgos fundamentales de la vida contemporánea es la globalización cuya existencia tan evidente no permite negar su rol preponderante. El conflicto Rusia-Ucrania que estamos presenciando ya ha dado prueba suficiente de esta afirmación en la medida en que la salida de mercado del petróleo y gas ruso ha producido ya un aumento considerable en los precios de esos productos y -de rebote- un posible beneficio para Venezuela y su régimen en la medida en que nuestro único rubro de exportación se podrá vender más caro, lo que a su vez generará mayores recursos al gobierno de Maduro que -consecuentemente- adquiere un rol más determinante ante Estados Unidos, generando -como se vio hace semanas- la iniciativa de Washington de aproximarse a Caracas, lo cual bien pudiera traducirse en mayor estabilidad para quienes hoy despachan desde Miraflores.

En Estados Unidos se produce el mismo fenómeno en tanto que el conflicto bélico ya se ha traducido en importantes incrementos en los precios de la gasolina, lo cual provoca que cada vez que un automovilista echa  combustible en una bomba se pregunte a sí mismo por que tiene que aumentar su sacrificio económico cuyo origen es una guerra en la cual él cree -erróneamente- que no tiene nada que ver ni le concierne. Ese hecho y sus consecuencias en inflación, sumado a la percepción negativa  de la conducción de Mr. Biden probablemente se traducirá en la pérdida del control legislativo por parte del Partido Demócrata en la elecciones de medio término de noviembre de este año y de allí en la muy probable paralización de los planes y promesas electorales aun pendientes. No se diga la elección presidencial del 2024 de cuyo resultado dependerá en buena medida el equilibrio mundial y más aún la relación intracontinental de Estados Unidos con sus vecinos del sur. Todo es una cadena.

Abundando en la misma consideración podemos observar que en el seno de la Unión Europea, cuya unidad política en esta circunstancia mucho se ha proclamado, existen intereses nacionales que no van en línea con los del grupo. Así, por ejemplo, en Alemania -cuya dependencia del gas ruso es determinante- existen quienes desean privilegiar la seguridad energética por encima de la defensa de Ucrania y quienes optan por contener a Rusia aunque sea con sacrificio. En España el haberse pronunciado por la unidad europea y estrechado relación con Marruecos dando la espalda a los saharauis que luchan por su autonomía ya se ha traducido en el disgusto de Argelia, proveedor de gas a España que no demoró en ser aprovechado por Italia para disminuir su dependencia del gas ruso.

El mismo fenómeno se registra con las disrupciones en las cadenas de abastecimiento de las industrias: hay guerra ocasionando falta de chips y partes mecánicas para automóviles por cuya razón la producción ha disminuido mucho arrastrando detrás de sí al empleo y la recaudación fiscal. El televisor que usted va a comprar costará mas caro que antes por culpa de la guerra de Ucrania. Insólito pero cierto y pare usted de contar.

Todo lo anterior y mil ejemplos más es lo que se suele denominar “efecto mariposa” que se expresa diciendo que el simple aleteo de una mariposa en Hong Kong tiene algún efecto en el resto del mundo. Puede resultar exagerado pero no es  conceptualmente errado.

Frente a las anteriores consideraciones y muchas más que se pudieran hacer, existe el sentimiento del nacionalismo exaltado como causa y bandera de quienes -con o sin buena fe- sostienen que la globalización ha resultado mala y debe ser combatida con políticas aislacionistas, negadores de lo que es evidente pero gratas al oído de los votantes atraídos por consignas tales como “America First” (Estados Unidos primero), integración regional ideologizada (ALBA), soberanía energética, alimentaria y demás slogans cuya internalización suena interesante pero que en los hechos no tienen posibilidad de éxito. Recordemos el “camino de la empanada”,  las “granjas hidropónicas” los “gallineros verticales” y aquellos ridículos ejercicios seudomilitares en los que un poco de “valientes milicianos” de a pie enfrentaban y rechazaban con éxito el desembarco de una invasión militar extranjera recurriendo a armas caseras escondidas en las playas y las demás iniciativas generadas por artistas de la comunicación que no por economistas serios.

Lo anterior no significa en absoluto abjurar de aquellos valores que son consustanciales con nuestra condición de latinoamericanos, de tradición cultural judeo-cristiana, mayoritariamente hispano-hablantes, fruto del mestizaje histórico, generosos, menos fanáticos del trabajo que los japoneses pero más amantes del valor de la amistad y la solidaridad, etc.

Todo esto, siendo tan elemental y de fácil entendimiento, choca con la dificultad insalvable que presenta la democracia sustentada en el voto popular periódico, especialmente en nuestro “tercer mundo” donde la promesa electoral del beneficio a corto plazo es prioritaria para las mayorías prisioneras de la pobreza para quienes no sirven los planes de largo aliento, cuya fructificación demora mucho más tiempo que la necesidad de quienes tienen como su prioridad la próxima comida para ellos y sus hijos. La solución radica en la educación.

@apsalgueiro1


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