Los venezolanos somos insaciables consumidores de emociones. Ellas nos paralizan y lo han hecho de siempre. Por ejemplo, cuántos años no nos dejó petrificados frente a la pantalla del televisor El derecho de nacer, un bodrio cubano que de tarde en tarde, de 6:00 a 7:00 o de 7:00 a 8:00, le creó angustia al venezolano, pero eran angustias tontísimas en las que no se nos iba la vida.

Porque hay que decirlo: éramos, somos y seguiremos siendo telenoveleros, adictos a los estremecimientos que nos ahogan o nos inflaman porque a nosotros, nos gusta sentir, sea lo que sea, como dice un famoso filósofo español.

A principios de la semana pasada apareció en la prensa y se hizo viral en las redes (no faltaba más) una entrevista realizada a Donald Trump en la que, supuestamente, señalaba que tenía dudas del liderazgo de Guaidó, que en realidad le parecía muy muchacho, muy débil, frente al fuerte de Maduro. Esas fueron sus palabras, más menos, que las pudimos leer en prensa y en redes.

Acto seguido, los venezolanos se engancharon como si fuera el capítulo en el que don Rafael habló para develar el origen de Albertico Limonta. Unos, en verdad muchos, empezaron a sufrir un enorme despecho. Un amigo, muy cercano y muy radical, me dijo: “Eso era de esperarse de un loco de m… como Trump”.

Pero este es un país fracturado, algo balcanizado, partido. Por una parte, entre opositores y el sector que jefatura la dictadura, en franca minoría hasta el punto de que ya es difícil hablar de una polarización paritaria entre gobierno vs oposición.

Por otra parte, en la oposición se observan fracturas en su seno. Una oposición rota en múltiples fracciones. Por un lado, la existente entre el sector que jefatura Juan Guaidó y un sector opositor abiertamente colaboracionista con el gobierno, que realmente no puede llamarse opositor; y, por otra parte, la oposición entre el sector Guaidó y un sector opositor muy radical que asume que la única manera de salir de la dictadura es la fuerza, bien sea a través de una intervención foránea o de una intervención militar interna, que en todo caso cierra las posibilidades de una salida electoral y pacífica.

En esos sectores opositores, los radicales y los colaboracionistas con el gobierno empezaron a sentir un gozo indescriptible, como si de pronto hubiera llegado algo que esperaban desde hacía tiempo, algo que no habían logrado y que lo había conseguido Trump: dejar resentido o sin efecto, de un solo plumazo, el liderazgo de Guaidó.

Como consecuencia empezamos a estar inundados por los comentarios emitidos por los “activistas de sofá”, también llamados “guerreros del teclado” y que hacen un uso de las redes sociales la mayoría de las veces como trampa.

Unas horas después, toda la parafernalia que acompañó la noticia de abandono del apoyo de Trump a Guaidó cambió radicalmente cundo la portavoz de la Casa Blanca aclaró que Trump nunca dijo lo que dicen que dijo y que por el contrario su apoyo a Guaidó era imperturbable.

Y es que Venezuela es un país donde todo lo que pasa sucede siempre como acto de magia.

Pero, miren ustedes, ¿en cuál versión creer?

Acaso en la que Bolton presenta en su libro, desacreditado antes de salir a la venta por el equipo de Trump;  o creer en la entrevista publicada por la agencia Axios en la que Trump parece afirmar que Guaidó es un “flaicito” al catcher que no había logrado nada y que él podría reunirse eventualmente con Maduro o, al contrario, creer en la versión posterior en la que él dice que con Maduro se reuniría solo para que este le diga cuál es el menú que debe comer en el avión que lo sacará del poder.

Pero, bueno, en todo caso el verbo creer “es un verbo especial, el más ancho y el más estrecho de todos los verbos”. Usted puede escoger.

Ahora estoy aquí entretenido viendo el reparto de esta telenovela que parece haber culminado la misma semana que comenzó: la foto con la cara de Trump con la boca constreñida en forma de asterisco, es decir, de …; la de Guaidó con esa cara de decisión que pone, pero que si lo retratan de cuerpo entero lo veremos con los pies amarrados y los brazos esposados, de alguien que parece que quiere hacer las cosas que sus enemigos, especialmente los internos, no lo dejan, entre otros,  el jefe de su propio partido, Leopoldo López; y, por último, la foto de Maduro con su mirada de vaca sin porvenir.

Pero no se preocupen por el aburrimiento, este será temporal. Pronto tendremos una nueva novela.


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