La opacidad con que gobiernos y empresas han manejado el asunto de la pandemia, sobre todo en orden a la producción y distribución de las vacunas contra el Covid-16, deja bien claro hacia dónde van las reales intenciones de los poderosos, frente a los llamados de cambio hacia el altruismo, la solidaridad, el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible y la llamada del Foro de Davos de un cambio de paradigma que “resetee” o “reinicie” la realidad hacia un modelo de desarrollo más sano, más equitativo y que genere más bienestar, respetando a la naturaleza y sus procesos.

La globalización de la codicia parece ser la respuesta predominante, a pesar de los serios llamados y de algunas iniciativas importantes. “Buen caballero es Don Dinero” insiste Don Quijote a Sancho Panza. Desde el papa Francisco y sus contundentes documentos “Alabado sea” y “Todos Hermanos”, hasta la Asamblea de las Naciones Unidas con su Agenda 2030 firmada por todos los países en septiembre del año 2015, no bastan contra el afán de lucro.

Todas las señales de alarma sobre el agotamiento planetario, el cambio climático, la desaparición acelerada de numerosas especies vegetales y animales, el rápido deshielo y sus consecuencias, la deforestación masiva, la contaminación, el crecimiento exponencial de la basura y otros procesos de deterioro, no bastan para moderar o detener una carrera que va aceleradamente al desastre.

La civilización del conocimiento definitivamente no es la civilización de la sabiduría, y los avances científicos y tecnológicos, en su mayoría, están al servicio de una civilización más desigual, sin que se pueda hacer mucho para que cada ser sea respetado en su dignidad, y se entienda que la calidad de su vida va unida a la calidad de vida del otro, a la calidad de su ambiente, de su agua, de su aire y de su tierra.

Un propósito de enmienda y un nuevo camino nacen si existe conciencia de la naturaleza de la crisis, su extensión y profundidad, es decir si nos “damos cuenta”, algo que parece difícil para los que lo hacen desde los altos estándares de vida que disfrutan, lejos de la realidad de la mayoría, pero que tienen el poder de las grandes decisiones.

El “reseteo” que propuso el Foro de Davos al comienzo del año es necesario, es fundamental. Que lo hayan aprobado allí es una muestra que intelectualmente hay claridad, y que retóricamente se sabe lo que es necesario hacer y su urgencia, pero lamentablemente se nota, en el principal proceso de la realidad concreta –la administración de la pandemia– que las voces van por un lado y las acciones por otro.

No todo está perdido y la esperanza es lo último que se pierde. El hombre, así como es capaz de grandes crueldades, también es capaz de grandes virtudes. Y es de esperar que la suma de miles de buenas voluntades, con el enorme poder que tienen los pequeños cuando se unen, en esta sociedad de la información, logren desatar las grandes energías necesarias para detener y revertir esta carrera y sustituirla por la sensatez y la armonía, entre los humanos y entre éstos y el lugar donde vivimos.

Ir de la sociedad del conocimiento a la de la sabiduría, de la globalización de la codicia a la globalización de la bondad, es posible. Es el momento.


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